Capítulo seis

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Capítulo seis.

Se ocultó tras la taza de café espresso apartando la vista de su hermano.

Feliciano, aparentemente concentrado en su pintura, lo observó por el rabillo del ojo. Con un realismo delicado le estaba dando las últimas pinceladas a un retrato de Ludwig representado como un caballero con una espada en un verde campo rodeado por blancos lirios del valle. Algo tan repulsivo que Lovino juraba que eso le había quitado el apetito y no el ramo de pensamientos blancos y naranjas que había aparecido en su balcón esa mañana y le había hecho sentir un extraño vacío en el estómago. Creyendo que su hermano no los había descubierto, había corrido a ponerlos en un vaso con agua y ocultado en su habitación. Ya no le quedaban floreros para guardar tantas flores como recibía y se estaba convirtiendo en un asunto más que molesto.

—¿Qué demonios quieres que te diga? —terminó por decir concentrado en los rayos de sol que entraban en el comedor en la tranquila mañana.

Vee~ Dame detalles, fratello ¿Cuándo comenzó a hablarte? ¿Hiciste algo para llamar su atención? Yo creo que es tu tipo ¿Lo vas a invitar a comer?

—¡Maldición, ya basta de tantas preguntas! Trabaja en frente, sólo eso ¡No sé qué le pasa por la cabeza! Es idiota, seguro es un pervertido. Tiene muy poca visión de negocios regalando su mercadería de esa manera —mintió guardándose el recuerdo de la noche en que lo había encontrado cantado bajo la lluvia. De todas formas tenía las mismas preguntas que su hermano. No sabía por qué estaba encima de él como las moscas a la miel, lo cual era una maldición y lo más tedioso que le había pasado en la vida, claro.

—Sigo sintiendo que lo he visto en algún lado —se llevó el pincel a la barbilla pensando y sonrió con inocencia— En fin, ¿lo invitarás a comer?

—¡Que no, mierda! —sorbió de su taza pensando en la idea de tenerlo en su casa cenando como si fuesen una familia feliz y se sonrojó. No podía pensar en esas cosas, no le atraía el florista en absoluto, para nada. En eso debía pensar.

—Pero, fratello... —lo miró desilusionado.

El timbre de la casa los hizo detener la discusión y dirigirse una mirada cómplice por un instante.

—¡Vooooy! —se levantó del taburete con tono alegre dejando el pincel y su delantal en una mesa auxiliar.

Feliciano dió algunos saltitos hasta la puerta y antes de abrirla llevó velozmente la mano al revólver en su cintura.

Al otro lado de la puerta, el alegre florista sonreía con inocencia. A Feliciano se le iluminó el rostro como un reflejo y se acomodó nuevamente el saco relajando la postura y ocultando el arma.

—Ah~ Signore florista, qué casualidad...

—¡Hola! No nos hemos presentado propiamente. Si no me equivoco debes ser el hermano de Lovi —le tendió la mano y Feliciano se la estrechó con suavidad—. Soy Antonio Fernández Carriedo, trabajo en la tienda aquí en frente, seguro me has visto.

—Claro que sí, eres el que le vende esas flores hermosas a Ludwig cada vez que pasa por aquí, no lo olvidaría —no dejó de notar la piel áspera de las manos por el trabajo con la tierra y guardó cuidadosamente en la memoria el nombre español—. Soy Feliciano, encantado de que finalmente nos hayamos presentado —sonrió de lado con una destello de malicia— ¡Loooovi~! ¡Alguien vino por tí... —llamó.

—¿Quién demonios es y qué haces llamándome así, Feliciano? —protestó caminando hacia la entrada intrigado por no haber oído el sonido del arma amortiguada ni el peso de un cuerpo desplomándose en su entrada. No estaban acostumbrados a recibir visitas sorpresa.

El lenguaje de las floresOnde as histórias ganham vida. Descobre agora