Capítulo Diecisiete.

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Capítulo Diecisiete.

Remplir.

―Señor Rousseau, mañana es Nochebuena. ―recordó Benjamín, tomando asiento frente al hombre en el despacho. El fundador paseó su mirada por las hojas de papel que el más joven acababa de dejar en su escritorio. Subió sus ojos hasta intimidarle más, y el pelinegro tartamudeó al hablar de nuevo―: Y-Y estuve hablando con algunos… cam-campistas, bueno, ellos quieren interpretar un pesebre viviente.

― ¿Recrear el nacimiento de… Jesús? ―quiso saber, frunciendo el ceño. Antoine podía ser considerado un esnob, criticando y poniendo mala cara ante las cosas que no le parecían de calidad impresionante, y en lugar del que él mismo estaba a cargo, algo así no pasaría―. Ni siquiera soy católico.

―El 85% de los campistas lo son, y el otro 15% sólo quiere un poco más de inspiración para escribir el ensayo que les pedimos. ―respondió, esta vez con convicción, porque estaba seguro de lo que decía. El rubio suspiró, mordiendo la piel interna de su labio inferior, mientras meditaba en silencio―. Y… Y es perfecto, señor, Cordelia les ha pedido que escriban cómo se sienten acerca de la Navidad… Daniel ha estado ensayando una sinfonía con los mejores aprendices de música clásica… Y… yo, yo he diseñado los diálogos… Ensayamos con unos cuantos campistas… y… Moira, el ama de llaves, está dispuesta a traer a su sobrino, Claude, para interpretar a Jesús… Su esposa ha preparado el granero… Y… ella está de…

― ¿Mi esposa hizo qué? ―inquirió, volviéndose a mirarlo. Fulminante. Benjamín dio un salto en la silla y bajó la cabeza. Antoine suspiró, llevando sus dedos a sus sienes, para dar un suave masaje, relajando los nervios. Tenía problemas de tensión, estrés y ansiedad… y Grace nunca había ayudado en ello―. Aborrezco que haga cosas sin mi consentimiento…

―S-Señor… Es, bueno, es por eso que estoy… comentándole al respecto…

― ¡Luego de que ya tienen todo el espectáculo preparado!

―Si hubiese venido antes… me habría dicho que no quedaba tiempo para ponernos en ello…

―Tienes razón. ―soltó el rubio, y cruzó los brazos sobre su pecho. Benjamín esbozó una sonrisita aterrorizada, mirándole entre las pestañas. Antoine frunció el ceño, sin entender por qué le causaba gracia el extremo sonrojo del más joven. ¿Gracia? No… No. Era gozo―. Muy bien, Benjamín, tienen mi aprobación.

― ¡Perfecto! ―exclamó, incorporándose de la silla automáticamente. Se apresuraría a salir de ahí, antes de hacer algo que le avergonzara frente a la figura más intimidante que había visto. Rousseau, directo como era, alzó las manos hacia el escritor―. ¿Sucede algo, señor?

―Ven… Ven acá.

Benjamín abrió los ojos de par en par. Y, tragando en seco, para pasar el mal sabor del miedo en su boca, arrastró sus pies de vuelta al escritorio. Antoine cabeceó, indicándole que se acercara más, y el escritor, quien no podía imaginar para qué clase de cosas se requería aquella cercanía.

El rubio frunció el ceño; si había algo que le habían dejado sus profundas clases de filosofía a lo largo del tiempo, era que reprimirse nunca traía nada bueno. Y por eso, nunca se reprimía. Su primer instinto era la espontaneidad. No concebía mentiras, secretos, ataduras o límites en su vida. Si quería hacer algo, lo hacía. Antoine cumplía los deseos de su alma. Antoine siempre escuchaba la voz de su cuerpo, y aquello, hasta ése momento, nunca le había indicado algo que le sorprendiera.

Se había jurado a sí mismo jamás contenerse, y no podía ensuciar su palabra.

―Necesito hacer algo…―murmuró. El pelinegro suspiró, dejándose titubear al seguir las indicaciones de Antoine, de tomar asiento en el borde del escritorio. Por ahora, Schmidt se hacía una idea de los retorcidos deseos que el filósofo podía estar teniendo.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Where stories live. Discover now