21. La carta

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Aunque fue el recital más perfecto que cualquier alumno de Academia hubiera podido desear, con saludo al público inclinando la cabeza y todo, con aplausos de esos que dejan las manos rojas y hasta un bis final, lo cierto fue que el final del día no estuvo, ni mucho menos, a la altura.

La cena en el sitio fantástico de al menos un tenedor, iba a tener que esperar, porque justo cuando salieron a la calle, Vera vio cómo Enzo se marchaba con su moto, demasiado rápido, después de recibir una llamada que había arruinado aquella perfección en la que llevaban viviendo una semana. Una llamada que les bajó de la nube de golpe, sin piedad ni anestesia.

Al abuelo de Enzo le había dado un infarto y estaba muy grave en el hospital. Fue totalmente lógico que quisiera reunirse con su familia en ese momento, pero a Vera nada le habría gustado más que ir con él.

Aunque comprendió, finalmente, que no era el momento.

"Te llamo más tarde, ¿vale? Te quiero". Eso fue lo último que dijo.

De: Enzo

Para: Vera

Mensaje: Las llaman salas de espera por no decir salas que des-esperan. Ya sé por qué no me gustan los hospitales. Me estoy quedando sin batería, no sé cuándo podré llamarte.

De: Vera

Para: Enzo

Mensaje: A cualquier hora, ya lo sabes.

De: Enzo

Para: Vera

Mensaje: Te quiero. Y has estado maravillosa hoy.

De: Vera

Para: Enzo

Mensaje: Tú has hecho que me sienta maravillosa, como siempre. Te quiero.

Enzo no contestó a ese último mensaje. Quizá justo había llegado un médico a la sala donde él, su padre, su madrastra y la esposa de su abuelo aguardaban noticias. Y efectivamente, así fue, pero lo que ninguno de los cuatro esperaba era que el patriarca quisiera ver antes que a nadie, a su único nieto.

—Hola, abuelo.

—Enzo... —el gran Jaime Arias estaba postrado en una cama con un montón de tubos y máquinas que controlaban sus constantes vitales, su respiración y la cantidad de oxígeno que le llegaba desde la mascarilla, que se quitó nada más ver a su nieto aparecer por la puerta. Daba pena porque, por una vez en su vida, parecía indefenso— ¿Sabes que ése nombre es italiano?

—Lo sé, abuelo.

—Lo siento, hijo. Lo siento mucho.

—No pasa nada, abuelo, vas a ponerte bien. Todo se va a quedar en un susto, ya verás.

—Mentira. Me estoy muriendo. Lo sé. Lo sé desde hace semanas.

—¿Pero qué dices?

—No tengo mucho tiempo. Tenía que pedirte perdón antes. Y tenía que contarte algo importante.

—¿Algo importante? No me hagas que te prometa que voy a estudiar Derecho...

A Jaime le dio por reír y después de la risa, hubo un ataque de tos, con el que Enzo se asustó, pero del que el abuelo se estabilizó pronto, sólo con respirar un poco más del aire vital de la mascarilla.

—Necesito que sepas algo —dijo, después de quitársela otra vez—. Mira el bolsillo de mi chaqueta. Ahí hay una carta. La escribí hace unos días para ti.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Where stories live. Discover now