TU LE DAS AL AMOR UN MAL NOMBRE

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Multimedia: You give love a bad name – Bon Jovi – Fernan Unplugged.

5 de enero del 2018.

Comienzo a quitarme el suéter una vez que comienzo a sentir el característico calor tropical de las zonas del mar. De inmediato ato mi cabello en una coleta alta para dejar de sentir ese calor tan sofocante. Por lo visto, el chofer no ha puesto el aire acondicionado ni planea hacerlo a pesar de las quejas de todos los pasajeros del camión. Una punzada se instala dentro de mi pecho, ya que el calor solo puede significar una cosa, ya debo estar cerca de mi destino. Puerto Vallarta.

Sin miramientos ni consideraciones, hice mi maleta una semana después de esa escena en la que sentí que todas mis fuerzas flaqueaban. Encargué un pasaje de camión por internet y elegí mi nuevo hogar. No le comenté a nadie mis planes, ni siquiera a mis amigos. Y mis padres, bueno, a ellos solo se les hizo raro verme con una maleta, solo que yo me justifiqué diciendo que iba ir a pasar toda la semana con mis amigos en la Ciudad de México —cosa que era cierta, pasé año nuevo con ellos —, solo que nunca volví al pueblo.

Mientras estaba con mis amigos, me encargué de llamarle a los proveedores para avisarles que el restaurante se cerraría, al igual que a mis empleados, a los cuales les una cantidad de dinero para que se ayudaran en lo que conseguían otro trabajo.

Empezar desde cero.

Eso suena tan fácil, pero ponerlo en práctica no es para nada sencillo. ¿En qué voy a trabajar? ¿Dónde voy a vivir? No lo sé, supongo que se solucionara sobre la marcha.

Una vez que llegamos a nuestro destino, el calor me recibe con más fuerza, tomo mis maletas y me ocupo en tomar un taxi para que me lleve al malecón de Puerto Vallarta. Primero lo primero, tengo que buscar un nuevo trabajo. Y aunque no ando mal económicamente —porque todo lo que ganaba en el restaurante lo ahorré —sé que esos cien mil pesos no me van a ser eternos.

Al llegar al malecón me dirijo a una tienda de celulares para comprar otro celular y un nuevo número. Una vez comprado paso los números de mis amigos al nuevo, así como los números de mis hermanas. No para llamarles, pero si para tenerlos a la mano por si algo se ofrece.

— ¿Disculpe? —Le dirijo la palabra a un hombre que se encuentra clavando un letrero en lo que parece ser una tienda de dulces, donde hay varios turistas —, ¿me podría prestar su martillo?

— ¿Para qué lo ocupas? —el hombre me mira con el ceño fruncido. Baja de la escalera para verme con mayor claridad.

—No me tardo ni dos segundos.

—Claro —me lo entrega con aspecto dudoso.

De inmediato me pongo de cuclillas y deposito en el suelo mi viejo celular, el señor al ver lo que planeo hacer trata de detenerme, pero no lo logra. En ese mismo instante le doy un martillazo al teléfono dejándolo inservible.

— ¿¡Por qué hiciste eso!? —me replica el señor pasmado mientras le devuelvo su herramienta de trabajo. Sé lo que ha de estar pensando: una joven rica que está en su etapa de rebeldía. Ha de pensar que ese celular no me costó, cuando lo cierto es que le sudé cada peso.

—Tenías ganas de saber que era lo que se sentía —me encojo de hombros —. Hasta luego, que tenga lindo día —César es rico, y conoce a varias personas que están dentro del crimen organizado. Si destruí mi viejo celular fue por temor a que me encontrara. Así de paranoica me dejó el muy idiota.

Después de destrozar mi teléfono y de dejar a un señor noqueado por eso, entro a un establecimiento de comida rápida donde pido una hamburguesa y un refresco mientras disfruto del panorama para poder calmar un poco mis nervios. Pasado un rato decido sacar el celular para mandar un mensaje.

La única excepciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora