Tenía que apretar el gatillo, sólo debía apretarlo para terminar con todo, debía hacerlo o sería demasiado tarde. Allí estaba Antonio, conteniendo el aliento sin saber si era todo parte de una ilusión o la realidad. Estaba de pie, con los músculos tensos por la sorpresa, los ojos verdes inquietos estudiándolo, el cabello castaño desordenado, la pequeña cruz de madera colgando en su cuello, tan apuesto como lo recordaba y aún más debido a la dolorosa sensación de nostalgia que se apoderaba de su cuerpo.

El brazo que estaba luchando por mantener extendido comenzó a temblarle contra su voluntad. Antonio sonrió, sonrió con los ojos vidriosos.

—Lovi, eres tú —dio un paso hacia adelante.

Lovino retrocedió y volvió a ponerse en posición recuperándose de la sorpresa inicial que le había hecho bajar la guardia, aquella sonrisa y las palabras dirigidas a él. Antonio notó el arma por primera vez, sólo la visión de Lovino había sido suficiente para que olvidara lo demás. Volvió la mirada del arma a Lovino con una nueva intensidad y dió un paso al frente nuevamente.

—¡Quédate quieto, maldición! ¡No... No te acerques!

—No, Lovi.

Volvió a dar un nuevo paso y Lovino sintió que estaba perdiendo el control de toda la situación.

—¡Voy a disparar! ¡No te muevas!

Antonio ignoró el revólver apuntando directo a él concentrado en las lágrimas que habían empezado a correr por el rostro de Lovino sin que él se diera cuenta.

Cuando la distancia entre ambos fue insostenible y supo que si Antonio lo alcanzaba perdería toda posibilidad cerró los ojos y apretó el gatillo. El estruendo lo hizo volver a abrirlos espantado de su propia acción sintiendo una oleada de pánico.

La bala había pasado silbando por el costado de Antonio haciendo estallar la olla sobre las hornallas. Ambos se habían quedado conteniendo el aliento por un instante. Lovino nunca había fallado un tiro, menos uno a tan corta distancia. Antonio, al ver que no estaba herido ni corría peligro, terminó con las dudas. Caminó con decisión hacia él y antes de que Lovino pudiera hacer algo más que entrar en desesperación lo rodeó con sus brazos y lo mantuvo presionado contra su pecho en un abrazo que decía más de lo que podía expresar.

—Lovi, mi amor, pensé que nunca te volvería a ver pero aquí estás.

Lovino no pudo ofrecer resistencia, todo las emociones que lo habían llevado formar un muro para contener el dolor se derrumbaron. Se aferró a Antonio cerrando los puños y sollozando contra su voluntad. No podía admitirse a sí mismo que había extrañado el calor que irradiaba su piel, el latir ensordecedor de su corazón en el pecho, el aroma a flores y tierra que emanaba y la abrumadora sensación de estar a salvo que impregnaba en él.

—Cuando te atraparon y te alejaron de mí no sabía cómo volver a estar contigo. Iba a entregarme, estuve a punto de declararme culpable de los crímenes que no cometí para que me llevaran contigo a prisión aunque era una locura. A pesar de que había pocas chances de que nos enviaran al mismo lugar tenía que intentarlo. No llegué a hacerlo, Gilbert me hizo saber que habían escapado, corrí aquí, esperando encontrarlos pero no tenía idea de cómo contactarlos, no tenía ninguna pista de dónde habían ido. Esperé, esperé y esperé. Estuve esperando todo este tiempo alguna señal, algún mensaje, alguna forma de encontrarte. Estaba perdiendo la esperanza, Lovi, pero estás aquí, realmente estás aquí.

—Bastardo —se ocultó en su pecho tratando de calmar su respiración. Quería creer aquello, quería creer en él—. Tú nos traicionaste, nos vendiste...

—No, mi amor, no —se apartó levemente para poder mirarlo a los ojos con seguridad—. Soy un idiota. No actué a tiempo, dudé demasiado pero no te traicioné, no podría haberlo hecho. No podía decirte lo que pasaba porque traicionaría a Gilbert pero debería haberte arrastrado fuera de allí, estuve culpandome cada segundo que estuviste lejos de mí preguntándome cómo debería haber actuado esa noche. No puedo perdonarme no haberte impedido ir a esa cena —volvió a apresarlo contra su pecho con miedo a que desapareciera de un segundo a otro y besó su frente—. Perdóname, mi amor, por favor.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora