Capítulo 23 parte 1

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Durante la primera parte de la travesía las mujeres se mantuvieron dentro del camarote. Hades no quería tentaciones para sus hombres. Ya era demasiado arriesgado viajar con cinco mujeres como para que todavía anduvieran paseándose por ahí, provocando malos pensamientos en sus desalmados piratas.

Hasta ese día que les permitió salir de la cabina a pedido de la lengua larga. La condenada doncella de su esposa no dejó de incordiar a través del Bardo para que las dejaran abandonar su reclusión. "Para estirar las piernas fuera del camarote y respirar otra cosa que no sea el aire viciado de la cabina", decía ella.

Harto de que el Bardo le hablara sobre el asunto en todo momento, dio su consentimiento. No veía la hora de llegar a St. Michaels y deshacerse de ellas; lastimosamente para él, tendría que seguir lidiando con la entrometida doncella.

Una hora después de la caída del sol ordenó a sus hombres que bajaran a las bodegas sin decirles el motivo. Nadie preguntó, pero en sus rostros se veía el recelo que la orden les causó.

¿Impartiría algún castigo?

La pregunta rondó por sus cabezas en todo momento, preguntándose cada uno si habían hecho algo que ameritara una medida disciplinaria, temerosos de ser los destinatarios de los duros correctivos que solía aplicar el ejecutor de los mares.

Solo sus tres hombres de confianza quedaron en cubierta. Ellos se encargarían de vigilarlas mientras "tomaban aire puro", como dijo la condenada doncella.

Mientras las mujeres caminaban por la cubierta, él se quedó junto al timonel, atento a lo que sucedía en el mar. Echaba un vistazo a las mujeres y luego regresaba la mirada al catalejo, la oscuridad no le daba muy buena visibilidad, pero un barco era difícil de ocultar.

Surcaban aguas tranquilas, sin embargo, el canal era una división natural entre Inglaterra y Francia, en cualquier momento podían encontrar algún galeón francés con ganas de guerra. Incluso la marina real podría darles algún dolor de cabeza si decidían realizar una inspección. No obstante, gracias a lord Grandchester no sería más que eso. Su mente viajó al momento en que el duque llegó al puerto un poco antes de que zarpara.

—¿¡Se iba sin despedirse de su hermano, capitán!? —le gritó desde el muelle, él estaba en cubierta bramando órdenes a todo el mundo.

—¡No molestes! —gritó de vuelta si mirarlo.

El duque, en lugar de sentirse ofendido por el hosco recibimiento de Terrence, se echó a reír. Sabía por experiencia que ese era su estado natural. Desde niño era gruñón y reacio a las muestras de afecto, sin embargo, el que no negara su parentesco era suficiente para él; por el momento.

—¿Así tratas al hombre que tiene tu futuro en sus manos? —dijo mientras avanzaba por la rampa para subir al navío.

Terrence bufó. Desde que descubrió que su licencia para mercadear era apócrifa, no perdía oportunidad de darle tabarra con ese tema. ¿Qué importaba que fuera falsa mientras cumpliera con su función? Los oficiales del puerto lo conocían como un respetable mercader, peligroso, pero respetable; ninguno en su sano juicio osaría poner entre dicho la veracidad de sus permisos.

—Yo soy el único responsable de mi futuro —replicó cuando el duque estuvo parado a su lado.

—Y por eso necesitas mi ayuda —rebatió el duque—. Si te lo dejo a ti, dejarás viuda a mi pobre cuñada antes de tiempo.

—No voy a dejar viuda a nadie.

—¿Y entonces qué sería de ella? —continuó lord Grandchester sin hacerle caso—. Pero no te preocupes, cumpliré con mi doble responsabilidad de cuñado y le encontraré un buen marid...

Quiero tu corazónTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon