El zoológico luce desierto. Es como si lo hubieran cerrado mucho antes de la hora.

Lian observa todo con calma y parsimonia. Esta niña es tan curiosa.

Ni siquiera pienso en el destino hacia el que me estoy dirigiendo. En lo único que puedo pensar es en la pequeña cajita que aún hace un peso insignificante dentro de mi bolsillo, con su contenido intacto, como si nada hubiera pasado.

¿Por qué Lauren no quiere casarse conmigo?

Tal vez hice algo malo y no lo recuerdo. Aunque, pensándolo bien, últimamente hemos estado mucho mejor que nunca juntos. Esa fue la razón por la que decidí arriesgarme y cometer la mayor locura de mi vida.

¿De verdad fue una pregunta demasiado precipitada? En realidad, no pongo en tela de juicio el argumento. Es mucho más que válido. Sé que tengo diecinueve años y ni siquiera he empezado mi segunda década, solo que... bien, tal vez fue estúpido pensar que yo era una de esas raras personas sabias que tienen la suerte de acertar en tomar una decisión así de loca a una edad tan temprana.

Suspiro. Lian me mira y me sonríe. Por un momento me da miedo que tenga la capacidad de leerme la mente.

Llegamos a la casa de los reptiles en menos de lo que canta un gallo. Solo en este punto me doy cuenta de que hemos caminado demasiado rápido.

—Me voy al aviario —me dice Tyler—. Suerte, Noah.

—Suerte —le devuelvo.

Se aleja en línea recta. Siento en él la precaución natural de una gacela.

—¿Te vas a casar? —pregunta Lian.

La miro. Ella me devuelve la mirada con ternura y curiosidad. Por un momento olvidé que ella aún estaba ahí, tomada de mi mano.

—Creo que no —le sonrío.

—Pero te quieres casar con ella —me dice—. Con la chica bonita de la voz rara.

Río suavemente. Me arrodillo hasta quedar a su altura y la miro a los ojos. Las penumbras nos cubren y me hacen sentir seguro.

—Su voz es muy bonita en realidad —le digo—. Solo que tuvo un accidente.

—¿Se asustó porque el hombre malo vino y ya no pudo respirar?

Respiro, sintiendo cómo mi corazón se marchita.

—Sí, algo como eso.

—Es muy bonita. Pero está muy triste. ¿Te portaste mal con ella?

—No lo hice. Solo tuvimos problemas de adultos. Los problemas de adultos a veces son muy tontos.

—Oh. ¿Pero entonces sí se casarán?

—Quizás en unos años.

—Ella dijo que eran muy jóvenes, ¿no?

—Sí, eso dijo —admito, casi fingiendo que no me duele.

—Papá y mamá se casaron cuando tenían dieciocho años en China. Y luego vinieron aquí porque no había dinero. Ahora viven mejor y son muy felices.

—¿Tú naciste aquí?

—Sí.

—¿Y... tus padres...?

No quiero preguntar. Es la peor pregunta que podría hacerle a una niña de cuatro años. ¿Cómo le pregunto a una criatura por qué a este punto, y habiéndose casado tan jóvenes, sus padres no se odian, y en cambio tienen una hija hermosa, una economía estable y una relación floreciente?

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Where stories live. Discover now