Capítulo 1: El Niño Genio

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A paso de trote, terminó de recorrer los escasos metros que lo separaban de la acogedora casa contigua que conocía tanto como la suya propia. Se plantó justo enfrente del gran enrejado de metal que incontables veces había atravesado a cualquier hora del día, pero que, a pesar de la confianza, nunca se atrevía a cruzar sin haber sido invitado por uno de los miembros de esa familia. 

     Tocó el timbre una sola vez y, al no recibir respuesta, como solía hacer desde que eran niños, se paró derecho, tomó aire y colocó las manos a ambos lados de la boca simulando un megáfono.

     —¡Kim Byeongkwan!

     Ni bien hubo exclamado el nombre de su mejor amigo, este se asomó por la ventana con una rebanada de pan sostenida entre los dientes y un vaso de leche en la mano. Con la otra, le hizo un gesto que indicaba claramente que esperase un momento, ante lo cual, el otro respondió con un gesto de exasperación.

     —No puede ser posible —susurró para sí mismo negando repetidas veces con la cabeza.

     La puerta finalmente se abrió y un jovencito de cabello grisáceo avanzó hacia él a la vez que inspeccionaba el contenido de su mochila para verificar si no olvidaba nada. Mientras cerraba la reja tras de sí, ya esperaba casi por inercia el habitual regaño de parte de su amigo de la infancia. Tres, dos, uno...

     —¿Quieres que lleguemos tarde a nuestro primer día de clases? ¿Y qué hay con ese cabello? ¿Te pasaste el peine por lo menos una vez?

     A veces se preguntaba si su amigo en verdad era menor que él.

     —No te preocupes, estamos a tiempo aún —respondió ignorando las dos últimas preguntas, mientras se colocaba una de sus casacas preferidas color verde limón—. ¿Te gusta mi outfit?

     Desde siempre la cábala de Byeongkwan había sido vestirse con sus prendas favoritas al pisar un lugar nuevo; en especial, ahora que empezarían una nueva etapa de sus vidas, conocerían a nuevas personas y vivirían aventuras emocionantes. O eso quería pensar.

     —Sí, me gusta tu vestuario —pronunció recalcando bien la última palabra—. Ya te he dicho que hables con propiedad, somos universitarios ahora, ¿entiendes?

     —Entiendo —contestó con voz cansada, más que acostumbrado a la actitud de su amigo.

     Sí, su emoción era tan evidente que no pudo evitar sonreír ligeramente aun después de haberlo regañado. Sería hipócrita de su parte negar que él también se encontraba emocionado porque al fin cumpliría su sueño de ir a la mejor y más prestigiosa universidad del país. Adentrarse en el mundo universitario había sido una de sus más anheladas fantasías desde que tenía uso de razón y descubrió lo que era estudiar.

     Al fin se disponían a avanzar cuando, de repente, un chirrido de llantas violentó el silencio representativo del lujoso barrio. Un deportivo rojizo pasó muy cerca de ellos con un sexagenario tatuado al volante y una chica muy joven como copiloto. Los dos gritaron una serie de barbaridades en los pocos segundos que duró su tránsito por esa calle, dada la velocidad a la que iban, hasta desaparecer en el anonimato.

     —No sé tú, pero eso me asustó, Channie.

     —Ay, por favor, gente de ese tipo siempre va a existir, incluso en nuestro barrio. Somos universitarios ahora, no puedes asustarte por tonterías así. ¿Ya no recuerdas acaso al cuarteto ese que nos hacía bullying a inicios de secundaria?

     —Cómo olvidarlo... —murmuró con voz tenue y suavizando la mirada—. Todo duró dos semanas, ya que le diste uno de tus sermones terroríficos al líder y junto con sus secuaces huyeron despavoridos.

La Némesis del ArcoírisWhere stories live. Discover now