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La llegada a España

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Atena

El frío eriza mi piel desnuda, su aliento cálido descansa en mi cuello y su respiración va al compás de sus latidos acelerados. Posa sus manos en mis caderas, subiendo lentamente acariciando cada centímetro hasta llegar a mis pechos. Toma uno y acaricia mi pezón erecto haciéndome jadear por el contacto. Sus húmedos labios dejan besos en mi cuello y le da un pequeño mordisco a mi oreja.

—Este es el pecado que tanto anhelas, Atena. —susurra en mi oído.

<Y odio desearlo tanto>

Su dura erección hace contacto con mi trasero, y la humedad en mi entrepierna hace acto de presencia. Trago duro al sentir como su mano baja hasta mi sexo, y hace círculos por mi clítoris, haciéndome ver las llamas del placer que amenaza por envolverme. Giro sobre mí eje y su silueta se va a aclarando en la oscuridad.

<No puedo desearlo, aunque sea correcto, no quiero hacerlo>

—Acéptalo. Me deseas, me quieres. —toma mi mejilla—. Es el destino y no podrás cambiarlo.

Acerca sus labios lentamente, la ansiedad y la emoción por tenerlos sobre los míos son incontrolables, <Quiero que me bese, quiero sentirlo>. Los latidos de mi corazón se aceleran más cuando me toma de la cintura y me acerca con posesividad.

—Eres mi alma. Deja de rechazarme y acepta quemarte en las llamas conmigo...

Los deseo, lo deseo como la primera vez que lo vi y supe la verdad. Sus labios están apunto de rozar los míos.

¡Atena!

Abro los ojos y me incorporo alarmada, con la respiración acelerada, y con un ataque de nervios. La imagen de mi hermano frente a mi burlón me hace ver el perímetro. Estaba en la limusina y Azael es el único que está aquí.

¿Donde está...?

<Maldición, fue un sueño>. Me relajo y suelto un suspiro cargado de frustración y la boba sonrisa de Azael no ayuda.

—Ya pensaba que te habías muerto, picarona. —dice alejándose hacia la puerta—. Llegamos hace diez minutos pero estabas tan ocupada soñando como te follaban que ni cuenta te diste.

—Deja de decir estupideces.

—Claro, por qué soy yo el que tiene los pezones erectos. —dice saliendo de la limusina.

—Yo no... —corto las palabras al ver mis pezones erectos, haciéndose notar por la camiseta blanca que llevo puesta.

<Maldita sea. Otra vez, no.>. Busco y encuentro la chaqueta de cuero, me la pongo con rapidez y salgo de la limusina. El sol impacta en mi rostro, y la brisa cálida de España me da la bienvenida.

—Con que teniendo sueños húmedos, eh, pecadora. —canturrea mi hermano burlón, cruzado de brazos.

Solo lleva una camiseta gris, unos vaqueros desgastados y el cabello desordenado como siempre. Le doy un golpe en el brazo.

Híbridos #3Where stories live. Discover now