7. Roto a pedazos

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—Te ha llamado la abuela.

Cuando entró por la puerta, Vera ya sabía que su madre la esperaba con los recados de la gente que había llamado por su cumpleaños. Y ella estaba convencida de que muchos de ellos lo habían hecho por la mañana, para no tener que hablar con ella, y simplemente que se diera por felicitada.

O al menos, eso es lo que Vera creía firmemente.

—Ah, ¿sí?

—Sí, ha dicho que se iba a un retiro y que por eso no podía llamarte esta noche, pero ha dicho que cuando vuelva vendrá a vernos. Y que, por supuesto, irá a tu recital.

—¿No se fue de retiro la semana pasada?

—Sí, pero ya la conoces. Ella cree en todas esas cosas del alineamiento de los chacras, las buenas vibraciones, estar en paz con uno mismo... Y es feliz así.

—Ojalá a mí me valiera con eso.

—¿Qué te pasa?

—¿No ha llamado nadie más? ¿Nadie de mi otro colegio?

Carmen guardó un silencio con el que, sin querer, anunció su respuesta. "No, Vera, no han llamado. Esa gente que se hacían llamar "amigos" pasan de ti. Deja de esperarles cada cumpleaños, cada Navidad...".

—No han llamado, pero seguramente ellos también tuvieran colegio hoy.

—En mi móvil hay cero mensajes.

—Cariño... Quizá... Quizá están molestos, ¿no crees?

—¿A qué te refieres?

—Tú tampoco eres muy de llamar, ¿no? Y desde que llegaste te esforzaste mucho por hacer nuevos amigos aquí, es cierto, pero quizá descuidaste los que ya tenías.

—Si no nos hubiéramos mudado, no tendría que haber descuidado nada. Estaba harta de llamar a mis amigas y que siempre me contaran cosas de clase o los cotilleos del fin de semana, porque yo no estaba nunca y me sentía fuera de lugar.

—Entiendo, entiendo...

Carmen no quería discutir con Vera. Sabía que la actitud de su hija no estaba siendo la mejor, y que quizá si cambiara un poco, si se dejara llevar, las cosas podrían empezar a irle mejor. Estaba deseando decírselo, pero por no obtener más reproches por su parte, se calló como tantas otras veces.

—¿Sabes qué creo?

—¿Qué?

—Que deberíamos ir de compras. Podemos buscarte algo de ropa, yo te la regalo por tu cumpleaños, ¿te parece?

—Mejor otro día, mamá, hoy estoy cansada.

—Vamos, Vera... Tengamos una tarde de chicas, ¿vale? Como antes de mudarnos.

Era cierto. Antes de cambiarse de ciudad, Vera y su madre tenían muchas tardes de chicas: tardes para ir a la peluquería, de compras o a tomar un helado. Tardes en las que se sentían más amigas que madre e hija. Vera recordaba que le encantaba que su relación con su madre fuera así, pero en realidad las cosas habían cambiado mucho en los últimos meses.

—La verdad es que hoy tengo clase de chelo, mamá.

—Oh... Es verdad. Con todo esto de tu cumpleaños ni me había acordado.

—Pero no pasa nada, está bien que me lo hayas propuesto. Una tarde de estas, en las que no tenga clase ni deberes, podemos hacer tarde de chicas —Vera sonrió, no quería desilusionar a su madre.

—Claro que sí, anda, deja tus cosas y ponte a comer, que yo te llevo a la academia hoy.

Cuando Vera salió de la cocina, Carmen respiró hondo, en parte, satisfecha porque su hija hubiera preferido la clase de chelo a cualquier otro plan. Y es que sólo había una cosa de su vida en la otra ciudad que no había abandonado, y esa era su pasión por aquel instrumento: en cuanto llegó estuvo buscando diferentes academias para apuntarse a clases y preparar las pruebas de acceso al conservatorio.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Where stories live. Discover now