Capítulo 2: El Genio Incomprendido

108 20 38
                                    

—¡Maldita sea!

     El eco chirriante de la puerta corrediza bien podía equivaler a aquel espantoso sonido cacofónico producido por unas uñas arañando una pizarra de tiza. La mencionada puerta llevaba hacia un depósito de mediano tamaño en donde se guardaban los libros que tenían algún tipo de defecto para su posterior restauración. En vista de que las elecciones de los miembros del comité universitario habían terminado recientemente, detalles como la reparación de la infraestructura del edificio habían quedado rezagados hasta nuevo aviso.

     —Es la enésima vez que esta maldita puerta se traba y nadie la repara hasta ahora, ¿creen que esto también es parte de mi trabajo?

     El sudor corría por su frente por el esfuerzo e intentaba secárselo con la manga de la casaca hasta que, por último, se rindió, lanzándole una patada que resonó, seguramente, por los corredores adyacentes. Nadie que pasara por ahí se sorprendería demasiado por el ruido, pues era vox populi que el estudiante que trabajaba en ese lugar no tenía, exactamente, la paciencia de una madre de un niño de cuatro años.

     —Tranquilízate ya, vas a espantar a los alumnos con tu aura maligna.

     —No es mi culpa haber nacido con esta cara —comentó con ironía.

     Resopló irritado con las manos en la cintura, observando cómo la obstinada puerta se quedaba atascada justo a la mitad del umbral, en su opinión, a manera de burla. Solo él podía ser protagonista de ese tipo de situaciones.

     —Al diablo con todo, me voy de aquí —exclamó lanzando el mandil a un lado—. No puedo estar perdiendo mi tiempo cuando tenemos examen de entrada.

     —¿Tuviste tiempo de estudiar?

     —Felizmente sí; anoche me encerré en mi cuarto y pude terminar de estudiar a eso de las cuatro de la mañana.

     Su interlocutor alzó una ceja denotando un alto grado de desconcierto.

     —¿Por qué me miras así?

     —Escucha, sé cuánto necesitas trabajar y también estudiar, naturalmente, pero vas a terminar matándote uno de estos días.

     —Por favor, Sehyoon, no empieces de nuevo.

     —No, sí empiezo porque me preocupas. Jun y yo no sabemos qué más hacer para convencerte de que tienes que parar y darte un descanso.

     —¿Descanso? —repitió como si fuera casi una palabra escabrosa—. Si de pronto decidiera descansar, ¿quién crees que pagaría Rainbow?

     —Lo sé; lo entiendo, pero...

     —No, a veces parece que no entendieras —expresó molesto—; ni tú ni Jun entienden.

     —Pero muchas veces te hemos dicho que podemos ayudarte con eso.

     —Y te repito lo mismo de siempre: no aceptaré ese tipo de ayuda.

     Como de costumbre, Sehyoon terminó por rendirse en lo que esperaba que fuera una incitación a que su mejor amigo dejara de abusar de su cuerpo y mente con la manera casi enfermiza en la que estudiaba y trabajaba sin parar. Preocupado, resolvió que debería volver a hablar con Junhee al respecto, pues a veces solía hacerle un poco más de caso a él; en especial, cuando lo amenazaba con pasarle su número de celular a unas insistentes chicas que formaban, para su desgracia, su insólito club de fans. No entendía cómo podían existir mujeres tan dementes como para fijarse en alguien como él con cero sentido del romanticismo y una constante expresión espeluznante: no solo por su mal carácter, sino también por las escasas horas de sueño.

La Némesis del ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora