Capítulo 9 parte 1

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El mareo disminuyó con el paso de los días. No supo cuántos pasaron ni cuánto tiempo llevaban en altamar, pero Lady Candice ya podía andar por la habitación sin sentir que en cualquier momento echaría las vísceras. La estancia todavía ondulaba ante sus ojos, pero por lo menos ya no tenía que estar tumbada en la cama con un balde al lado.

Ese día se levantó con la firme intención de salir a que le diera el aire. La cabina tenía un olor desagradable, producto de los fluidos que su estómago revuelto echaba con tanto esmero. Ahora que lo pensaba, alguien debía encargarse de sacar el balde, así como de rellenar el aguamanil y la jarra que todas las mañanas aparecía rebosante de agua como si el día anterior no la hubiera utilizado para enjuagarse la boca cada vez que lo inevitable sucedía. Ese mismo alguien debía llevarle también la comida que apenas y probaba. Esos días ha sobrevivido a base de líquidos y algunas frutas, pues su estómago no soportaba otra cosa. Aunque quién sabe si eso comían todos, no es que ella tuviera mucha experiencia sobre la vida en un barco.

Estaba hincada frente a sus baúles abiertos. Seguía vestida con el mismo camisón con el que fue sacada de su casa. Aquella noche, la única concesión que hizo el señor “yo ordeno, tú obedeces” fue echarle encima una sábana que tapara su cuerpo en paños menores.

Miró la ropa en el interior de los baúles, estaba perfectamente doblada, tanto que le daba pesar tener que meter la mano y desbaratar el trabajo de su doncella, sin embargo, necesitaba un cambio de aires y para eso primero debía vestirse.

Agarró el traje que estaba a la vista, el de encima en color plata con dibujos de flores en el mismo tono. Fue hasta la cama y colocó sobre esta todos los elementos que conformaban el vestido. Mientras miraba las prendas, decidió que la falda y sobre falda no serían un problema, ella podía ponérselas sin sudar, no así el corsé, el peto y la chaqueta; para eso necesitaba ayuda sí o sí. Se llevó una mano a la frente. Sin Jane ahí para auxiliarla con su arreglo solo le quedaba una opción.

Reacia a pedirle cualquier cosa al señor Terrence, tomó la falda, luego caminó hasta los baúles y sacó unos calzones limpios. Con las prendas en la mano fue tras el biombo para adecentarse.

Detrás del biombo estaban el aguamanil y una tina que le encantaría poder usar, pero no sabía si en sus condiciones actuales podía darse un baño. Deseaba poder sumergirse en la tina humeante para quitarse el sopor y la mugre, pero lo más que podía permitirse las pocas veces que lograba levantarse de la cama, era lavarse la cara y medio limpiar sus partes íntimas, justo como iba a hacer en ese instante.

***

Terrence estaba en la popa, parado de espaldas al timonel. En la mano tenía un catalejo que acababa de usar para otear los alrededores en los cuatros lados de la embarcación. Si los vientos continuaban a su favor, en pocos días estarían en tierra firme. En su vida había deseado tanto llegar a puerto. No iba a perder el tiempo preguntándose la razón, sabía perfectamente que esta tenía nombre de mujer y estaba malviviendo en su cabina desde hacía casi tres semanas. Cuando la veía tumbada en la cama, pálida y ojerosa, algo en su interior se agitaba. Era por eso que prefería mantenerse fuera de la habitación, ajeno e indiferente al malestar de la joven, no quería tenerle compasión ni que avivara el instinto protector que con tanta facilidad afloraba cuando se trababa de ella.

No, no iba a compadecerla ni consentiría que lo volviera un blandengue. Él era Hades, el capitán del Gehena, la piedad y la compasión eran palabras que ninguno de sus enemigos había probado jamás de su mano.

Y ella era su enemiga.

Desde el instante en que decidió faltar a su palabra, traicionándolo, dejó de ser merecedora de condescendencia alguna. La inocente e ingenua sor Magdalena había dejado de existir para él.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora