Capítulo Veinte.

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Feliz Navidad.

❝La gente se enamora de maneras misteriosas. Tal vez todo es parte de un plan❞.

Abrió los ojos de par en par, centrando la vista en la fina capa de concreto que reforzaba la madera del techo. Uno… dos… tres. Comenzaba a sentir los latidos de su corazón en el pecho, cómo recuperaba el aliento, cómo la cama se hundía bajo su peso. No podía seguir soñando cosas como esa. Debía detenerse.
Aún podía sentir los labios de Benjamín descender por su espina dorsal.  Oír su voz, susurrándole y a la vez gritando cuánto le deseaba. Antoine estaba sucumbiendo a la tentación, y aunque no quería privarse de ningún deseo suyo, no quería fallarle a su esposa.
Podía no estar enamorado de Grace, pero le respetaba.
Aunque eso no había importado mucho cuando se encontraba en el acto, no se sentía bien engañándole. Menos con un hombre. Por encantador que fuera, por hipnotizantes ojos que tuviera. Benjamín era sólo su empleado. La abominación en la que se había dejado caer anteriormente  era un sacrilegio. Y pensar si quiera en eso, era una pérdida de tiempo.

―Feliz navidad, Antoine…
El tono era monótono. Antoine, el único hombre entre cinco hermanas, sabía reconocer cuando una mujer era infeliz, y Grace lo era. Detrás de su risa cantarina, su voz alegre y su sonrisa animada, la mujer podía estar al borde de odiarlo, y él estaba dejando esa rabia acumularse.
―Feliz navidad, Grace.

Sin haberse dicho una palabra más, se levantaron. Grace entró a la ducha, mientras que Antoine se quedó un rato más mirándose en el espejo, mirando su entorno, descansando contra el chifonier. Recordaba los días en los que, si bien, no encontraba consuelo romántico en su esposa, ésta podía satisfacerle. Si él tan sólo… no le miraba. Si no pensaba en el hecho de que era una mujer, podía lograrlo. Pero ya no podía alcanzarlo, ni siquiera eso. Su relación estaba construida sobre pilares de Lego y poco a poco, se derrumbaba.
Pero, al fin y al cabo, era Navidad. Debía enviar buenas vibras a los campistas.
Cuando se hubo terminado de alistar, bajó al comedor, con una camisa de vestir azul marino, y unos pantalones de tela gris. El cabello rubio húmedo por el baño reciente, y una sonrisa falsa en la cara. Aunque se mintiera, ése sueño le había dejado de buen humor, por esto, la hermosa charla que dio a sus invitados y a los pocos campistas que aún no se habían ido. Lo único que arruinaba esa mejoría, era la negación: Antoine se rehusaba a entregarse a un hombre.
No estaba destinado a ser.

― ¡Señor Rousseau! ―llamó Moira. El rubio se detuvo en seco, antes de entrar a su despacho, y se volvió hacia la pelirroja. Le acompañaba otra mujer, pero aquella le parecía tan… normal, que ni siquiera se molestó en mirarle―.  Feliz Navidad.
―Feliz Navidad, Moira. ―respondió, esbozando una sonrisa amplia. La muchacha, que iba de salida, parecía apurada, y se aclaraba la voz, buscando las palabras que decir. Moira había terminado en el campamento haciendo una labor social, o algo por el estilo, siendo ella la hija del Alcalde, y esto, parte de la campaña de su padre. Estaba ansiosa por volver a su casa y tener unas bien merecidas vacaciones.
―Hm… Señor Rousseau… Ésta es una amiga mía. Ella, bueno, ella quería entrar al Campamento, pero para cuando lo intentó, ya era demasiado tarde. En su carrera universitaria, tiene muy mal una asignatura en la que… me parece, que la biblioteca Rousseau podría ayudarle: literatura. ―Habló, de corrido después de las primeras tres palabras. Antoine se detuvo entonces a mirar a la otra chica, que le sonrió sin pensarlo dos veces. Debía tener unos veinte años, quizás más. Y parecía lo suficientemente limpia como para no ensuciar sus libros.
―De acuerdo. Adelante.
― ¡Gracias! ―Exclamó la otra, y Antoine asintió, para entrar a su despacho.



