Capítulo 14 - Cuando calla la razón hablan las armas

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Blaime

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Blaime

Salgo de la sala empuñando mi pistola y con los cinco sentidos alerta. En el exterior, el caos. Una marea de gente corre despavorida por el pasillo hacia las entrañas del hospital impidéndome ver nada, huyendo de algo. Para cuando consigo localizar la amenaza la situación está a punto de salirse de control.

Cuatro hombres armados con machetes han conseguido burlar la seguridad, si es que a lo que tenemos aquí se le puede llamar seguridad, y ahora retienen a la doctora Chelsea que hace todo lo posible por huir de la brutalidad y el horror que provocan esos bastardos. Uno la sujeta por el pelo y le repite al oído inyenzi, cucaracha en su idioma mientras los otros tres forman un perímetro alrededor del cazador y su presa.

En el suelo yacen los cuerpos de dos personas, dos enfermeras ruandesas cosidas a machetazos a las que no les ha dado tiempo a huir de la barbarie. La escena me repugna. Una oleada de adrenalina se dispara por mis venas acelerándome el pulso. Acabaría con todos ellos sin dudarlo y aquí mismo de no ser porque desde mi posición no tengo seguro un tiro limpio, eso es lo que me frena, que me puedo llevar por delante la vida de una inocente.

Aprovechando el desconcierto reinante, me acerco todo lo que puedo empuñando mi arma hasta que uno de esos cabrones me hace frente amenazándome con un machete y obligándome a ceder varios de los metros que he ganado en mi avance. Vale, toca mantener la cabeza fría, todo depende de mi.

—HAGARARA— Lo primero que me enseñaron a decir en kinyarwanda, deténgase. Pero como era de esperar no lo hacen.

Ignorando mi orden, tres de ellos amenazan e insultan a la doctora mientras un cuarto continúa en una posición más avanzada cortándome el paso. Son mis gritos lo que han debido alertar a Jerome, al que oigo repetir a mis 6 aún más encendido que yo.

—HAGARARA— Su furia manifestándose a mi espalda mientras en mi cabeza hago cálculos del ángulo, la posición, la distancia, el número de atacantes, mi munición, el tiempo, la tensión... La situación es delicada. No me puedo permitir fallar.

Pero mientras valoro todas las posibilidades de un rescate limpio, de la nada, surge ella.

Haciendo gala del valor más grande que haya visto en nadie de occidente aquí, aparece Sheyla, que en un rápido movimiento consigue burlar el cerco de los cuatro atacantes para asestarle un golpe en la cabeza con un objeto contundente al que retiene a Chelsea, logrando liberarla. Por un momento hasta me cuesta creer lo que ven mis ojos ¿Le acaba de golpear en la cabeza a un miliciano con un orinal?

Pero lo cierto es que por muy ridículo que suene, ella sola ha conseguido lo que dos soldados de la ONU entrenados para el combate no hemos logrado a punta de pistola. Viéndose libre de sus captores, Chelsea corre hacia mi en un intento desesperado por ponerse a salvo. Y así como llega a mi altura la aparto hacia la puerta del pabellón que tengo a mi izquierda ordenándole:

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