Capítulo siete

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Capítulo siete.

Con el sonido del teléfono sonando Antonio levantó la vista de la guitarra que estaba limpiando cuidadosamente. Había cerrado hacía un par de horas y sabía que sólo una persona podía estar llamando a la tienda.

—¡Hola! —trató de que el tono de su voz sonara tan alegre como siempre.

—¡Ey, Toño! Soy yo, tu asombroso amigo Gilbert. Escúchame, necesito que me confirmes si has visto salir a los hermanos de su casa en el coche.

Antonio tuvo un momento de duda pero se dijo a sí mismo que ese era su trabajo después de todo. Corrió levemente la cortina que daba a la calle y desde donde tenía una vista privilegiada de la entrada de la casa de los hermanos Vargas.

—Han salido a eso de las siete de la tarde y no han regresado todavía —suspiró volviendo a correr la cortina.

—Perfecto —aunque no podía verlo sabía que estaba sonriendo con aquella expresión de cazador que le conocía—. Cayeron en la trampa ¡Tengo que irme! ¡Luego te invito a cenar!

—Nos vemos, Gilbo... —la llamada se cortó sin más y él volvió a dejar el teléfono en su lugar.

Mientras retomaba la tarea de afinar las cuerdas de su guitarra se preguntaba por qué se sentía tan angustiado. Muchas cosas se escapaban de su comprensión pero estaba seguro que algo estaba pasando entre la policía y los hermanos.

Se había querido alejar a toda costa de las calles oscuras, el delito, el peligro y las personas sin escrúpulos y allí estaba con el corazón empañado sin saber en qué creer. En su interior se dividían los sentimientos de deber y de lo que era correcto contra el deseo de acercarse al peligro. No era tan inocente para creer que realmente Lovino no estaba metido en algún asunto turbio, la experiencia le demostraba que algo olía mal en la ostentosa casa de enfrente. Pero prefería creer que todo era un gran malentendido. Quería creer en la sonrisa que le había robado esa mañana, en el rubor de sus mejillas cuando recibía alguna de sus flores, en sus ojos melancólicos hambrientos de cariño. Lovino no podía ser un asesino sin escrúpulos como los que lo habían desterrado a él al exilio.

Tampoco podía mentirse a sí mismo e ignorar los sentimientos que crecían en su pecho cada vez que se acercaba a Lovino o lo veía sonrojarse delante de él, despertaba una parte de él que creía dormida. Nunca había pensado que volvería a sentirse tan vivo y ocultarlo o negarlo era un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Estaba cayendo en una trampa del destino y no podía evitarlo.

Rasgó las cuerdas de la guitarra en una nota triste preguntándose si podría volver a ver a Lovino una vez más o Gilbert habría conseguido su objetivo.

El lenguaje de las floresWhere stories live. Discover now