Capítulo 33 - Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra

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Blaime

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Blaime

Sin preguntar al mensajero, me dirijo hacia el despacho de mi superior. Por los pasillos del cuartel advierto las miradas de algunos de mis compañeros que ya me van apercibiendo de lo que me espera. Aunque no tengo ni la menor idea del por qué Diaye quiere verme, ya me puedo figurar que no se trata de nada bueno.

Y es que el instinto no falla. En cuanto abro la puerta de su despacho, me encuentro con el imbécil de Mark, sentado cómodamente delante de Diaye, con un gesto de suficiencia que me envenena. Inmediatamente, una oleada de adrenalina se dispara por mis venas de forma imparable. Cuánto desearía agarrarlo del cuello y partirle la cara, golpe tras golpe, hasta que no lo pudiera reconocer ni su madre... Pero me tengo que calmar, sobre todo delante de Diaye. La cuestión ahora es, ¿Qué mierda hace este imbécil aquí?

Manteniéndome en mi sitio, me cuadro ante mi capitán, ignorando la presencia de ese pedazo de mierda, como si no estuviera.

—Buenos días, señor, ¿Quería verme?

Diaye, sentado tras su mesa con las manos entrelazadas y el semblante serio, me dedica una mirada hastiada devolviéndome el saludo.

—Buenos días Sanders. Lo mandé llamar porque el señor Dumont ha venido a denunciar un acto de abuso de poder por su parte, al extralimitarse en sus funciones en la noche de ayer, interviniendo en una conversación privada que mantenía el doctor con un miembro del personal sanitario— ¿QUÉ? ¿Ese payaso ha tenido los huevos de venir hasta aquí para joderme? Ahora sí que me corroe la rabia. La noto arder bajo mi piel. Pero aún con todo, me mantengo firme, como si esto no me importara. Por el contrario Diaye se muestra relajado, es más, hasta parece aburrirle el tema. Pero como su deber es aclarar este asunto, continúa —Dígame, sargento, ¿ha llevado a cabo dicho abuso de poder?— Por el tono que emplea al preguntármelo, puedo entrever que su posición es la de poner en tela de juicio las palabras de ese imbécil.

—No señor— Respondo tajante, permaneciendo en mi posición, impasible. Pero como era de esperar, ese payaso no se queda callado y me contradice.

—¡Oh, vamos Sanders!— Oír mi apellido en su boca me envenena todavía más, ¿Qué confianzas son esas? —¡No mienta, había testigos...— Mierda... ¿Los había? ¿Había alguien además de Sheyla, ese imbécil y yo en el pasillo? Joder... Ni siquiera lo recuerdo.

No sé si es por efecto de la resaca o porque en ese momento se me activó el mecanismo de defensa, como si el cerebro se me desconectara y dejara de regir la lógica para dar paso al instinto, pero el caso es, que no soy capaz de recordar detalles como el de que hubiera alguien más en ese momento. Y al no poder recordarlo, tampoco puedo desmentirlo...

Una gota de sudor ardiendo como queroseno me recorre la columna, viendo cómo una vez más, pierdo la batalla ante este gilipollas. Mi ascenso está en la cuerda floja, y lo más probable es que además me caiga una sanción por haberle puesto una mano encima. Ahora sí que estoy jodido...

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