XXXVII. Regreso a la oficina

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"Yo nunca quise hacerle daño a nadie. Solo quería que las cosas cambiaran", se explica Laura. "Piojo tenía otros planes"

"Si no hubiera sido por ti, todo seguiría igual", le explico. "Tu plan, tus amenazas, tus intervenciones. Tú iniciaste todo. En ese sentido, supongo que debo agradecerte. Ahora ya no tenemos vampiros durmiendo siglos debajo de nosotros. Los hemos destruido. Y ahora el Grupo ya no está dominado por los De la Cruz. Los Alba y los Anders tienen parte del control también. El equilibrio debería ser bueno"

"¿Y dónde quedo yo en ese nuevo mundo?", me pregunta Laura. En ese momento llegan los demás mercenarios. Los cinco apuntan a Laura con sus rifles. Realmente le tienen miedo.  Dos de ellos están temblando.

"¿Qué función querías tener en el nuevo mundo que habían planeado tú, Piojo y Francisco De la Cruz? ¿Qué pensabas que terminarías haciendo?", le pregunto de vuelta.

"No lo sé", responde ella. "Nada. Mi madre era lo que me mantenía atada a este mundo. Era mi ancla. Ahora que ella no está no le veo sentido a seguir viviendo"

"¡Arma!", grita Andy, que es el que está más cerca a Laura. "¡Arma!"

Laura saca una pequeña arma de un pequeño estuche escondido en su manga izquierda. Es tan pequeña que apenas entra en su mano. Antes de que pueda hacer nada con ella, los cinco mercenarios le disparan varias veces. Incluso cuando su cadáver está tirado en el suelo salpicado de sangre por todos lados y sin poderse mover, Drakken y su gente no deja de disparar.  Les veo las caras.  No están disparando molestos o profesionales.  Están con miedo.  Le tienen miedo a Laura.  Por eso siguen disparando a pesar de que racionalmente es obvio que ya dejó de ser una amenaza hace aproximádamente 150 balas.

Recién se detienen cuando escuchan que el ascensor nuevamente está trayendo a alguien a nuestro piso.

Los cinco se voltean hacia la puerta del elevador, la cual se está abriendo.

De éste sale victorioso el mismo Bert Lozada. Está vestido para la batalla, con su chaleco con municiones y sus correas con estuches. Va acompañado de otros dos mercenarios.

"He escuchado las noticias", saluda Bert. "Felicitaciones, presidente Martin"

Sin mayor preámbulo me volteo hacia la puerta que da a la sala previa a mi oficina. Camino y todos me siguen. Este grupo de socios improbables que tuvieron que unirse para sacar adelante un plan que se fue gestando conforme avanzábamos. Por fin hemos llegado a casa. Y no solo hemos sobrevivido, sino que además hemos regresado triunfantes.

El control del Grupo De la Cruz era de un clan de vampiros. Nos gobernaban con mano de hierro y les teníamos miedo. Laura nos mostró que no teníamos que tenerles miedo y eso fue algo bueno. Nos impulsó a organizarnos para hacerles frente. Pero no a todos ellos, sino solamente a los que había que eliminar para poder vivir en armonía.

No solo eso. Toda empresa tiene un ciclo de vida. El Grupo De la Cruz lo ha excedido ampliamente. Ha sobrevivido una mudanza de un continente a otro, ni más ni menos. Ha sobrevivido el convulsionado siglo XX, dos guerras mundiales, varias crisis económicas globales. No es algo que se deba despreciar. El Grupo De la Cruz tiene su mérito.

Sin embargo, hacía ya un par de décadas que se negaba a evolucionar. Se negaba a cambiar. Y eso en el mundo de los negocios es una pena de muerte. Es lamentable que hayamos necesitado la amenaza de una asesina profesional para poner en movimiento el motor del cambio. Eso y el retorno de un vampiro desterrado, entre otras cosas.

En la sala previa a mi oficina encuentro a Isabela sentada en uno de los sillones de la esquina. Está nerviosa. Cuando me ve, hace el esfuerzo de pararse y de saludarme.

"¿Todo bien? ¿Te hicieron daño?", le pregunto.

"No, señor", me responde. "Solo me asustaron. Fueron muy respetuosos con nosotros"

"Me alegro", y aprovecho entonces para soltarle la bomba. "Me parece que ya conoces a Rebeca Oliva. Ella será tu nueva jefa"

"Ya había escuchado el rumor, señor. Felicitaciones por su nombramiento", Isabela me sonríe y me extiende la mano. "Ha sido un honor trabajar con usted, señor"

Yo estrecho su mano y luego pongo mi atención en el interior de mi oficina.

"¿Dante está ahí dentro?", pregunto.

"Así es, señor. Pero no está solo", responde Isabela.

Ingreso a la habitación que solía ser mi oficina y que ahora pertenece a Rebeca. Ahí, en el sofá están sentados mi amigo Dante Kozlov y el mercenario que había enviado a rescatarlo. En el extremo opuesto, parados convenientemente en la esquina a la que no entra el sol aun, están los vampiros Roonie Mendelson y Rachel Anders.

"¿Listo?", me pregunta Dante. Se para y camina hacia mí. "¿Está todo consumado?"

Yo asiento con la cabeza. Mi mejor amigo ciertamente se ha llevado la peor parte de todo el asunto.

"Pues si tú eres el presidente y ella va a ser la gerente, supongo que no habrá problema ni persecuciones si renuncio", me informa. "No esperes saber de mí en los próximos cinco años. Me voy a un lugar al que sé que no hay criaturas de la noche"

Sale caminando de la oficina. El mercenario que lo protege duda, pero eventualmente sale con él.

"Muchas cosas van a cambiar en los próximos días, estoy seguro de eso", comenta Rachel Anders sin mirarnos. "Me alegra poder estar aquí para presenciarlo. Ahora, estoy segura de que habías pensado en una situación como ésta y sabes qué podemos hacer nosotros dos ahora para no morir carbonizados por los rayos del sol"

Asiento y camino a mi escritorio. Debajo de él, en un compartimiento escondido, tengo unos costales que Mateo Deal desarrolló hace unos años. Si un vampiro no se preocupa por la pérdida de dignidad que implica meterse a un saco para sobrevivir, son bastante efectivos.

Yo, por mi parte, considero la entrega de esos costales mi último acto oficial como gerente general. Espero ahora sí poder ir a hablar con mi familia.

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⏰ Last updated: Jul 20, 2020 ⏰

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Los vampiros de la calle AbastosWhere stories live. Discover now