Capítulo quince

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Le dio una última calada al cigarrillo antes de dejarlo caer y apagarlo pisándolo con la punta de su zapato. Ya había pasado más de un año desde que habían dejado esa ciudad y esa casa. Estaba clausurada con cintas policiales que, ya por el tiempo que había transcurrido, se mecían desgastadas por el viento. Se detuvo en el cantero de la entrada donde crecía una fuerte planta de tomates y frunció el ceño ante los recuerdos que pretendía evitar.

No podía dilatarlo mucho más. Se giró para ver la floristería al otro lado de la calle. Ya era tarde y se encontraba cerrada pero desde la ventana se filtraba luz y el vapor de alguien cocinando en la trastienda. Los sentimientos volvieron a golpearlo y se esforzó por convencerse a sí mismo de que había ido allí sólo con un objetivo y ningún estúpido recuerdo nostálgico iba a disuadirlo de lo contrario.

Subió las solapas del cuello de su abrigo para ocultar su rostro antes de cruzar la calle evitando los puntos de las cámaras de seguridad que tenía estudiados. Cuidando de mirar a ambos lados antes, forzó la cerradura con un trozo de alambre especial que llevaba oculto bajo la manga y entró en la tienda cerrando con precaución de hacer algún ruido. En la parte delantera, llena de plantas y ramos de flores en cada rincón, no había nadie. Sin embargo el sonido de su voz lo inmovilizó. Su voz tarareando distraídamente una melodía con ese fuerte acento español que tanto lo había marcado desde la primera vez. Sintió que fallaba su determinación, que los recuerdos de aquella voz pronunciando su nombre, de aquella voz cantando para él, de aquella voz llamándolo "Lovi" lo vencerían. Había recreado en su mente esa voz tantas veces cuando fallaba en la determinación de odiarlo que volverla a oír lo devolvió a un estado de incertidumbre.

Necesitó recordarse a sí mismo que la mayor parte de lo que aquella voz le había dicho no eran más que mentiras y engaños. Frunció el ceño decidido a continuar con su misión.

Se deslizó con cuidado de no tropezar con alguna de las herramientas o sacos de tierra desparramados por todo el piso hasta llegar, con la espalda contra la pared, hasta la puerta de la trastienda que estaba abierta. Tomó aire y sus pulmones se llenaron del perfume de las flores, de las especias de la comida y del aroma a tierra y volvió a maldecir por el hechizo y la carga de sentimentalismo que despertaba en él aquel sitio. Si se demoraba más tiempo los ridículos recuerdos lo vencerían y no podía permitirlo.

Apretó el puño y volvió a concentrarse. Intentó espiar el interior del cuarto pero sólo podía ver las sombras en el piso debido al recortado campo de visión que le permitía su escondite. Colocó en un rápido movimiento el silenciador del revólver que había llevado consigo y le quitó el seguro forzándose a ignorar la melodía que inundaba la habitación.

Tomó aire y entró en la trastienda con la mirada cargada de furiosa determinación, debía terminar con todo aquello de una vez. Extendió el brazo con el arma apuntando en dirección a su voz.

Antonio que había estado de pie al lado de las hornallas vigilando que su comida no se quemara sintió el movimiento a su espalda y se giró sin comprender. La media sonrisa que tenía en el rostro se convirtió en una expresión de completo desconcierto, dejó caer el cucharón de madera que rebotó en el suelo como el único sonido de la habitación por unos segundos.

El brazo de Lovino estaba perfectamente recto apuntando directo a su frente. Sin embargo volverlo a ver había sido un golpe más fuerte de lo que esperaba. Se había imaginado ese momento durante todas las noches desde que habían escapado con Feliciano ayudados, a su pesar, por el macho patatas. Todas las noches había planeado esa venganza y todas las noches había tenido discusiones consigo mismo al respecto, sobre si sería capaz de hacerlo o no. En su interior había luchado la apremiante necesidad de creer que Antonio no lo había traicionado y luego los hechos, la realidad de que lo había engañado, le habían dado el empujón para hacerlo. Sabía que si no lo odiaba, si no se esforzaba por alimentar ese odio, no le quedaba nada. El planear aquella venganza era lo que lo había mantenido en pie durante el año en el exilio, había tenido que transformar el dolor que le había causado saberse engañado y usado para no romperse en pedazos.

El lenguaje de las floresWhere stories live. Discover now