Capítulo 17

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Rowena se alejó de la ventana desde la que miraba la calle. Estaba harta de permanecer recluida entre las paredes de la posada. Cinco días hacía que Sombra la dejó en esa habitación sin más protección que el hombre que dormía en la habitación contigua. A pesar de que deseaba salir de la posada y recorrer las calles de Dublín no era ninguna tonta. Esa zona de la ciudad estaba atestada de malhechores y su aspecto llamativo no le permitía pasar desapercibida.

Caminó de vuelta a la ventana, hastiada. Mientras ella se quedaba ahí metida, aburriéndose, la maldita rubia debía estar disfrutando de las atenciones de Terrence. El pensamiento le agrió el semblante. Esa desgraciada iba a pagarle muy caro lo que le hizo. Ya ni siquiera podía contar con el saquito de monedas que Terrence le enviaba. Agradecía que por lo menos no le quitó la casa porque sin un techo sobre su cabeza su situación pasaría de precaria a crítica. Iba a retirarse otra vez de la ventana cuando en la calle alcanzó a ver la figura de un hombre que conocía muy bien. Su último protector estaba ahí, en Dublín. El corazón le batió fuerte en el pecho. ¡Señor, estaba salvada!

No pensó en nada más que alcanzarlo así que corrió hacia la puerta y salió al pasillo. Bajó las escaleras a prisa, cada segundo importaba en su carrera por hablarle antes de que se perdiera calle arriba.

Llegó al vestíbulo de la posada con el pecho agitado, sin embargo, no se detuvo. Tras ella le pareció escuchar los pasos apresurados de su guardián, pero siguió corriendo hasta salir de la posada y correr en la dirección en la que caminaba su antiguo protector. El conde era su última esperanza. Si lograba que la aceptara de vuelta tendría la vida resuelta, por lo menos hasta que este se cansara de ella y necesitara de otra, lo cual veía casi imposible pues el lord no tenía preferencia por las mujeres; Lord Pembroke prefería a los de su sexo y entre más jóvenes, mejor.

Sombra, que seguía a Pembroke a una prudente distancia, vio el momento exacto en que Rowena lo tomaba del brazo y luego se aferraba al cuerpo del lord como si su vida dependiera de ello. Detuvo su andar para no descubrirse ante la mujer, sin embargo, se sentía muy intrigado por el efusivo saludo con que la ex amante del capitán interceptó al conde. ¿De qué lo conocía? La situación se complicaba cada vez más para Terrence y mucho se temía que la pelirroja tendría un papel determinante en toda esa conspiración.

Torus apareció calle abajo para llevarse a Rowena de regreso a la posada, pero le hizo una seña que este captó de inmediato. El pirata se mantuvo en un segundo plano, atento a la plática de la pelirroja y el hombre para después informarle a Sombra.

***

En Grandchester Castle la situación marital de los duques comenzaba a ser tema de conversación entre los sirvientes. Rumores que la duquesa viuda se vio en la necesidad de acallar, sin embargo, el hecho de que los actuales duques ni siquiera compartieran la mesa llamaba la atención de todos los miembros del personal. La separación de dormitorios era algo habitual en la nobleza, así que el que tanto lord Grandchester como lady Grandchester tuvieran sus propias habitaciones no era motivo de habladuría, no así la frialdad con que se trataban. Como en ese momento en que ambos se veían obligados a mantenerse uno al lado del otro, con la mano de ella en el brazo de él.

—Iré a visitarla pronto, madre —se despidió lady Amelie de la condesa viuda.

Lady Emily estaba parada al pie de la puerta abierta del carruaje que la llevaría de vuelta a su casa en St. Michaels.

—Estaré de regreso enseguida, cariño —respondió la condesa viuda, mirándola con ternura—. Me voy porque debo ocuparme de la casa, pero en cuanto termine mis asuntos vendré a acompañarte.

—Mi administrador está a su disposición, milady —intervino el duque, muy tieso al lado de lady Amelie.

—Se lo agradezco, excelencia, pero no es necesario. —Lord Grandchester aceptó la decisión de la condesa viuda con un movimiento de la cabeza.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora