XXV. La última bisagra

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Yo llegué a conocer a Milán Oliva. Era un tipo fenomenal. Era de esos que hablaban por diez minutos y después todos tenían ganas de coger una herramienta cualquiera y salir a construir lo que sea. Era muy inspirador.

Había tenido mucho éxito y se había hecho famoso. Cuentan que estaba trabajando en un nuevo modelo de motor que usaba un sistema distinto de combustión que ahorraría muchísima energía. Una solución provisional al problema ambiental, lo llamaba. La última vez que mi padre habló con él, le comentó que estaba a 90% de lograr un prototipo que funcionara. Un artefacto que podría salvar millones de personas y que representaría reducciones de costos revolucionarios.

Pero Rebeca no lo quiso. Cerró esa área de Oliva Motors, le redujo el personal y el presupuesto. Al cabo de cuatro meses, el proyecto fue clausurado. Dos meses después de eso, Milán murió. El heroico ingeniero, el genio detrás del éxito de la empresa, murió solo en una habitación de su departamento. Debió de haber dicho unas últimas palabras inspiradoras. Lamentablemente nadie estuvo por ahí para escucharlas.

El motivo de fondo de la disputa entre Rebeca y su padre fueron los vampiros. Nunca me quedó claro por qué, pero Milán Oliva consideraba que hacer negocios con vampiros no era correcto. Rebeca, en cambio, siempre había creído que los vampiros son el futuro. Que son un mercado cautivo que puede ser explotado eternamente.

Como que viven para siempre.

Un cliente satisfecho que vive para siempre es una fuente potencial de riqueza ilimitada. Por lo menos así lo ve Rebeca. Por eso, supongo, está tan desesperada por quedar bien conmigo, el CEO de la empresa que agrupa a los vampiros de la ciudad.

Milán, en cambio, no podía dejar de pesar en la balanza el pequeño detalle de que son seres antinaturales que necesitan consumir sangre se seres humanos vivos para poderse sostener. Pequeña inconveniencia que Rebeca parecía no registrar.

Curioso, porque a excepción de ese pequeño detalle, Rebeca es una empresaria ejemplar. Sus empleados están felices. Cumple con todas las regulaciones. Le da oportunidades a personas con discapacidad, le da beneficios adicionales a empleadas que tienen hijos pequeños. Ha sido premiada por gremios empresariales y por entidades del Estado. Pero el hecho de que sus clientes principales paguen con billetes manchados con sangre -algo que literalmente ha sucedido en un par de ocasiones, muy a mi pesar- no parece afectarle.

Las discusiones en Oliva Motors terminaron el día que Milán desapareció. Eso es lo que la muerte de uno de los interlocutores suele hacer sobre un debate.

De un día a otro, el Grupo De la Cruz comenzó a inundarse de regalos y de panfletos y de propuestas de Oliva Motors. No fue muy difícil incorporarlos a la lista de postulantes de proveedores únicos por categoría que estábamos implementando cuando yo asumí el cargo que tengo ahora. Y en cuanto supieron las condiciones, Rebeca no tuvo ningún problema en adaptar la estructura de toda su empresa a nuestras especificaciones.

Yo sé que no somos su único cliente, pero bien podríamos serlo. Oliva Motors vive de nosotros. Y cuando digo de nosotros, me refiero a los que en realidad no están vivos y me esperan en la casa de William De la Cruz.

"Antes de que me encarguen tu seguridad, pasé mucho tiempo con Rebeca Oliva como su guardaespaldas. Interesante. ¿A lo mejor me quieres hacer alguna pregunta sobre ella? ¿Sobre su empresa? Conozco varios secretos que no debería saber", comenta Roonie Mendelson desesperado.

Ah, la confiable obsesión de los vampiros en sus primeros años de inmortalidad de hacerse notar. Según nuestra sicóloga, Elizabeth Jane, es parte del proceso y que hay que dejarlo correr su curso. Como cuando encierras a un cocainómano en un cuarto para que se desintoxique, pero con la diferencia de que un vampiro puede romper la camisa de fuerza y doblar los barrotes de las ventanas para salir a buscar su siguiente presa. Aunque, debo mencionar que en mi vida solo he conocido a un cocainómano en rehabilitación, mi tío Armando. Cuando él estaba en recuperación parecía como si podría atravesar las puertas a punta de fuerza bruta. Nunca lo consiguió, curiosamente.

Los vampiros de la calle AbastosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora