40| La graduación: El final del camino

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La sala de espera de urgencias estaba muy concurrida aquel sábado por la noche

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La sala de espera de urgencias estaba muy concurrida aquel sábado por la noche. Eran las 00:25 y aun no sabían nada del estado del padre de Bruce. Llevaban casi una hora sentados, esperando con sus manos aferradas.

Nada más producirse el incidente, llamaron a una ambulancia que lo trasladó al hospital más cercano. A Bruce y Spencer los llevó Sebastian, preocupado de que el muchacho no fuera capaz de conducir a causa de los nervios.

Y allí se encontraban, en un completo y alterado silencio. La joven no sabía qué decir, era imposible que aquella desgracia se repitiera de nuevo. Sería una mala broma del destino. No tenía palabras para animar a Bruce, el cual no cesaba de culparse por el incidente.

¿Por qué la vida, en ocasiones, era tan cruel e irónica?

Un enfermero apareció momentos después, preguntando por ellos.

—¿Familiares de Harold Rimes?

Ambos se pusieron en pie para hablar con él.

—Sí. —Fue Spencer la que respondió, ante la incapacidad de Bruce de pronunciar palabra.

—Le hemos hecho varias pruebas y no tiene nada grave. —Al pelirrojo se le iluminó la mirada por el alivio—. Al parecer ha sufrido un ataque de ansiedad, es probable que haya estado expuesto a situaciones de estrés que lo hayan llevado a dicha situación. Le hemos suministrado unos tranquilizantes para estos casos y ahora se encuentra descansando, mañana le daremos el alta y las indicaciones que debe seguir para evitar que vuelva a suceder —explicó—. Mientras tanto vayan a descansar y estén tranquilos.

—Muchas gracias —respondió ella.

Un nudo ocasionado por el susto se situaba en la garganta de Bruce. No había desaparecido pese a recibir la buena noticia de que no era algo grave. Ya no tenía la pesada roca de la culpa encima, pero sí la angustia de lo que podría haber sido.

Dentro de la limusina de la familia Rimes, Sebastian permanecía esperando en el aparcamiento para llevar a ambos a sus respectivas casas.

—Quédate a dormir, por favor —solicitó él en un murmullo, con la cabeza apoyada sobre su hombro y sentados en sobre el acolchado asiento del vehículo.

Una vez más, ella entrelazó sus dedos a los de él, buscando transmitirle apoyo y seguridad.

—Claro —dijo, sacando el teléfono con su mano libre para avisar a sus padres. Cualquier otro día hubiera dicho que no, pero aquella noche no se sentía capaz de dejarlo solo.

Se despidieron del chófer en la entrada y fueron directos al dormitorio. Bruce se dejó caer sobre la cama nada más entrar y la chica se descalzó los zapatos y comenzó a deshacer su peinado.

—Justo le había dicho que debería haber muerto él... —murmuraba con la cabeza hundida sobre la almohada, sonando afligido.

Se sentó a su lado, al borde del colchón y hundió sus dedos en el cabello pelirrojo de su nuca, generando que momentos después se volteara para darle la cara.

La risa del ángelحيث تعيش القصص. اكتشف الآن