CAPÍTULO 7. DEL OTOÑO A LAS CENIZAS (III)

15 2 2
                                    


Un buen rato después, exhaustos, nos abrazamos en la cama. Era la primera vez que follaba con una chica y no me largaba inmediatamente después. La sensación de mantener mi mano entrelazada con la suya, mi barbilla apoyada en su cuello, y nuestras piernas enredadas se me hacía a la par extraña y mágica. Hay una especie de atracción en cada cosa que desconocemos. Parte de mí quería achacarlo a eso. La otra parte sabía que algo estaba cambiando y que amenazaba todo lo que yo creía conocer sobre mi persona.

Pero fue la primera vez que después de acostarme con una tía no sentí miedo.

En el silencio, me una pregunta me rondaba la mente.

― ¿Por qué "del otoño a las cenizas"? ―pregunté, como ido, mientras ella hacía un esfuerzo por mantenerse despierta.

Suspiró.

―La frase de la puerta ―balbuceó―. Es de la canción Short Stories with tragic endings de...

―Sé de quién es ―sonreí―. Solo tengo curiosidad. Eres una enciclopedia de frases del rock, ¿Por qué preciJasonente esa como carta de presentación?

Se giró para observarme directamente a los ojos, me dedicó una sonrisa tenue, y sus ojos se perdieron en algún lugar del techo. No me había dado cuenta de que era una bóveda de estrellas y planetas. Había pegado toda clase de pegatinas luminiscentes. Por un instante me sentí un privilegiado, contemplando la noche estrellada del maestro Van Gogh.

―El otoño simboliza el ocaso de la existencia, y las cenizas su final ―dijo, después de todo―. Cuando tienes un problema como el mío...

Era la primera vez desde que la conocía que le costaba hablar. No sé por qué pero solo encajé más mi cabeza junto a la suya.

―Mi vida no está en riesgo, o no en riesgo inmediato ―aclaró―. Pero es como si la existencia me hubiera robado la primavera y el verano. Como si mi vida en sí misma fuera un ocaso, muy lento. Me gusta la frase porque me recuerda que dure lo que dure el otoño el siguiente paso es la puesta de sol. Y allí todo acaba. Así que hay que aprovechar el tiempo. Es como si la certeza del final lo hiciera todo más verdadero.

Suspiré, con tristeza.

―Me gusta tu punto de vista ―admití―. Pero me gustaría puntualizar que hay muchísimas cosas extraordinarias que se pueden hacer en otoño ―sonreí, nos miramos, y ella rompió a reír―. No te rías de mí. Es verdad. El otoño está infravalorado. Es mi estación preferida del año.

Me golpeó con delicadeza en el brazo.

―Qué tonto eres a veces.

Los dos nos reímos. Solo nos abrazamos más. En silencio. Y como mecidos por el viento que guía las estrellas en el cielo, terminamos durmiéndonos juntos. Como si en lugar de un otoño interminable tuviéramos una eternidad en las estaciones.

***

Me fui temprano aquella mañana. No quería que mi madre pensase que había dormido en casa ajena. No porque tuviera algo que ocultar. O quizás sí. O no me apetecía explicarle nada a nadie sobre mi vida. después de todo ella se había permitido el lujo de no hablarme sobre mi padre durante años. No podía recibir a cambio una carta blanca sobre mi vida. y tampoco quería que alguien pudiera verme salir de la Mansión Belga, puesto que podía crearle problemas a Lily si la persona inadecuada me asociaba con ella y dadas las circunstancias que me rodeaban. Así que sobre las seis de la mañana dejé a Lily dormida en su cama, y salí por la ventana, usando la cañería del agua que bajaba desde el segundo piso como si fuera una barra deslizante. Le dejé a Lily un audio en el móvil, para que pudiera escucharlo cuando se despertase. Lo habría hecho yo, pero sabía que le costaba conciliar el sueño, y la vi tan dormida que no quise complicarle. En el audio le decía que había sido una noche para recordar, y que me gustaría repetirla.

La mañana todavía era fría aunque la primavera ya estaba bien entrada. En el Norte de Inglaterra suele ser así. Hasta que el cambio climático diga lo contrario, y desde el siglo XIII. Antes, para sorpresa de todos, allí se cultivaban viñedos. El clima entre el siglo VIII y el XIII tuvo un calentamiento natural, que luego se fue al traste con la glaciación de la Baja Edad Media. Exhalé vaho con la boca. Y me entraron ganas de prender un pitillo. Aunque sabía que a Lily no le gustaba, y quizás de aquí a un tiempo me plantearía dejarlo. Pero todo se me fue al traste porque me encontré de bruces con la persona más inoportuna que conocía.

―Tú por aquí un domingo a las seis de la madrugada ―traté de ubicar la voz, aunque no me costó. Pronto me topé con los ojos azul eléctrico de Freya, despeinada. Con el pijama, su bata, y un café, aguardaba sentada en las escaleras del porche. Era la persona que menos me convenía ver en ese momento y me maldije por mi estupidez―. Se rumorea que la mansión Belga te gusta.

Arqueé las cejas, manteniendo la distancia. Apenas comenzaba a amanecer y el día se presentaba variable. Como el carácter de Freya.

―Y tú nunca duermes ―respondí, con frialdad.

―No es una novedad ―respondió observándome con seriedad. Cuando quería sus ojos podían convertirse en un océano de hielo que te atravesaba las entrañas como una estaca. Pero nunca había temido ese océano. Allí vivían demasiados monstruos, y los conocía bien todos―. Lo que sí es una novedad es que pases la noche con esa chica.

Mierda. Disimula.

―No he...

―No te atrevas a negarlo, Gris ―escupió, con una suerte de indignación mal disimulada y para nada justificada―. Te vi entrar anoche, y te he visto salir del patio trasero ahora mismo.

Cambio de estrategia.

―¿Y a ti qué te importa?

Se encogió de hombros. Manteniendo esa pose de dura que hacía un tiempo me había atraído.

―Hace no tanto te divertías conmigo.

Casi bufé. Sabía que era inmadura e insistente. Pero también que podía causarme problemas.

―Creí que quedaba claro que tú y yo ya no éramos más que amigos.

Sonrió, con amargura, enarbolando una risa rota. Adoleciendo el sarcasmo que llevaba por bandera. Era inteligente. Mucho. Nunca la subestimé. Pero jamás la vi utilizar esa inteligencia para algo bueno.

―No te engañes, Roy ―recalcó con esa voz de repipi que la caracterizaba―. Nunca te podré ver como a un amigo.

Suspiré, tratando de mostrarme paciente.

―Ni yo a ti como a una novia ―dije después de todo.

―¿Y ella? ―inquirió señalando la mansión Belga―, ¿Esa negra si es una novia?

Traté de mantener mis facciones indiferentes. Como siempre hacía en el barrio.

―Ella es alguien con quien follar de vez en cuando. Como lo eras tú ―respondí. Tratando de aparentar el menor interés posible en Lily.

―Es curioso ―musitó, observando fijamente la casa―. Ayer no lo parecía. Nunca te reíste así conmigo. Nunca me besaste de esa forma.

Sabía que en ese momento debía ser muy contundente con lo que dijera. O Freya podría causarnos problemas. Problemas de verdad, dada la influencia que tenía y de quién era hermana.

―No siempre la palanca que accionamos para follar es la misma, Frey ―dije con frialdad―. A ti te bastaba con ponerme caliente. Eras tú quien me buscabas. Pero ahora que ya no te busco sigo teniendo mis necesidades, y tengo que desarrollar nuevas tácticas para cubrirlas.

Sonrió con malicia.

―Eres un cabrón.

Respondí a la sonrisa con la misma frialdad.

―Ya lo sabes ―dije con convicción. En ese instante debía ser contundente de verdad. Aunque lo que fuese a decir fuera lo más triste y ruin que hubiera dicho en mi vida. Todo valía para proteger a Lily. No quería un secreto más con el que la familia Kokotska pudiera chantajearme―. Además. Nunca estaría con alguien que tiene una enfermedad. Sé lista, Frey. Quién querría salir con una persona que es una carga. Lo único que quiero es follármela.

CUANDO LA NIEBLA CAE Where stories live. Discover now