―Is the most beautiful time of the year… ―Ed canturreó, tamborileando los dedos contra la mesa. Frente a él, Nick y Joe continuaban la canción, mientras Dennis jugaba con una aplicación de su móvil, y Alexia leía Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll por décimo octava vez en ése año.
Ahí, en la biblioteca, los jóvenes, la nueva generación hasta ése entonces, esperaban a de Harry y Louis que hacía unas dos horas habían llegado al campamento. Nicholas ni siquiera tuvo tiempo de preguntar si ya eran novios, si habían tenido sexo, o si al menos habían logrado solucionar sus problemas.
Pero lo dedujo. Ambos caminaban a la perfección, y aún se sonreían a la cara (como sabía que Harry no podría hacer si comenzaban un noviazgo). Así que… aún no eran novios, no habían tenido sexo, y sí, ya habían logrado solucionar sus problemas.   
― ¡Ah!
Una voz extraña, un rarísimo grito de fangirl les sacó de su aura de paz. Los jóvenes se volvieron hacia ella, y al escrutarla con las miradas, una mueca avergonzada se dibujó en el semblante de la fémina.
― ¡Tú eres Alexandria Rousseau! ―chilló. La castaña cerró el libro, viéndose ahora interesada. Usualmente, sus “fanáticos” eran viejos lectores que apreciaban la escritura romántica, y la prosa victoriana, o algún que otro individuo que estaba impresionado por lo corto de su edad y su supuesta destreza al redactar. Ésta era la primera mujer en mostrar alguna clase de interés en su persona, y valía la pena observar―. ¡Ah! Genial. Genial, genial.
Alexia pensó que iba a ser fácil responderle, hasta que la visitante se acercó lo suficiente como para mirarle directamente a los ojos. Ojos marrones y grandes, rodeados por pestañas rizadas, cejas pobladas, negrísimas, y cabello largo de ébano. Tenían que estar bromeando.
―Ajá… Soy… Alexandria Rousseau. ¿Tú quién eres? ―Tuvo que aclararse la voz al menos dos veces para poder hablar. No podía creer que estaba viendo a alguien así desde ésa distancia.
―Bueno, yo necesito tu ayuda… Yo… quiero… Ah… ¿Sabes? No importa, sólo voy a… eh… Mucho gusto.
Así, atolondrada, caminó entre los pasillos hasta desaparecer de su vista. Alexia tensó la mandíbula y retomó la lectura, con Joseph codeándole.
―Vale, eso fue extraño. ―suspiró Ed. Se encogió de hombros, y a continuación, siguió cantando el villancico navideño del cantante pop.
Nick no podía creer lo testarudos e idiotas que eran ésos hermanos. Harry, dejando que Louis se fuera de la casa al borde de las lágrimas. Y Alexia tratando con tal indiferencia a una chica que, claramente, podría resultarle como una buena amiga. Así, cuando la chica se sentó a unas mesas, a leer el famosísimo, trillado y amado por Alexia, Rayuela, el gemelo mayor se aseguró de que la castaña lo notara.
―Alexandria, ¿cuál es tu libro favorito de Cortázar?
―Rayuela. ―respondió, sin retirar la mirada del libro que tenía en sus manos actualmente. De Vandeul entornó los ojos.
―Oh, casualmente. Es lo que ella lee. ―gritó en un susurro. Alexia miró, sin pensarlo dos veces, y cubriendo la mitad de su rostro con el encuadernado del libro, le siguió con la mirada. La muchacha echaba una ojeada a las páginas del romántico libro, y su expresión se mantenía quieta, indiferente. Era hermosa, Alexia tenía que admitir que era el modelo de perfección humana desde su punto de vista. Y pensó que podía mantenerse así por un buen rato, sólo observando.
Pero, la lectora se levantó, caminó al pequeño kiosco dentro de la biblioteca, donde podías comprar o conseguir el permiso para llevarte los libros, y a falta de personal por las vacaciones navideñas, sólo escribió su nombre en la hoja de registro.
Se disponía a salir, justo cuando su hermano y su, muy probablemente, cuñado entraron al lugar, deteniéndole.
― ¿Harold Rousseau? ―preguntó, boquiabierta. Parecía sorprendida de encontrar tantas celebridades en un mismo lugar―. Ah… Claro que eres Harold Rousseau. Es tu casa.
―Mucho gusto. ―respondió Harry, con una genuina sonrisa en la cara. Louis se tardó unos pocos segundos más en sonreír, mientras analizaba la expresión de la chica. Cuando determinó que no buscaba coquetear con Harry, pudo mostrarse a gusto―. ¿En qué puedo ayudarte?
―Quiero investigar la mansión. Con fines educativos, pero apenas he podido llegar a la biblioteca sin perderme. ―respondió, con el gesto cansado. Del bolso que llevaba sacó un par de gafas de pasta negra y las colocó sobre su nariz y orejas, recordando que debía usarlas, pero sin tomarle mucho aprecio al accesorio.
― ¡Oh, necesitas un tour! ―Harry cabeceó, preparado para negarse al sentir las uñas de Louis clavarse en su cadera, advirtiendo. La escena le parecía graciosa. Entonces, en la lejanía, vio cómo su hermana acosaba con la mirada a la nueva visitante. Bingo―. Sé exactamente quién puede ayudarte… ¡Alex!
La hermana menor no sabía si alegrarse o romper a llorar. En una situación normal, ella hubiese sido capaz de dar el tour, o de negarse, pero ahora se encontraba especialmente nerviosa. Cerró el libro, fugazmente, sin siquiera mirar el número de la página, y avanzó con paso dudoso hasta su hermano, estableciendo la distancia suficiente con la otra fémina en la habitación.
―Mira, la chica aquí necesita que le guíes por la casa. ―Harold habló cual maestro de primaria en el inicio a clases, y Louis sonrió, para suavizar el gesto de la castaña. Asintió, y sin decir más, comenzó a caminar, con la pelinegra pisándole los talones.

No recordaba un momento más aburrido en su vida. Alexia pensó que estaría pasando un buen rato, pero no, estaba callada, al igual que su acompañante. Y sólo caminaban.
― ¿No se supone que debes dar una pequeña charla sobre cada rincón? ―preguntó. Y algo en su tono le pareció pedante. La Rousseau entornó los ojos, y avanzó, señalando de mala gana el pasillo.
―Pasillo de los Escritores. Está debajo del Ático. Y es donde se alojan… obviamente… los escritores. ―respondió, titubeando un poco, pero sin saltarse el tono gruñón. La expresión divertida de la otra le avergonzaba e irritaba, pero no podía decir más.
Avanzaron, hasta bajar las escaleras, y sin dejarse perder entre la madera, dijo―: Éste es el pasillo de los filósofos.
Un piso más abajo, y Alexia se obligó a sí misma a seguir instruyendo―: Éste es el pasillo de los músicos… Y… éste… ―murmuró, mientras bajaban el resto de las escaleras―. Es el vestíbulo. Cruzando hacia allá, das a los baños de damas. Hacia allá, los de caballeros. Hacia allá, está el Salón de Música, y subiendo aquellas escaleras, encontrarás…
―El despacho del señor Rousseau.
―Sí… ¿Ya has estado ahí? ―Alexia se volvió hacia ella, boquiabierta, mientras se detenía en el umbral de la puerta. La otra asintió, y Rousseau sólo pudo pensar en la clase de cosas retorcidas que debió haber hecho para que su padre le dejara entrar a la biblioteca luego de que los campistas se fueran. Qué asco. Ya no quería ni siquiera ver a ésa persona.
―Sí. Bueno, no. He estado en la puerta… casi… entrando. Estaba con Moira, y…
― ¿Eres amiga de Moira?
―Desde pequeñas, sí.
―Ah.
― ¿No te agrada?
―No.
― ¿Por qué? ―inquirió, cruzándose de brazos. Pero más allá de ser un gesto malhumorado, la pelinegra reía―. Moira es un amor.
―Exactamente. ―Alexia se encogió de hombros, y avanzó, para bajar los pequeños escalones que daban a la entrada de la mansión. Decidió que ésa persona le daba dolor de cabeza. Decidió que quería saber más, a pesar de que no quería saber nada.
―Pareces una persona interesante, Alexandria. ―dijo, con tono desenfadado. Alexia asintió, y señaló hacia la izquierda.
―Ése es el quiosco de mi madre. La enfermería.
― ¿Qué edad tienes? ―preguntó. La otra le miró una vez más, con ojos abiertos e incrédulos―. Todos dicen que eres realmente joven para escribir como lo haces, pero… ¿Qué edad tienes exactamente?
―Quince años, con ocho meses y veintiocho días.
― ¿¡Quince años!?
― ¿Qué edad tienes tú?
―Veinticinco.
―Bien… Nos saltamos el comedor. Está girando a la izquier-
― ¿Podrías ser mi tutora?
― ¿Qué?
―Mi tutora… Necesito ayuda en Literatura y Psicología. Y… bueno… Ya que eres… algo así como muy buena en eso, creo que debo aprovechar la oportunidad de haberte encontrado.
― ¿A qué te refieres con encontrado? ―Alexia intentaba parecer calmada, pero comenzaba a sentir el rubor cosquilleando sus regordetas mejillas. No sabía a dónde mirar. No quería mirarle a los ojos, puesto que éstos eran terriblemente marrones, y le encantaban. No quería mirarle a la nariz, porque veía las pecas espolvoreadas delicadamente sobre la piel. No podía mirarle los labios, puesto que sería acusada de pervertida, al igual que sucedería si miraba su pecho o cualquier otra parte de su cuerpo. Así que se conformó con mirar el piso.
―Estuve buscándote en el directorio hace un par de semanas… Pero, te buscaba como “Alexia Rose”... Como firmas en tu libro “Relatos de un alhelí”. Apenas hoy en el registro de los campistas y sus seudónimos, vi el tuyo junto a  “Alexandria Rousseau” y sumé dos más dos. Supongo que tiene sentido que la hija de Antoine sea la misma que la persona más joven en ganar el premio Spinelli.
―Uh…
―Entonces, ¿serás mi tutora?
La menor subió la vista, dejándose por fin, ser bien mirada. Alexia tenía rasgos de querubín. Un querubín hispano. No era precisamente delicada, o hermosa. Pero lo que le hacía parecer un pequeño ángel español era que tenía el rostro de corazón, mejillas regordetas, ―espolvoreadas por clarísimas pecas―, que no terminaban de ser redondas por una pequeña y marcada barbilla. Labios carnosos, maquillados por un lunar sobre el lado izquierdo del labio superior, de líneas fuertes. Y como rasgo más resaltante, los grandes ojos almendrados de color marrón profundo, enmarcados por pobladas y oscuras pestañas. Si bien, no era bella, conservaba la cara de un bebé a lo largo de los años. 
La expresión suave de Alexia se modificó, dando paso a una mueca amargada.
―No.
― ¿Qué? ¿P-Por qué? ―La otra mostraba genuina sorpresa. Como si creyera que Alexia fuese a aceptar.
―No voy a trabajar para nadie, te lo digo. No. No seré tu tutora.
Las cejas oscuras de la universitaria, cayeron a su altura de nuevo, dándose por vencida. Y sin recibir más excusas, se despidió con un gesto de la mano y caminó hasta la salida.

Praga, 2034.

―Alexia. ―Harry llamó. La mujer parpadeó unas cuantas veces, intentando no parecer sospechosa, y buscó a su hermano con la mirada. El hombre tamborileaba los dedos contra la mesa, signo delator del conflicto mental que debía tener en ése momento―. No recuerdo qué fuimos a hacer en ésa navidad.
―Fuimos a la plaza. ―Alexia respondió, inmediatamente. Su memoria permanecía intacta a lo largo de los años. Y los sucesos de aquel día, le habían marcado como uno de los más importantes en su historia―. ¿No recuerdas? La plaza. Los niños jugando. Esa feria de aviones de juguete y fuegos artificiales.
―Hm… ¡Claro! ―Louis se rió suavemente―. No recuerdas ésa clase de cosas porque nosotros nos “retrasamos” comprando las bebidas. ¿Te suena familiar?
Harry miró a su pareja un segundo, y la sonrisa que se dibujó en sus labios, lo dijo todo. Julietta negó lentamente―: Gracias a Dios los hombres no pueden quedar embarazados.
Al padre inteligente le causó gracia. Era cierto. Si no, Harry y él tendrían una escuela secundaria pública en su casa. Por su parte, Harry siempre había sido creyente de que un hijo suyo sería el próximo en llevar la batuta de la mansión Rousseau. No le molestaba el hecho de que Julietta no hubiese salido de sus entrañas, si no, el hecho de que ella no quisiera dirigirlo. Harry, ahora, entendía los sentimientos de Antoine.
―Muy bien… Fue un día largo, aquel… ―Louis introdujo de vuelta a la historia. Y con esa voz de narrador de película infantil que tenía, hizo que su hija cayera de nuevo en la ensoñación. En el recuerdo. Mientras que él tenía que ir recordando mientras hablaba, Harry lo hacía en silencio.
Pero aquello había sido un simple parafraseo, el día no había sido largo. Al menos no para él. Comenzando porque el tiempo que transcurre en un día siempre es el mismo, y finalizando en aquella mata de rizos caídos andante. Cualquier momento a su lado parecía pasarse en un instante. Y Louis se sentía estafado, ¿por qué sería que en los libros describían los besos eternos y las caricias infinitas? Más bien, tenían encuentros cronometrados y ojos en la espalda.
Optando por andar, el grupo se encontró en la entrada al terreno de los Rousseau. Siendo los De Secondat los primeros en llegar. Edward y su padre, acompañados por la esposa del mismo. Los De Vandeul no tardaron mucho. Los Locke los alcanzaron justo después. Y, entonces, los Rousseau llegaron, con un miembro de la familia faltante.
Edward miró a Joseph, y los gemelos se involucraron en la conexión de miradas. Alexia ni siquiera necesitaba hacerlo, sabía lo que se estaban diciendo. ¿Por qué Harry y Louis no han aparecido?
―Harry es tan inútil. Le he dicho vaya por mi suéter beige y está tardando años en encontrarlo…―habló Alexia, entornando los ojos. Los adolescentes supieron reconocer sus intenciones. Le estaba dando una excusa a Harry para llegar tarde.
―Justo como Louis y mi cuaderno de campo. ―bufó Joseph, cruzándose de brazos. La mirada dura de Zachary se posó sobre los menores de su generación, y frunció el ceño.
―Podría ir a buscar-
― ¡No! ―Exclamaron al unísono. Las miradas de los mayores se transformaron en ojos que juzgaban y exigían respuestas. El astuto y gracioso Ed rió, restándole importancia al asunto―. Ahí vienen, miren.
En efecto, venían. Al menos habían sido lo suficientemente inteligentes como para salir en direcciones distintas y con una distancia aceptable. Y perfectamente notoria. Lo suficiente como para que Zachary y Antoine bajaran la guardia. Nick sentía el corazón en la garganta, no se quería imaginar por lo que pasaba Harry.
―Muy bien… ¿Qué haremos? ―Locke preguntó. Quien ayer, durante la obra de teatro, no se había mostrado a gusto con la idea de dar un paseo a pie.
―Oí que darán un festival en la plaza. ―dijo la mujer De Vandeul, captando la atención del resto de las personas―. Sería lindo darnos una pasada… El parque de diversiones está remodelado, al igual que el museo de Arte Histórico Victoriano.
―Muy bien, cualquier itinerario, estoy seguro, de que será encantador. Pero apreciaría que nos moviéramos, porque estoy empezando a perder la sensibilidad en mis dedos. ―Habló Charles De Secondat, cuyos dientes titiritaban por el frío. El hombre había decidido vestirse para el golf, y aquello, no era lo suficiente como para contrarrestar el ambiente.
Así, las familias emprendieron su camino, y lo que parecía una loca idea de Antoine, terminó siendo una buena manera de trasladarse. Entablaron una conversación, adultos por un lado, más jóvenes por otro, y Zachary y Alondra parecían estar en otro mundo. De cierta manera, Louis les envidiaba. Pudiendo tomarse de manos en plena carretera, besarse repentinamente y abrazarse porque sí. Era algo que él podía hacer, pero cuya posible reacción en Harry temía despertar.
Por lo que se quedó, aplacado, caminando junto a sus amigos de infancia y riendo por las ocurrencias de Ed, o por los intentos fallidos de que Alexia riera con sus chistes. Joseph tomaba fotos, Dennis, sin vergüenza, caminaba colgado del brazo de su hermano, y Harry caminaba a varios metros de los demás, apresurado por llegar al parque y perderse en alguna atracción junto a Louis.


―Harry, querido, ¿puedes traer unas bebidas? ―pidió Grace, esbozando una sonrisita.
Nick rió por lo bajo―: Pero alguien debería acompañarle, no creo que pueda cargar con bebidas para todos nosotros.
―Louis, ve con él. ―propuso Dennis. ¿Y quién iba a negarse?
Harry, para mantener las sospechas aplacadas, hizo una mueca amarga, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y comenzó a caminar en dirección al parque.
Una vez que hubo cruzado y los ojos de sus padres se encontraran fuera de vista, detuvo el camino y tiró de Louis hacia él, envolviendo su cuerpo con sus brazos y acariciando su hombro con el rostro.
El más bajo sonrió ante el gesto y se quedó quieto, aprisionado por Harry. No podía hacer nada.
―No podemos tardarnos mucho con las bebidas, Harry, pensarán que es raro.
Por un segundo, el rizado decidió que no le importaban las bebidas y que iba a besar a Louis, y entonces, se percató de sus alrededores. Si bien, su padre no los veía, la mitad de las personas que estaban en la plaza, sabían quién era y ya le veían raro por abrazar a un hombre con tanta fuerza.
―Tienes razón… ―murmuró, tomando unos pasos de distancia y caminando hacia el quiosco de las bebidas. El más bajo tragó en seco y relajó los músculos de su cuello, dedicando miradas amistosas a los observadores, y decidió que era mejor ignorarlos. Igual que las ganas de abrazar a Harry que le consumían cada segundo que pasaba.
El rizado, por su parte, no se había detenido a pensar en sabores, y sólo pidió veinte botellas de agua. Así que, no era eso lo que le había retrasado en su trayecto. Si no, el fugaz beso de Louis cuando se dio la vuelta.
Harry abrió los ojos hasta estar al borde de desorbitarse, y miró a su alrededor. Nadie parecía haberse percatado, pero su corazón latía desbocado. Louis sonrió, avanzando lentamente hasta besarlo de nuevo. Un beso lento, dulce, sólo un par de labios rozándose con delicadeza. El más alto pitó bajo su respiración, y cuando el otro se separó, dio un salto.
― ¡Joder! N-No… Agh… Vamos…
Louis soltó una carcajada y tomó diez botellas entre sus brazos, caminando a la par de Harry, con una sonrisa odiosa en los labios. El rizado dio aproximadamente cinco vueltas alrededor de un quiosco antes de, finalmente, salir a la vista de su familia, esperando ya no estar tan sonrojado. Tenía que esperar un rato para poder mostrar su cara de cascarrabias otra vez.
― ¿Dónde están Alex y Antoine? ―preguntó Harry al llegar, repartiendo las botellas de agua que le correspondían y conservando tres en sus manos.
―Nos encontramos a una amiga de Alex. ―respondió la mujer Locke con una sonrisa animada―. Es una chica adorable.
―Sí…Pues… Ella quería hablar en privado con Alex, y Antoine las llevó a algún lado.
No hizo falta decir más. Harry sabía perfectamente de qué amiga estaban hablando. Y lo único que quedó fue desearle a su hermana buena suerte.

[…]

