28. Mónica

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Vera apretaba la mano de Enzo en aquel amplio y luminoso salón de la casa de los Abella Aguilar. Mónica le había pedido a María que jugara con Andrés hasta que ella la avisara, porque primero ella tenía que hablar muchas cosas con Enzo. La niña se fue a jugar con su hermano, que tenía un año y pocos meses, a regañadientes, porque lo que de verdad quería era estar con ése hermano mayor del que había llegado a creer que era como los Reyes Magos: no los ves, pero están ahí.

A Enzo se le saltaban las lágrimas todavía, respirando el aire de esa casa, viendo cómo Mónica hablaba a los pequeños y Vera, incansable, intentaba calmarle a cada rato. Mónica estaba en la cocina, preparando café para los tres, muy nerviosa e incapaz de creerse que su hijo estuviera en el salón. Entonces Enzo se levantó y Vera fue tras él y al llegar allí, lo único que el chico hizo fue abrazar por detrás a su madre, y ambos volvieron a llorar.

—Lo siento... —Mónica se volvió y besó a Enzo varias veces en la mejilla. Luego le tendió la mano a Vera para que se acercara también—. Llevo tanto tiempo pensando qué haría cuando te viera, que sólo se me ha ocurrido prepararos café.

—¿Y si lo preparo yo y vosotros os sentáis aquí un rato?

—Gracias, Vera.

A ambos les pareció una buena idea. Se sentaron en la mesa de la cocina mientras Vera intentaba preparar un café medio decente. De vez en cuando, echaba una mirada de reojo a Enzo y a Mónica, que seguían cogidos de la mano. Se observaban como si acabaran de conocerse, pero a la vez, como si se conocieran desde siempre.

—Estás tan guapo...

—¿Y tú? Sabía que ibas a ser un bellezón...

—¿Recibiste mis cartas?

—Bueno, un poco tarde, pero sí.

—¿Por qué te las ha dado? —no hacía falta ser un lince para saber que Mónica se refería a su abuelo.

—La semana pasada murió, pero antes me dijo dónde podía encontrarlas. Las ha guardado todas.

—Imaginé que lo haría, pero también hubo veces que pensé que las rompería todas...

—Pues no, estaban enteras y sin abrir. Conservarlas fue lo único inteligente que hizo en su vida.

—No puedo decir que me apene su muerte.

—Ni yo. No sabes cómo lo he pasado al enterarme de todo esto. Toda mi vida preguntándome por qué, y resulta que... Dios...

—No pienses en eso ya, Enzo. A partir de hoy todo será diferente. Has venido aquí, con tu novia que es un encanto, y jamás voy a dejarte. Jamás te quise dejar. Lo sabes, ¿verdad? No me planteé nunca renunciar a ti, por muy feas que se me pusieran las cosas.

—Siento que lo pasaras tan mal.

Enzo metió la mano en la mochila que había dejado junto a su silla, en el suelo, y sacó un paquete pequeño de regalo. Se lo dio a su madre para que lo abriera y sonrió mientras ella lo hacía. Era un CD.

—Toco en un grupo de música. Nos llamamos FIRE 8 y te he grabado algunas canciones para que las escuches.

—¿De verdad tocas en un grupo?

—Sí.

—Dios mío... —Mónica se llevó la mano a la boca y sus ojos brillaron de nuevo, porque estaba a punto de ponerse a llorar— Siento haberme perdido tantas cosas, cariño.

—Bueno, como tú dices, no hay que pensar más en eso, ¿verdad?

—Verdad...

La cafetera comenzó a hacer ruido, señalando que el café estaba listo. Vera lo sirvió en tres tazas que había en la encimera y lo dejó sobre la mesa junto al azucarero y la leche. Mónica la invitó a sentarse con ella y con Enzo cuando teminó de servirlo todo, y ella se sobrecogió: aquella mujer era tan guapa y tenía tal brillo en la mirada, que costaba mirarla sin estremecerse.

Nunca digas siempre [COMPLETA]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن