— ¡Adara, lárgate! —le grito con molestia. La pelinegra se va corriendo, sin dejar de carcajearse. Sin duda este puto demonio es mi karma de todos los días.

Una vez que compruebo que ella se ha alejado del malecón, es cuando emprendo la marcha a la vecindad. Y para mi perra mala suerte, no se me quita de la cabeza lo último que dijo Adara. Si bien deseo a Denise, estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario hasta que ella se encuentre lista para dar el siguiente paso. Aunque hay veces en las que mi cuerpo no puede evitar reaccionar, sobre todo cuando recién sale de la ducha.

Sacudo la cabeza con fuerza al ver los pensamientos que traigo. Por lo que inhalo y exhalo varias veces para controlarme antes de entrar a la vecindad. Un alivio se instala dentro de mi pecho al verla sentada al pie de la ventana fumando. Tenía mucho tiempo sin fumar.

—El que estés fumando al pie de la ventana dice mucho —ella sonríe al escucharme hablar. Su semblante se ve distinto a los últimos días, y eso es algo que me alegra, ya que significa que le ha ido bien con sus hermanas —. ¿Eso quiere decir que todo resultó bien con tus hermanas? —camino hasta quedar frente a ella y me inclino para darle un beso en los labios. Siento el sabor a menta de los cigarros que suele fumar. Los Malboro clavo de olor.

—Todo resultó perfecto —dejo la guitarra recargada en la puerta para tomar asiento en la ventana junto a ella —. Ya extrañaba hablar con ellas. Pero por sobre todo, lo mejor fue saber que no me guardan rencor por haberme ido. Por haberlas abandonado —me doy cuenta de que sus ojos le brillan más que otros días. Ella me sostiene la mirada unos segundos más antes de darle una calada al cigarro —. De haber sabido todo eso, tal vez me hubiera ido antes de ahí —se quiebra su voz por unos instantes —. Hubiera tomado la palabra de Helena y hubiera vivido junto a ella los últimos años de su vida —tomo su mano con delicadeza —. Pero si hubiera pasado todo eso no estaría yo aquí —me mira fijamente —. No te hubiera conocido. Y ahora ni siquiera quiero pensar en no tenerte en mi vida.

—No hubieras lidiado con un cabrón bipolar —veo que trata de disimular una risa, aunque no lo logra.

—Ya tengo amigos bipolares, y tú estás de testigo ya que Ricardo te gana —extiendo mi brazo hasta que logro rodear sus hombros, ella de inmediato se recuesta en mi —. Me enteré que César no era el único que le daba guerra a Ian con tal de saber mi ubicación. Mi madre también lo hacía —beso su sien mientras la sigo escuchando —. ¿Por qué Ian nunca lo comentó con nadie?

—Tal vez pensó que se trataba de hipocresía por su parte.

—Sí, lo mismo dijo Nereida —suspira —. Escuché su voz, Gael —me mira. Veo nostalgia y dolor en sus ojos —. Oí a mi madre, y me di cuenta de cuanto la extraño. O por lo menos a la que era antes de que todo ese embrollo pasara. ¿Hago mal por sentir eso? ¿Ella merece que la deje por siempre con el suspenso sobre mi vida? ¿De no saber nunca donde me encuentro?

—No sé qué responderte a eso —miro al frente mientras repaso un poco de mi vida, de la suya. Nuestros padres son distintos, así como nuestras familias. Ella y yo somos completamente distintos, por lo que sé que no actuaríamos de igual manera —. Tampoco la relación con mi madre es muy buena que digamos. Pero no te voy a negar que tengo ganas de ir a hablar con ella, de decirle donde me encuentro. Pero tampoco puedo olvidar la expresión que tuvo el día que la vimos —volteo a verla —. En cambio la tuya ha estado preguntando por ti, y esa es señal de que le importas y de que le preocupa todo lo que tenga que ver con tu vida. Tal vez el que te hayas ido la ha hecho recapacitar. Ha de haber hecho un examen de conciencia.

—Lo mismo me cruzo por la cabeza. Pero es que tengo miedo de no saber cómo voy a reaccionar delante de ella —todos tenemos ese miedo, quería decirle.

La única excepciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora