Capítulo dos

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Capítulo dos.

—Esta vez estuvo cerca.

El oficial Gilbert Beilschmidt subió los pies dentro de las pesadas botas a la mesa de madera logrando que los vasos llenos hasta el tope de cerveza vertieran parte de su contenido. Dejó caer la cabeza hacia atrás abatido por el largo día de trabajo.

—Lo siento, Gilbo, sólo te he estado trayendo problemas...

Antonio Fernández Carriedo, frente a él se llevó una mano a la nuca con una sonrisa avergonzada. Su ropa había conocido mejores épocas, y a pesar de su inagotable energía lucía cansado y desaliñado.

Gilbert volvió a inclinarse hacia adelante con una brillante sonrisa que dejaba ver sus dientes afilados y clavó sus peculiares ojos rojos en él.

—¡Nada de eso! No es nada que alguien tan genial como yo no pueda resolver —el aura de confianza a su alrededor era contagiosa, Antonio rompió en una carcajada agradecido— Vamos, brindemos por ello —ambos chocaron sus vasos de cerveza antes de darle un largo trago.

Hacía varios días que Antonio no bebía y la satisfacción que le produjo lo llevó a acabarse el contenido de una sola vez. Gilbert alzó una ceja sorprendido, solía ser él el mejor bebedor de los dos, negó con reprobación. Veía con claridad el estado de deterioro de su amigo que en otra época hubiese sido capaz de frenar a un toro directamente por los cuernos.

—Eh, Toño, no te contengas, hoy invito yo —hizo un gesto a uno de los meseros del lugar que ya lo conocía para que le trajera el plato de siempre—. Estás más flaco que la última vez.

Avergonzado, Antonio apartó la vista al suelo pero no borró la sonrisa de su rostro. Él lo sabía, sabía que no era el mismo de siempre.

—¿Te parece? —rió para tratar de distender la conversación— No me he dado cuenta...

La verdad era que estaba apenas ingiriendo una comida por día. Sabía que Gilbert, su amigo de la infancia, se preocupaba por él y bastaba con acercarse a su puerta para que le diera algo de dinero pero no podía hacerlo. Él había decidido seguir aquel camino por su cuenta, no podía vivir a costa de Gilbert por siempre, ya era suficiente con que lo protegiera en la comisaría. No quería ocasionar más problemas. Gilbert estaba sobrecargado de trabajo, estaba a punto de convertirse en padre, tenía sus propios asuntos de los que ocuparse y no quería convertirse en uno más de ellos.

—¿Qué harás? A este paso no creo que consigas los papeles, sinceramente... —lo analizó poniéndose más serio.

—Ya me las arreglaré. Sólo... No puedo volver.

—Bien, mientras piensas algo no salgas de mi jurisdicción. Si te encuentran sin documentos fuera de mi sector no podré protegerte. Hoy casi se me escapa de las manos...

—Lo siento, Gilbo, sólo estaba tocando la guitarra y cantando para conseguir algunas monedas. Pero sabes que cuando me concentro en la música se me olvida, hubiese podido escapar de esos policías si los hubiese visto doblar en la esquina, pero cuando estaban delante mío exigiendo mis papeles ya era tarde. Si salía corriendo empeoraría las cosas...

—Hiciste bien. Si todo llevaba a una persecución iba a ser un desastre. Estamos teniendo problemas en la zona —suspiró y dio un trago largo a su cerveza—. Todo está tenso y mis hombres están revisando a todos los transeúntes sospechosos.

—¿Parezco un transeúnte sospechoso? —bromeó y Gilbert negó con la cabeza riendo.

—En otra época te diría que no, pero como están las cosas...

En ese momento les sirvieron la comida y los ojos verdes de Antonio brillaron entusiasmados con la carne humeante y las papas asadas. Gilbert sonrío de lado viéndolo comer con el apetito de quien hace días no prueba una buena comida.

El lenguaje de las floresWhere stories live. Discover now