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KARA

Una vez que me despedí de Owen, me adentré al edificio para descansar un poco antes de ir al gimnasio. Tenía unas ganas inmensas de sumergirme en la piscina y quemar toda mi frustración, toda esa maraña de sentimientos venenosos que trataban de quemarme desde dentro. Esos enfermizos celos para empezar. Celos de mi mejor amiga, o lo más cercano que tenía a una.

¿Owen y Marien? No quería siquiera imaginar todo lo que habían tenido, lo que una relación conlleva. Besos, caricias, palabras bonitas, intimidad, promesas... ¿qué tanto se habían querido? ¿Qué tan seria había sido su relación? ¿Owen ya la había olvidado? ¿Pensaba en ella estando conmigo? Todas esas dudas se revolvían en mi estómago y en mi pecho haciéndome sentir enferma físicamente, por eso necesitaba salir y despejar mi cabeza; nada mejor que una agotadora sesión de natación para poder lograrlo.

En lugar de descansar como me lo propuse en un principio cuando recién llegué, tomé mi mochila y la llené con las cosas que necesitaría: una toalla, ropa interior y mi traje de baño; luego salí de mi departamento y cogí el coche con destino al gimnasio. Una vez que llegué, saludé a algunos conocidos y me dirigí a la piscina que siempre se encontraba vacía. Me desvestí tomándome el tiempo de doblar con cuidado mi ropa, me coloqué el traje de baño y me lancé al agua que tanto anhelaba. Fue un alivio sentir la frescura que tanto necesitaba contra mi piel.

Los pensamientos negativos, así como así, desaparecieron, dejando a su paso paz y tranquilidad en mi interior. Esa era una de las razones, sino es que la principal, por las que amaba nadar. Porque era como si, una vez que estaba dentro de la pileta, todos los pensamientos pesimistas que me hacían daño se filtraran de mi cuerpo y se disolvieran en el agua. Cualquier duda acerca de lo que Owen y yo teníamos de pronto se aclaró y estuve segura de que lo que nosotros poseíamos era algo puro, fuerte y que nunca —ninguno de los dos— lo habíamos tenido con alguien más. La intensidad que compartíamos era algo que no podía hallarse dos veces en la vida.

Él me comprendía, me cuidaba, me había perdonado, y yo... Yo solo me dedicaba a hacerlo feliz, a escucharlo y a redimirme cada día por el daño que le había hecho.

Así pasé alrededor de una hora, pataleando, sintiendo los músculos de mis piernas quemar, hasta que escuché en la calma del lugar que una puerta era abierta, rompiendo así la tranquilidad en la que me había sumido. Al llegar a la orilla, elevé la mirada y me encontré con alguien observándome fijamente. Una sonrisa se expandió en mi rostro al ver a Dan ahí de pie, esperándome. Salí de la alberca impulsándome sobre mis brazos, con el agua corriendo por mi cuerpo y pequeñas gotas aferrándose a mis pestañas impidiéndome ver con claridad. Tomé la toalla que había dejado sobre una silla cerca, la enrollé a mi alrededor y luego me acerqué a mi amigo para besar su mejilla.

—Hey, hola. ¿Qué haces por estos rumbos? Tenía entendido que habías salido de la ciudad y que era probable que no volvieras hasta el próximo mes —expresé confundida.

Dan me sonrió y con una mano revolvió mi cabello mojado.

—Nada, planes cancelados a última hora —contestó con simpleza—. Además, quería ver cómo iban las cosas entre tú y Owen. ¿Todo bien?

Sonreí de nuevo ante su preocupación. Desde que se había desvivido pidiéndome perdón por haberme juzgado sin saber todo el contexto que me rodeaba, se había vuelto en un gran amigo. Su lado coqueto no salía cuando estaba a mi lado, solo era él, un Dan protector que me cuidaba como si fuera su hermana menor, me hacía reír cuando mi ánimo estaba por los suelos, sin embargo, desde que Owen y yo estábamos juntos, ya no solía sentirme así. Él me iluminaba por dentro cuando mi interior era oscuro.

Una mirada soñadora se posó en mi rostro al recordarlo.

—Todo perfecto —contesté con sencillez.

Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora