Capítulo 4: Problemas

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Me levanté demasiado temprano. Me giré de la cama y pude ver cómo el reloj marcaba las seis pasadas de la mañana, cuando hasta las siete no tenía por qué levantarme. Sin embargo, siempre que me despierto, me desvelo y no consigo volver a coger el sueño. Tampoco es que tuviera nada que hacer a esas horas tan intespectivas de la mañana pero creo que sabía por qué no podía dormir.

No sé si al resto de la humanidad le ocurre pero a mí, cuando tengo un problema, lo mejor que me viene es dormir. Puede que parezca algo muy obvio para los demás pero para mí, al principio, no lo era. Pensaba que si dormía no iba a acabar con el problema porque iba a seguir estando ahí. Me dí cuenta de que estaba equivocado cuando no conseguía quedarme con nada de lo que el maldito libro de Historia trataba de contarme, me estaba enfadando mucho y la verdad es que no es algo que me suela ocurrir muy a menudo, eso de enfadarme con libros, soy más de enfadarme con personas. Al día siguiente, me levanté a la misma hora que hoy, minuto arriba minuto abajo, abrí el libro y, no sé cómo, entendí todo lo que ponía y me lo conseguí estudiar. Finalmente, suspendí el examen aunque esa anécdota me sirvió para saber que un problema siempre es mejor cuando hay un descanso de por medio. Lo ves todo más claro y lo comprendes todo como si el día anterior no hubiera exitido, si quiera.

Esto no lo cuento por contar. Me había acostado con un problema pero, por desgracia, éste no era como el resto. Me había levantado, o mejor dicho desvelado, y el problema seguía acaparando el 100% de mi mente. Seguía pensando en el hombre que nos persiguió, en el coche que vi frente a mi casa puerta y, sobretodo, en el "tenemos que hablar."

Cuando llegué a clase, la vi allí. Estaba como siempre en primera fila, era el único defecto que tenía, yo odiaba estar en primera fila, era como echarle chocolate por encima a una tarta de chocolate rellena de chocolate, es decir, empalagoso. Solía llegar yo más tarde, por lo que siempre me acercaba para saludarla. Esta vez no lo hice, ya que creía inapropiado acercarme y besarla como si nada hubiera pasado. Me senté en última fila, donde a mí me gustaba estar, y esperé a ver si quería hablar conmigo. No la miraba directamente, pero sabía que estaba sentada porque la podía ver por encima de mi flequillo. De repente, se levantó y vi como se acercaba a mí. Levanté la mirada para poder ver con más claridad su expresión facial, es decir, si estaba enfadada o no. Sin dejarme tiempo a reaccionar sobre su estado de ánimo, me besó y me preguntó cómo estaba, como si nada hubiera pasado. En ese momento, Lucía era el claro ejemplo de que durmiendo se solucionan los problemas. Aunque, realmente, no me agradaba la idea de que obviara el "tenemos que hablar." Había una parte de mí que me decía que le preguntara por ello, pero otra, en cambio, no quería sacar el tema porque sabía que sacar el tema podría povocar el final.

A la salida, la acompañe a su casa como siempre. Esta vez, traté de no ser tan descarado, aunque seguía notando la presencia de un ser extraño detrás nuestra, aunque si con un solo día se había enfadado, no quería saber cómo se podía poner si me giraba tanto hacia atrás durante dos días seguidos. La despedida fue un poco engañosa, los dos sabíamos que teníamos que hablar sobre ayer pero, realmente, ninguno queríamos. Podríamos borrar "fácilmente" ese día de nuestra relación. Es más, siempre que nos preguntaran por cuánto tiempo llevábamos juntos, podríamos decir que tres meses menos un día.

Volviendo a casa, notaba la misma presencia extraña que nos perseguía antes. Andaba más y más rápido, me pisaba los talones, hasta que me giré y no vi nada, sólo una sombra girando la esquina para meterse en una calle más estrecha. No sabía si hacía lo correcto o no pero me metí por esa calle. Vi como al final de ella había un hombre corriendo. Llevaba vaqueros, los cuales parecían que venía de estar revolcándose en el barro como los cerdos, y también llevaba una sudadera roja. Eso era lo más raro, puesto que estábamos en primavera, aunque realmente estábamos casi en verano. Es decir, llevaba esa sudadera porque estaba tratando de ocultar su identidad. Fuera quién fuera no quería que supiera de quién se trataba.

Corrí por la calle, lo cual me provocó el cruce de miradas raras de la gente, lo cual odiaba totalmente, aunque todo fuera por descubri quien era la persona que nos seguía. Llegué al final de la calle que daba a la avenida, lo que provocó un mayor cúmulo de personas, aunque buscar a alguien con sudadera roja y pantalones embarronados en verano no iba a ser muy difícil. Miré por todos lados de la acera, cuando, de repente, lo vi. Estaba entrando en un coche, el cual me resultaba familiar. Era el cocho que estaba frente a mi casa anoche. Se trataba del mismo coche, es decir, no eran casualidades, estaban relacionados. Pero, ¿por qué iban a querer espiarme a mí un hombre con sudadera roja y vaqueros embarronados y un coche con los cristales tintados?

La elecciónWhere stories live. Discover now