―Tengo algo que decirte. ―La otra rió, entusiasta. Alexia asintió de mala gana―. Sé que cuando éramos más pequeñas decíamos que nunca pasaría, pero, eh, ¡me pasó!
―Oh.
― ¡Sí, Alexandria! ¡Tengo novio! ―Sonrió ampliamente, y una carcajada gorgoteó desde su garganta hacia afuera. Alexia suspiró, estirándose en su lugar cual sonámbulo.
―Ah… ¿Ya aprendiste a jugar eso?
―No, no, no es un juego.
―Es que ésa es tu cosa. Hacer que todo sea un juego.
Bajo toda la estupidez de la muchacha, Alexia encontró el reconocimiento. La chica de las cartas sabía de lo que Rousseau hablaba. Sabía perfectamente lo que decía.
―Ah, ¿y no se suponía que ibas a dejarme en paz? ¿Viniste hasta Suiza de nuevo para decirme que aprendiste a jugar otro juego?
―N-No… A mi familia le gustó el lugar, y vinimos a pasar navidades aquí.
―Qué bueno. Saludos a tu madre. Dile que le aprecio.
― ¿Y a mí? ¿Qué hay para mí?
―Bueno, tú eres bastante amada… Supongo. Por alguien. Pero eso ya no es mi problema. Le dejo esa carga a tu… ¿Cómo le dices? Hm… novio.
―Estás molesta conmigo…
―Sí.
―No es culpa mía haberme enamorado.
― ¿Enamorado? ¡Joder! ¡Enamorado! ―La risa salía descontrolada, y el sarcasmo quemaba su lengua como un ácido. Alexia estaba tan molesta y desgraciada por dentro, que se reía de ella misma, y se reía de la lástima que sentía por la chica que tenía frente a ella―. Te doy dos meses. Dos meses para decirme que el chico no te hace sentir como yo lo hacía.
―Acordamos ya no hablar de eso, Alexandr-
―Dos meses para que me envíes una carta diciéndome lo mucho que me extrañas. Que quieres volver a ser mi “amiga”. Y todas esas estupideces que dices cada vez que alguien te rechaza.
―Nadie me ha rechazado…
―Sabes que siempre fui la única persona a la que no podías engañar. Y lo sigo siendo.
―Me molesta tanto en lo que nos hemos convertido.
―Niña, no existe un “nos”, y nunca lo existió. Fue sólo un juego. ―citó las palabras, dejando con esto, salir el único fragmento de su rabia que quedaba por sacar, tal vez―. Además, a nadie aquí le importa lo que te moleste, así que, ahórratelo. ―Vio intenciones a la otra de continuar con la conversación, pero Alexia sólo negó con la cabeza y salió del suvenir.
Antoine esperaba afuera. Y Alexia, en ése momento, notó unos cuantos parecidos con su padre. Los ojos grandes, los labios llenos. El movimiento de los pies cuando se encontraba nervioso…
¿Por qué estaría Antoine nervioso?
La muchacha siguió la mirada de su padre a medida que caminaba hacia él. Le dirigió a un grupo de personas, sentadas al pie de la fuente, leyendo. ¿Qué tenía de relevante eso? Era algo que se veía todos los días en ésa plaza.
Pero, ésta vez, Ben los acompañaba.
¿Por qué Antoine miraba a Ben?
Alexia, en su retorcida mente de fangirl, imaginó una historia de amor entre su padre y el escritor, pero aquello le hubiera causado risa si estuviera de ánimos. Aquello formaba parte de su lista de cosas buenas que nunca iban a pasar.
― ¿Listo? ―preguntó el hombre. La chica asintió. Entonces, ahí, su expresión otra vez. La expresión del padre que quiere ayudar a su hija, pero no sabe qué decir.
―Sólo necesito… caminar un poco… A solas, ¿vale?
―Vale… ¿Sabes cómo llegar a nosotros?
―Claro.
―Está bien, entonces.
La menor emprendió su camino hacia los confines del parque de diversiones donde llevaba a cabo la feria de los aviones, y el filósofo se quedó ahí, en la avenida, mirando como acosador a su empleado favorito.
Mirando el cabello negro cubrirle la frente con cada ráfaga de viento, los labios pálidos por el frío siendo aplastados por los dientes, las manos delicadas acariciando cada página del libro que se pasaba. Todo bien, todo estaba bien. Bastó que aquel hombre levantase la mirada para que Antoine tuviera que contener la respiración.
El escritor abrió los ojos y deslizó su mirada de arriba abajo, percatándose de que era su jefe a quien estaba mirando. Y no sabe aún por qué motivo, cerró el libro, se levantó, y fue con él. Tampoco sabe por qué terminó acompañándole a una cabina privada en un café. Y también sigue siendo un misterio cómo fue que se llevaron tan bien y pasaron un rato tan agradable, sólo sentados charlando, como una vieja pareja, como viejos amigos. Como dos almas que ya debían estar juntas para el tiempo que llevaban conociéndose.
Y fue, cuando sus dedos se tocaron, que sus ojos realmente se miraron, se vieron a través del iris. Y entonces, un beso clandestino fue el cierre, o la apertura, a lo que habían pasado.
Pero cuando Benjamín se separó, y caminó hasta sentarse en el regazo de Antoine, el filósofo supo que era sólo la apertura. Y como todos los matrimonios que terminan separados, pensó que del suyo lo único bueno que había obtenido eran sus hijos.
Así, el rubio fundió su boca sobre la del pelinegro, y poco a poco, después de una sesión de besos atrincherados, le tumbó sobre la mesa frente a ellos, y trepó sus manos por debajo del suéter. Sus bocas unidas, se movían a la par, y sus caderas rozaban sin pudor la entrepierna del mayor. Un movimiento más brusco, y Antoine gimió en los labios de Benjamín.
Indignado por su debilidad, el hombre se separó lentamente y llevó una de sus manos al cierre del pantalón del menor. Sus ojos se abrieron de golpe y el verde contra el gris debatió por un segundo, que aquello no era correcto. Pero al sentir el calor de la mano de Antoine atravesar su ropa, Ben tiró la cabeza hacia atrás, arqueando su espalda.
Entre el placer y la adrenalina, la moralidad del pelinegro se vio aplacada. Y el rubio cedió, hasta dejarse ser de nuevo, una libre abominación.


Antoine jadeó, cansado, dejándose caer sobre el cuerpo desnudo del escritor, y aplastó sus labios contra su frente sudorosa.
―Maldita sea. ―murmuró, apoyando su cabeza levemente sobre el hombro de Benjamín. Tenía tantas cosas que decir. Había pensado que al terminar, estaría llevando a cabo una guerra en su mente, estaría odiándose, odiando a Ben. Pero como con el primer beso: Todo era claro, esto era lo que Antoine quería―. Jamás pensé que haría esto contigo.
―Lo sé…
―Te contraté porque parecías una persona culta y moral. Un buen escritor, un buen profesor… ―dijo el rubio, acomodándose en el piso, a su lado. Ben recostó la cabeza en su brazo, y fijó su mirada en los ojos brillantes del filósofo―. Pero debo confesar, que eres mejor como amante.
Algo parecido a una risa brotó de los labios maltratados del pelinegro, y dejó a sus brazos acariciar la espalda del mayor. Dudoso, después de todo, Antoine aún era su jefe, y aún era ciertamente un poco intimidante. A Benjamín le parecía curioso como el sexo podía hacer que se sintiera en casa junto a la persona  que más le intimidaba.
―Señor Rousseau-
―Cada vez que me llamas Señor Rousseau me dan ganas de joderte, Benjamín. Por favor, colabora. ―La voz de Antoine se endureció un poco, y trató de suavizar el efecto, acariciando el hombro del más bajo.
―Sí…Uh… Hm… Antoine…―Pronunció, con una sonrisa tímida que el rubio vio de reojo―. ¿Está…s seguro de que quieres esto?
― ¿Joderte una y otra vez hasta el cansancio? Sí… ¿Ser un asqueroso homosexual? No tanto.
Benjamín se quedó quieto en su lugar. No sabía muy bien qué decir.
Y es que así eran las cosas con Antoine. Cuando creía que lo tenía, que había pillado cómo funcionaban los engranajes de su cerebro, soltaba algo como eso. Ben era escritor, había narrado infidelidades un par de veces, pero jamás se imaginó que estaría involucrado en una. Se había convertido en ésa secretaria zorra que se desviste ante su jefe y destruye la familia del mismo.
No quería ser esa persona.
―Antoine, ¿alguna vez te ha gustado una mujer?
―No.
― ¿Ninguna de tus dos esposas?
―No, en lo absoluto.
Ben tragó en seco, intentando no ser empático con aquella dura situación, y fracasando―: ¿Y por qué estuviste con ellas?
―Descendencia. Mi matrimonio con la madre de Zac fue un desastre, cuatro años después queríamos asesinarnos el uno al otro. Ella me descubrió, hm, ella… leyó una de mis historias.
― ¿De qué iba?
―Ni de coña voy a decirte, Benjamín, ¿qué está mal contigo?
El pelinegro se sobresaltó, bajando la mirada al pecho de Antoine, y alejó su brazo lentamente de él.
―No estás cumpliendo el trato. Quedamos en que yo dejaba de tartamudear, si tú dejabas de ser grosero.
El rubio asintió, y tomó el mentón de Benjamín, dando un corto beso―: La historia era un corto gay. De mí y nuestro mayordomo.
Benjamín, entonces, se dio cuenta de que él no era la primera infidelidad de Antoine. Y de cierto modo, se sintió como aquella vez en su despacho, cuando se disponía a salir y el filósofo le había exigido discreción. Como que aquello era algo rutinario, nada sentimental, nada emocionante.
Si así se sentía él, no quería imaginar cómo se sentía Grace.
―Hm… Creo que deberías volver con Grace. Es Navidad. Deberías estar con tu familia.
―Grace no es mi familia.
Ben endureció el gesto, tornándose ligeramente más masculino, y Antoine sintió asco de sí mismo porque le había gustado. ¿Se había dejado flaquear ante una figura masculina? No. Era el colmo. Podía soportar que le gustase un hombre con rasgos femeninos. Pero… eso iba más allá de lo que su juicio podía permitir.
―Esto no puede suceder otra vez. ―sentenció el rubio, y se levantó del piso. Benjamín asintió, intentando tragar el nudo en su garganta, porque era lo correcto. Antoine se vistió y sin tardarse un rato más, dejó el café.
[…]
Siempre llegaba un momento de la tarde en el que las mujeres comenzaban a hablar de sus hijos. De sus hijos cuando eran pequeños, de sus hijos ahora, de los logros de sus hijos, de sus embarazos. Y eran esos temas los que aburrían a los hombres de la familia.
Locke, De Secondat y De Vandeul se escabulleron hasta llegar al bar, y ahí dentro, compartieron anécdotas de sus aventuras, de sus historias, de un nuevo movimiento en el que pensaban. Hicieron lo suyo, la parte que les correspondía cada Navidad, y recibieron a Antoine con los brazos abiertos, incluso cuando llegó al bar con el cuello lleno de chupones y mordiscos.
Y, ¿qué quedaba para los jóvenes?
No veían a Alexia desde hacía un rato, y habían decidido retirarse al parque de diversiones. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Joseph y Ed estaban solos en la montaña rusa.
―Sabía que esto sucedería en cualquier momento. ―se quejó el albino, abrochando su cinturón.
― ¿Sabes qué deberíamos hacer? ―preguntó el pelirrojo, imitándole en el asiento continúo. Joseph le miró, atento―. Deberíamos tener algo, tú y yo. Para contrarrestarlos a ellos, y que les de envidia.
―Si esa es tu manera de invitarme a una cita, estás fracasando terriblemente, Edward. ―se burló Joe. Ed asintió, encogiéndose de hombros.
―Lo sé, sólo quie-
Antes de que el pelirrojo pudiese terminar de hablar, la atracción se encendió, y el carrito comenzó a subir lentamente. Y comenzó a saltar en su asiento, emocionado. Joe le gritaba, Joe era un cobarde. Ed podía morir infartado por la emoción en ése momento, tenía años sin subir a una montaña rusa, y las amaba.
― ¡Woohoo! ―gritó al bajar, y saltó cual niño hiperactivo. Joe se tambaleó y tiró del brazo del pelirrojo para no caer sentado en el piso.
―Vámonos a casa.
― ¿A la casa embrujada? ¡Seguro! ¡Vamos!
― ¡Edward!
~
―Vaya que eres fanático del cliché. ―se burló Harry. Louis le miró entre las pestañas.
―No voy a entrar en la cabina fotográfica contigo, idiota. ―El más bajo aclaró, pasando de largo la pequeña caja metálica. Harry asintió, y se dejó encaminar por el otro.
Hasta un pequeño camino que conducía hacia un claro en el bosque. Louis se dejó caer en un tronco, y apoyó sus codos en sus rodillas. El más alto se cruzó de brazos, y le miró desde toda su altura, apoyando su peso en el lado izquierdo de su cuerpo.
Harry es toda una diva, pensó Louis. Porque a pesar de que se mostrase masculino y fuerte, era un malcriado, las cosas se hacían como y cuando las pidiera, o se ponía de malhumor, y si pasaban mucho tiempo sin sorprenderle, se aburría.
¿Y cómo se sorprende a un tipo que desde los catorce años anda en las calles?
―Vale, lo siento. No sé qué hacer… No… No estoy acostumbrado a ser quien haga las cosas románticas.
―Hm… Puedo ver eso. ―se burló Harry, y caminó hacia un pequeño tronco con forma de taburete. Louis bajó la mirada, y el rizado suspiró―. Venga, hablemos.
― ¿De qué quieres hablar? ―preguntó, mirándole entre las pestañas. Una sonrisa torcida se dibujó en los labios del menor. Y a Louis le preocupó un tanto, en el buen sentido, esa sonrisa nunca anunciaba algo bueno.
― ¿Qué tal del frasco de lubricante que tienes en el buró en nuestra recámara? ―Harry enarcó las cejas a la par que Louis lo hizo, y el más bajo esbozó una sonrisa divertida, abrazándose a sí mismo en un gesto que a ojos del rizado, fue una de las cosas más tiernas que había visto.
―No… No es lo que tú crees.
―Seguro que lo es.
―Es decir, Liam me lo regaló.
La expresión de Harry cambió, endureciéndose―: ¿Liam?
―O sea, para… que lo usara contigo…Pero me lo regaló él.
―Hm… Ya veo… ―Rousseau asintió, y volvió su vista a la fría tierra bajo sus zapatos. Observó los copos de nieve, mientras pensaba en lo que acababa de escuchar. Y unos segundos luego, el mensaje terminó de ser percibido―. Un momento: Querrás decir, que yo lo usara contigo. O sea… en ti. Yo… y-yo no voy a necesitarlo…
Louis permaneció inescrutable, porque si respiraba explotaría en risas y si no lo hacía también. Intentó quedarse quieto el mayor tiempo posible, pero ante los balbuceos inquietos del menor, se enterneció, y las risas salieron suaves de su garganta. Se levantó, para sentarse frente a Harry y despeinarle el cabello.
―Está bien, Hazz. No lo necesitarás. ―Harry le miró con ojos dudosos, torciendo el gesto.
―No. No me hables como a un niño pequeño.
―No lo hago. ―se burló Louis, por lo bajo―. Sólo que es bastante divertido ver una faceta tuya que no esté fanfarroneando sobre sus conocimientos.
―Hm… Claro… Claro.
Harry volvió a mirar al suelo, y Louis buscó su mano, entrelazando los dedos e inclinándose hacia él para capturar sus labios en un beso. Pero aquello no había sido intenso, aquello sabía a miedo, Louis diría que Harry estaba aterrado, y ni siquiera podía mover bien sus labios bajo los del otro. Era como si ahora intentara, desesperadamente, tener el control sobre todo. 
―Harry, relájate. No vamos a tener sexo si no quieres.
―Ya sé.
― ¿Entonces?
―No sé si quiero o no.
La mente del rizado daba vueltas, y el castaño ni siquiera se imaginaba por qué. Harry, de hecho, estaba intentando prepararse psicológicamente para la idea de la versatilidad. Estaba intentando descubrir cuál de las dos sensaciones disfrutaba más. Estaba intentando elegir un bando. Dom o sum.
― ¿Y qué? Todavía nos queda tiempo… Nadie te está apurando. ¿No puedes si quiera dejar que te bese? Eso no te hará un pasivo.
Entornó los ojos, obstinado e hizo ademán de fastidio con las manos―: Déjalo así.
― ¿Qué?
―Nada, joder. Olvídalo.
―Vale.
Louis giró sobre su propio eje, y se dedicó a mirar el húmedo bosque, descubriendo que aquella noche, Harry Styles, genuinamente, le había enfadado. Y el otro, descubrió que Louis estaba absolviendo un poco de ésa rudeza suya al expresarse.

~

―Muy bien, señor De Vandeul, esto será muy sospechoso. ―aseguró Dennis. Nick se encogió de hombros, tomando la tarjeta de llave para la habitación del hotel.
―Unos gemelos súper atractivos que pagan una noche en un hotel cualquiera… Whoa. Súper sospechoso.
―No. Los incestuosos hijos de Jane De Vandeul desapareciendo a mitad de la noche.
― ¿Tú en serio crees que mamá no sabe nada? Ella sabe todo. Tiene que habernos escuchado, créeme, eres muy ruidoso.
Dennis entornó los ojos, y entró al ascensor. Su hermano mayor le dio un codazo, señalando un par de gemelas que cruzaban hacia el lobby justo antes de que las puertas se cerraran.
― ¿Qué? ―preguntó el menor. Un nudo aproximándose por su garganta. Ojalá Nick no dijera lo que pensaba que iba a decir.
―Imagina si yo tuviera hijos con una de ellas y tú con la otra. ¿Los niños serían idénticos?
― ¿Importa?
―Ya, ya, chico. Sólo estaba pensando. No puedes ser tan posesivo.
―Ajá. ―Dennis tomó una profunda bocanada de aire, y salió del ascensor. Caminó a lo largo del pasillo y se detuvo frente a la puerta 6102, sin mirar al sujeto que poseía la llave.
―Oh, vamos. ―Nick rió burlonamente, abriendo la puerta. El menor entró, ignorándole, y una vez en la habitación, se lanzó a la cama. Cogió el móvil desde el bolsillo trasero de sus pantalones, y tecleó un mensaje a su madre “Estamos en un hotel. Nos vemos mañana”. ―. Dennis.
―Sabes que esas cosas son mi punto débil.
―Sí… Lo siento.
―Y, eres tú. Antes pensaba que íbamos a estar juntos siempre, pero luego conociste a Mary Eugene…
―Ven aquí. No te he besado hoy.
―Ya te dije que no vale si te sientes obligado.
Nicholas respiró pesadamente y se lanzó sobre el cuerpo de su hermano menor. Dennis suspiró, colocando el móvil a su lado. Y el mayor dejó un camino de besos desde su nuca hasta sus mejillas y lamió toda la zona del párpado y la ceja.
―Agh. Ve a lamer a tu preciada gemela.
―Eso hago, tonto.
Dennis abrió el ojo que le era visible, y lo centró justo en sus carnosos labios rojos. Quería golpearlo, ah, pero era tan hermoso que no podía arriesgarse a dañar un solo cabello de su copia exacta. Se sentía tan egocéntrico cada vez que lo miraba, y aun así, adoraba mirarlo.
―Vamos, los chicos nos interrumpieron en medio de algo interesante.
―Oh, mira quién está desesperado ahora.
―No estoy desesperado, sólo… te necesito. A ti.
―Intenta tres años con ése sentimiento.
― ¡Dennis! ¿Qué te sucede?
―Hoy has pasado el día con todos, y… apenas me has hablado.
―En serio.
―Sabes que te necesito más a ti, de lo que tú me necesitas a mí, y que odio que estés con otras personas, incluso nuestros padres, o nuestros amigos. No puedo estar bien en días así.
―Pero soy todo tuyo, bebé.
―Repite eso.
―Soy todo tuyo, bebé.
Nick se levantó, apoyándose sobre sus manos, y Dennis se dio la vuelta para encararle. El mayor bajó de nuevo, y rozó sus labios con los de su hermano. Dennis sonrió.
―Claro que lo eres. ―Sus manos subieron directamente a la cintura del otro, rodeándole en un abrazo calmado y le dejó tomarle entre sus labios nuevamente.

~

No es culpa mía haberme enamorado.
Las palabras de la muchacha se repitieron en su mente, por décima vez en la noche, y aplastó sus manos contra su frente. Estaba molesta. Estaba enfurecida. Y no sabía por qué le importaba tanto algo que ya no le involucraba. Pero ahí estaba, su iracundo carácter, dejándole energúmena, y sola, en la media oscuridad de esa noche.
Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, a medida que las palabras danzabas por su vigilia. No podía creer cómo se había dejado confiar en la palabra de una persona con el intelecto de una niña de 5 años. Y una niña de 5 años como las que valen la pena. Si no, una de las que pasan el día tumbadas, viviendo a la sombra de sus padres, y a quienes no se les desarrolla el criterio propio sino hasta que tienen veinte años.
Eso sí le agradecía a su propia consciencia. Que a pesar de todo lo que habían vivido, de todas las promesas y de todo lo que parecía ser eterno, no se había quedado estancada, y nunca se había enamorado, por ése pensamiento pésimo-realista que tenía.
Sin embargo, éste era un golpe bajo.
Jo, ya podía imaginarse lo que había sucedido. Todas sus amigas de vuelta en Inglaterra, siendo felices y comiendo perdices con sus novios, le habían empujado hasta conocer a alguien, y ahí, ella había flaqueado. Es más, casi podía ver a Josette saltando de alegría al conocer al “novio” de una de sus amigas solteronas.
Pues, qué bien por ellas, ahora sí estaba realmente sola.
Alexia bajó la cabeza, sollozando por lo bajo, y limpiando las lágrimas con una fuerza impotente y un poco de algo más. Y cuando se disponía a levantarse, algo duro y amorfo golpeó contra su cabeza. Miró hacia el piso, donde yacía el juguete, apagado y ensuciándose con la arena y los copos de nieve en el parque.
―Lo siento much- ―La voz de la dueña del avión a control remoto se cortó. Y esbozó una expresión que por un segundo fue confundida por las lágrimas, y al siguiente momento, decidida a hacerlas desaparecer. Estiró su brazo hasta tomar la mano de Alexia. Tiró de ella, y corrió, tirando de ella hacia la feria.
No falta decir la cantidad de cosas que salieron de los labios de la grosera castaña, la cantidad de insultos, y cuánto forcejeó, pero no sabía si se trataba de su propia debilidad en fuerza bruta o en que la otra tenía diez años más. Alexia comenzaba a sentirse secuestrada.
Arribaron a un kiosco en el que yacían un par de niños entre cuatro y dos años, y unos cuantos juguetes más, y Alexia, ahora, encontró el asunto aún más aterrador. ¿Acaso era corruptora de menores o algo por el estilo?
― ¡Mallory! ―llamó la mayor, soltando la mano de Alexia y corriendo para tomar a una de las niñas y llevarla hasta el interior del kiosco.
―Señorita Ralston, ¿quién es ella? ―murmuró uno de los niños más grandes, escondiéndose detrás de las piernas de la pelinegra. Ella se encogió de hombros, Alexia sorbió por la nariz, y tiró su cabello hacia su espalda.
―Ella es Alexandria, ella va a enseñarme a escribir cuentos.
― ¿¡Tú sabes escribir cuentos!? ―soltó Mallory, corriendo hacia ella, y rodeándole las piernas, se lanzó a llenarle de cariño ciego. Alexia abrió los ojos de par en par, y le dedicó una mirada asesina a la secuestradora. Si había algo que Alexia detestara era estar con niños. Sin embargo, no podía ser tan mala con ellos sin que estos le hubiesen dado una razón.
―Mhm…
― ¡Escribe uno, por favor! ¡Uno de navidad! ―pidió. La señorita Ralston llamó su atención, y en el siguiente momento, los niños estaban rodeándole en el  kiosco. Alexia se aclaró la voz, pensando en las posibilidades que tenía de salir ilesa si echaba a correr desde ahí.
―La verdad es que, de momento, no estoy de ánimo.
― ¿Por qué? ―preguntó uno de los niños. La pelinegra se encogió de hombros ante la cara de Alexia―. ¿Quieres un abrazo?
Por los siguientes segundos vio a los cuatro niños abrir sus brazos hacia ella. La castaña negó, y la expresión de la otra se endureció.
―Yo creo que Alexandria sí necesita un abrazo, niños, adelante.
Y el ejército atacó, casi derrumbando el delgado cuerpo de Alexia. Pero antes de que pudiesen acabar con su equilibrio, un auto se acercó lentamente, sin estacionarse, y dos de las niñas dejaron de abrazar a la adolescente.
―Hola, señor Plum. ―saludó la pelinegra, al padre de Mallory y Rebecca, que ahora se despedían y disponían a entrar al auto. El hombre mayor saludó con la mano a los presentes, y tan rápido como llegó, se fue. Minutos luego, vino la madre de Carter, y luego el abuelo de Mason fue a buscarle. Cada uno a tiempo para la cena de Navidad.
Alexia, entonces, se alejó, dando pasos lentos, esperando no llamar la atención de la mujer que ordenaba los aviones de juguete. Pero ésta, parecía estar al tanto de lo que un niño podía pensar.
― ¿Vas a entrar al bosque? ―La castaña se encogió de hombros, tentada a asentir―. No. Ven, yo quería… hm… preguntarte de nuevo… Ya sabes el qué.
―Está bien. ―Alexia suspiró. La otra abrió los ojos de par en par y dio un salto, emocionada.
― ¡¿En serio?!
―Apresúrate. Mi casa está por… allá.
~
―Qué suerte que yo sí sé dónde está tu casa. ―soltó la señorita Ralston, con una sonrisa amable propia de su expresión. Entraron al territorio de los Rousseau, y más tarde, aparcó el auto frente a la mansión. De noche, se notaba desierta. Y a pesar de que no debían pasar las ocho, el hecho de no ver a los campistas correteando por aquí y por allá, le hacía pensar en una casa abandonada.
Alexia se apeó del auto, acompañada de la mayor, y le condujo hasta el interior de la casa. Lo curioso de su silencio era que, la culpable era Alexia. Ralston no cerraba la boca, continuaba hablando acerca de cada detalle de la decoración, acerca de la magia de la Navidad y el efecto que había tenido sobre ella, bla, bla, bla. Y Alexia, que tenía la manía de hablar hasta por los codos, estaba maldiciendo en silencio.
Llegó al tercer piso, y movió la llave de la puerta de su recámara, y una vez que la otra hubiese entrado, cerró.
― ¿Tienes un compañero de cuarto? ―preguntó―. Porque leí… que se organizaban mujer y hombre en cada habitación, para tentar al cuerpo y tenerle siempre en tensión.
―Dos cosas. ―Comenzó a instruir Alexia, mientras se sacaba los zapatos deportivos con la punta de los pies y se lanzaba en el piso―. Los chicos no me ponen en “tensión”, y, mi papá anuló esa regla cuando yo entré.
―Claro… No querría que estuvieses en una habitación con un hombre mayor que tú, tiene sentido.
―Ajá. Entonces… ¿Qué quieres apren…
― ¿Por qué tienes tantos cuadros de V.Roiz? ―inquirió, con la vista fija en los ejemplares. Alexia poseía al menos cincuenta cuadros de dicha pintora. Veinte de ellos tenían mensajes subliminales, y el resto sólo se los había regalado.
―Ella… es amiga mía.
― ¿¡Eres amiga de V.Roiz!?
―Sí, estudiábamos juntas en la preparatoria. ―Alexia tamborileó en el piso de madera. Indicándole que se sentara para comenzar con lo que sea que quisiese aprender la fastidiosa muchacha de cabellos negros―. Entonces, ¿quieres aprender lírica o…?
― ¿Pero por qué tienes tantas versiones del mismo cuadro?
―Ella me los regaló.
―Mira, ése dibujo se parece a ti, y ése también. Y… ah, ¿por qué ese tiene una manta? ¿Puedo v…
―Adiós.
― ¿¡Qué!?
―Adiós, señorita Ralston.
―Pero…
―No, adiós.
La mayor suspiró, entornando los ojos, y sin más que decir, salió de la habitación. Pero, burlándose de la ignorancia de la adolescente, quitó las llaves de la puerta y las guardó en el bolsillo trasero de sus pantalones, para desaparecer en la fría oscuridad de la noche.




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Hey there.
Aquí vengo, con un capítulo incluso más asqueroso que los anteriores. Éste si lo detesto rotundamente, muchísimo, con ganas. Y ya sé que me tardé, este tiempo se me ha hecho una eternidad. Pero… sucede que he tenido unos días de locos, y en fin, sí… Ah, lo que iba a decir, era que, como esto es un Fanfic, mío, de mí, de mi propiedad, estoy haciendo algo así como… mezclar todos mis deseos en un mismo universo. Y por eso, le doy a Alexia una historia que, si han visto Junjou Romantica, tal vez encuentren un tanto parecida.
Por esto, aclaro, no reclamo los derechos de ésa historia como mía, sólo la modifico a mi modo, como una adaptación. Bla, bla, bla, términos legales. Lo que sea.
No se esperen un capítulo muy pronto, porque la verdad es que no sé qué va a pasar en éste mundo de pacotilla, necesito ordenar mis prioridades, ahq.
Mentira, ya tengo todo listo, subiré el otro capítulo cuanto antes.
Se despide, la + bella, la + todo, x la q to2 lloraban,
Geburtsfehler.
 

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Where stories live. Discover now