Capítulo 9 - Verdades que duelen

Comenzar desde el principio
                                    

—¿Entonces...?— Veo en su cara como sigue sin comprender nada, mientras me mira con el semblante serio por haberle hecho perder tiempo de su vida.

—Me dijo Chel que saliera a pasear y me despejara, pero que no lo hiciera sola, que fuera con un soldado...— Así, dicho en voz alta, suena ridículo hasta para mi.

—Y no había más soldados...— Me mira molesto. Y a decir verdad, lo entiendo, esto tiene que parecerle muy absurdo.

—No conozco a ninguno, solo te conozco a ti— Trato de justificar mientras me encojo en el asiento, sintiéndome el ser más patético del mundo al pretender que un soldado me pasee por África.

—Vale, me conoces a mí, ¿Pero era necesario salir del pueblo? Ya deberías saber que es peligroso, ¿O es que no lo has visto ya?— Su tono de voz suena a bronca de padre.

Me siento cada vez peor por la reprimenda y es que a decir verdad tiene razón, salir del pueblo supone arriesgarnos a tener otro accidente, un encuentro indeseado o sabe Dios que. Pero yo necesitaba salir de allí como fuera.

—¿Podemos dar un paseo?— Pregunto tímida, con mis últimas esperanzas puestas en que no me lleve de vuelta, aún acurrucada en el asiento abrazando mis rodillas como si fuera una niña pequeña. Y como tal me siento en este momento, siendo amonestada por haberle mentido a un militar solo por querer salir del pueblo. Se recuesta sobre el respaldo del asiento mientras suspira.

—Qué raras sois las mujeres...— Suelta con cierto resquemor. Yo no digo nada, me siento tan ridícula en este momento que ni abro la boca. Después de un rato en silencio, es él quien vuelve a hablar —¿Y a dónde vamos?

Su respuesta me hace sentir un poco mejor, como si fuera su forma de decir, vale, vamos a dar un paseo, tu ganas. Pero ¿a donde?

—Pues no lo se, no conozco nada aquí...

Baja la vista de la carretera al cuadro del coche, no se si para ver el cuentakilómetros o el nivel de gasolina, pero sin decir nada vuelve a poner el vehículo en marcha y da un giro.

Tomamos una carretera que circula entre bananos y una vegetación color esmeralda como jamás había visto antes de llegar aquí, un precioso cielo azul nos acompaña mientras el sol brillando en lo alto. Todo es perfecto.

Y por un momento me siento bien, me siento feliz notando la brisa en mi cara y el calor del sol en mi piel, dejando atrás a todos los demonios que me perseguían ayer.

—¿A donde vamos?— Pregunto curiosa. Él contesta con ese habitual tono seco que lo caracteriza.

—Pocas zonas hay seguras aquí ahora mismo, exceptuando los poblados arrasados, pero supongo que no querrás visitar otro— Me apresuro a negar con la cabeza. La experiencia de aquella noche de lluvia me fue suficiente —Pero conozco un sitio...— Comenta con aire enigmático.

Sin aportar más información, continúa el trayecto mientras yo contemplo la vida moverse por estos campos inmensamente verdes, despreocupada, olvidándome del mundo aunque solo sea por un instante.

Nos adentramos con el coche por un camino de tierra rodeado de árboles inmensos que parecen formar un oscuro túnel vegetal. No me puedo creer lo hermoso que es esto. Miro a todas partes, maravillada, como si me encontrara en un escenario de Parque Jurásico, fascinada por todo lo que me rodea.

—¿Has visto alguna vez un mono de cerca?— pregunta divertido. Lo miro sorprendida, pensando que es algún tipo de broma, que se está metiendo conmigo porque tiene una media sonrisa dibujada en la cara.

—No, no he visto uno nunca, ¿Por qué?— Respondo dudosa, llegando a creer, por un momento que con lo de mono se está refiriendo a mi.

—Pues mira allí— Hace un movimiento de cabeza indicando las altas ramas que pasan por encima de nosotros, y es entonces cuando los veo. Pequeños monos de color negro y blanco que parecen personitas, saltando entre las ramas como fantasmas, ajenos a nuestra presencia.

RWANDA®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora