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KARA

Después de hablar con la rectora y explicarle el motivo por el que había solicitado una reunión, un mal sabor se instaló en la boca de mi estómago. Su mirada seria y su manera brusca al decirme que resolvería ese asunto fue lo que me puso los nervios de punta. ¿En qué demonios me había metido? O peor aún, ¿por qué no podía aceptar el acuerdo de paz que Owen me había ofrecido? Me había pedido perdón frente a Dan y admitió que había mentido frente a todo el gimnasio. Incluso se ofreció a ser mi oyente cuando necesitara desahogarme.

Entonces, ¿por qué no podía dejar las cosas como estaban? Todo sería mil veces más sencillo así. Pero, como siempre, me gustaba complicar las cosas; incluso cuando una salida fácil se presentaba ante mí, como en esta ocasión, yo tomaba el camino más complejo.

Me sentía tan mal por haber actuado así, tan culpable porque sabía lo que venía, que decidí saltarme su clase ese día. No podía soportar verlo durante dos horas y hacer como si nada. Así que, en lugar de asistir a Economía, tomé las llaves que Dan me había entregado y me dirigí al gimnasio. A la piscina para ser exacta. Necesitaba liberar un poco de estrés, sacar un poco de energía acumulada y meditar en lo que estaba haciendo. Lo que más quería era estar en paz. Requería de la estabilidad que no había tenido durante los últimos años de mi vida. No necesitaba más problemas con nadie, ya suficientes tenía con el gran agujero en mi cuenta bancaria.

Me estaba quedando sin dinero y en lugar de pensar en alguna manera de salir de ese embrollo, en vez de buscar alguna alternativa, me encontraba metiéndome en otro pleito con ese nerd de ojos azules. Ese sexi nerd con increíbles ojos azules. Ese alto, guapo, sexi nerd de...

«Concéntrate, Kara», me regañé. Debía enfocarme en mi bienestar económico y en los estudios. Solo en esas cosas. No quería, no podía ni debía desviar mi atención a otro problema por más apuesto que este fuera.

Cuando llegué al gimnasio y entré, lo primero que noté fue que solo había un par de chicos demasiado concentrados en sus rutinas como para haberme visto llegar. Eso era bueno. Me gustaba pasar un poco desapercibida, aunque no muchas veces lo lograba; mi casi metro ochenta no me ayudaba para nada —uno con setenta y siete para ser más precisa—. Y mi piel pálida tampoco contribuía.

Casi sentía que cuando saliera a la calle y el sol me diera de lleno, me pondría a brillar como los vampiros de aquella película. Era por eso que había comenzado a usar bronceador en lata, así no corría el riesgo de conseguir cáncer de piel, y eso solo hacía que mis ojos azules resaltaran más. No tenía queja por ello, creía que eran mi mejor atributo y era mejor que me miraran a los ojos durante una conversación que a cualquier otro lugar por debajo de mi cuello. Era incómodo cuando pasaba eso.

«Hola, mis ojos están acá».

Caminé por el estrecho pasillo que guiaba al área de la alberca y una vez dentro cerré con llave. No quería que nadie me interrumpiera. Fui al casillero que me había adjudicado y saqué mi traje de baño negro. Un sencillo, aburrido e insípido traje de baño de una sola pieza. Odiaba los bikinis. Fui al baño a cambiarme y luego salí de nuevo, tomé impulso y me tiré un clavado a la piscina para empezar a patalear una vez en el fondo de esta.

La frescura del agua contra mi piel me relajaba a un nivel que no muchas cosas podían. Ni pastillas ni tés ni hipnosis; nada podía relajarme más que el agua rodeándome. Era por eso que a veces podía pasar más de una hora en la tina, solo escuchando el chapoteo y sintiendo las pequeñas olas que mis movimientos creaban. Solo yo, el agua y mi respiración.

Hasta Owen.

«Joder, Kara, ya deja de pensar en él». Era mi consciencia la que me traicionaba. Me recordaba que podía haberlo metido en problemas y por eso mis pensamientos regresaban constantemente hacia él, ¿verdad? Eso era lo que quería creer, era lo más saludable.

Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)Where stories live. Discover now