Nos hicieron pasar al consultorio poco tiempo después de llegar, pero sólo yo entré con la psicóloga, quien se encontraba sentada en una silla de piel de color café. Me senté un tanto incómodo en el sillón frente a ella, sin saber muy bien qué esperar. Durante toda mi preparatoria, varios maestros habían aconsejado que tomara terapia, por los traumas generados desde el accidente de Nao hasta la muerte o supuesta muerte de los Shiroyama, en todas las ocasiones me había negado. Esta vez era diferente, me sentía desesperado, atrapado, víctima de mis incontrolables emociones y no podía soportar seguir sintiéndome así, con ganas de gritar y tirarme al abismo cada mañana al despertar.

—Hola Takanori —saludó alegremente la mujer. Parecía tener la edad de Kyo, apenas dos años mas grande que yo, tenía una bonita sonrisa que adornaba a la perfección con su cara regordeta y cabello negro corto, vestía muy casual, supuse que no había necesidad de ser tan formales cuando se trataba de ser amigable, era una psicóloga, no una psiquiatra—, ¿quieres contarme por qué estás aquí? —Dijo en un tono alegre.

Me tomó una eternidad contestar, ¿cómo hacerlo sin sonar como una niñita débil?

—Tuve un episodio traumático, ahora no dejo de pensar que alguien me espera en cada esquina para matarme —solté de pronto.

La doctora abrió mucho los ojos, tal vez no esperaba que lo soltara así como así, segundos después sonrió débilmente.

—¿Quién crees que está tratando de matarte? —Dijo con tranquilidad anotando en su cuaderno.

Me revolví en el asiento.

—Todas las personas que me rodean —confesé—. Mi hermano, mi pareja, mis amigos...

-&-

Sakito

—Eres patético —me dije mirándome al espejo. No había rastro del galán que sabía que podía ser si me arreglaba con esmero, en lugar de ojos, parecía que tenía dos bolsas hinchadas de color morado ocasionadas por llorar tanto y no haber dormido. Por alguna razón, estaba más pálido de lo normal, tal vez por no haber probado un bocado decente en días, se me notaban tanto los huesos de las clavículas, que más que delgado parecía enfermo. Y no importaba cuánto hubiera tratado de peinarme, aquel día mi cabello simplemente había decidido tomar vida propia y explotar en todas direcciones. Me sentía peor de lo que me veía.

Había logrado sacar la mayoría de mis cosas de la casa de Shou, aquella casa donde habíamos construido nuestra relación y que ahora cada rincón me atormentaba con algún recuerdo tanto bueno como malo. No sabía de dónde había sacado el coraje para decir las cosas que dije, sin embargo, aunque me sentía del carajo algo dentro de mi decía que había sido lo mejor. Encontré un pequeño departamento, gracias a uno de mis compañeros de trabajo, quien no había hecho preguntas, sólo me lo ofreció cuando le dije que estaba buscando un hotel donde quedarme.

Estaba parado frente al espejo, el único objeto que había desempacado, además de algo de ropa. El lugar no era la gran cosa pero era suficiente para mi, incluso había sonreído al notar que era mas chico que el departamento donde había vivido en mi adolescencia. Sentí una punzada en mi estómago al recordarlo, al recordar los moretones alrededor del cuello del tal Miku, al recordar los míos. Miré el piso con desprecio, pensando que en algún momento yo mismo había llorado de vergüenza frente a Shou, por vender mi cuerpo a cambio de dinero y un auto.

Me pregunté mil un veces si no estaba haciendo mal al dejarlo, era claro que no estaba bien, ¿qué clase de pareja era para él si lo dejaba solo en medio de un caos? Es que ya no podía más, no le recriminaba que no me hubiera dicho de Aoi y Uruha, de hecho lo entendía, era que fue la gota que derramó el vaso de mi paciencia. Era como si Shou me hubiera transmitido que no le importaba ni un poco lo que yo sentía, nuestra relación, como si solo quisiera seguirse ahogando en ese horrible pozo sin fondo.

2Fast, 2Beautiful [The Gazette]Where stories live. Discover now