Capítulo 15: ¡Lucía! Soy Carlos, ¿estás ahí?

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-Iré, pero tú te quedas aquí -le dije al "médico".

-¿Ah sí? Y, ¿cómo piensas entrar? -me contestó.

-Ya me encargaré yo de entrar sea como sea, el amor lo puede todo. -le respondí mientras me dirigía a la nave.

Las manos me sudaban demasiado, estaba muy nervioso. Era como si fuera a ver a esa chica por primera vez y, no era así. Creo que, después de mi madre, era la mujer con la que más tiempo había pasado en mi vida. Aunque cuanto más me acercaba, más nervioso me ponía. Tal vez, no la temía a ella, sino al hecho de que no estuviera allí y todo fuera mentira.

Al igual que cuando estuve en esa habitación a punto de morir, se me pasaron todos los momentos buenos y malos vividos con ella. Desde que la conocí, hasta el último día que la vi. Por eso, pensé en cómo hubiera sido mi vida si no la hubiera conocido. A lo mejor, no estaría aquí o si estuviera aquí, no sabría por qué luchar. Todo este sacrificio había merecido la pena por ella. Yo, el chico más vago y perezoso que existe en la faz de la Tierra, no hubiera hecho nada en la habitación, de no ser por ella. Lo más seguro es que hubiera muerto del hambre, comido por las lombrices o los bichos que se encargan de comerse los cuerpo muertos.

Llegué a la nave que, a diferencia de lo que me dijo el "médico", estaba abierta. Aunque estaba oscura, la luz que entraba por las ventanas hacia posible que se pudiera ver por dónde o hacia dónde me dirigía. No quería parecer uno de ellos, no iba a gritar: "Lucía, soy Carlos." Porque si lucía me oyera, lo más seguro es que pensaría que soy uno de los suyos que le estoy mintiendo de nuevo. No tenía prisas, si, como me había dicho el "médico, Lucía estaba allí, la acabaría encontrando tarde o temprano. 

La distribución de la nave era la misma en todos sus pasillo. Unas cuatro habitaciones por pasillo, de las cuales dos estaban vacías, y el resto eran habitaciones dentro de habitaciones, como en la que yo había estado. Todos los ordenadores estaban apagado, únicamente el mío parecía ser el encendido. Cruzé el pasillo en el que yo había sido secuestrado, cuando entré en una habitación que tenía un ordenador con toda la información de Lucía. También tenía una habitación pequeña dentro de ella. Ahora sí, había encontrado a Lucía.

Estaba seguro de que se encontraba dentro de esa habitación. Aunque la técnica de mi padre de la cuerda no creo que fuese a funcionar con ella. De todos modos, no tenía cuerda ni nada que poder lanzarle para que saliera. No estaba seguro de ello, pero me decidí a gritarle aquello que realmente no quería.

-¡Lucía! Soy Carlos, ¿estás ahí?

No recibí respuesta alguna. Puede que como el "médico" y la mujer habían salido de la nave, no había habido nadie que le tirara la comida y, tal vez, estaba a punto de morir por el hambre. Fui en busca de comida. Si a mí me la lanzaron, ¿por qué no a ella? Además la comida tenía que estar aquí porque no me los imaginaba cruzando el desierto que se encontraba fuera de la nave sólo para ir a buscar nuestra comida. Encontré una habitación con cajas blancas, cómo no. Lo peor de todo es que no tenían carteles y tuve que abrir todas para descubrir cuál era el correcto. Al abrir el primero me encontré inyecciones. Puede que fuesen esas inyecciones las que me clavaron para que me quedara dormido. Por ello, cogí dos por si acaso tenía que clavárselas al "médico" y a la mujer para escapar de allí. A la segunda acerté, raro en mí eso de tener suerte, agua y bocadillo. Volví corriendo a la habitación, y todo seguía igual. Le lanzé todo de la manera más suave posible para que, si se encontraba débil, el impacto de la botella y el bocadillo, le hiciera más daño. Tras el sonido de todo eso cayendo, no oí nada más y Lucía, precisamente, no era de las que no hacía ruido. Recuerdo una vez en clase, cuando estábamos haciendo un examen y ella ya había acabado, todo estaba en silencio, hasta que no pudo hacer má ruido guardando los bolis y saliendo por la muerte. Todo el mundo estaba enfadado porque le había desconcentrado, pero yo me estaba partiendo de la risa porque era simplemente ella, Lucía. 

Sin darme cuenta, estaba sentado, apoyado sobre una de las paredes de la habitación llorando. Cada recuerdo vivido con ella era una lágrima que salía por mis ojos. Todo había llegado a su fin, no había nada que hacer. Estaba allí, sí, pero ya ni me oiría ni me vería más y, lo que es peor, ya no la sentiría más entre mis brazos. Mientras trataba de secarme las lágrimas con los brazo, ví cómo una sombra pasaba por la puerta y me decidí a ir en su busca. Al salir de la habitación, recibí un golpe que me hizo caer al suelo.

La elecciónWhere stories live. Discover now