Capítulo 18

1.9K 180 70
                                    

La goleta en la que viajaban Terrence y lady Candice llegó a las costas de Dublín siete días después de que zarpara. No atracaron en puerto, hacerlo sería anunciar a sus enemigos su presencia, cosa no pensaba hacer todavía. Antes debía tomar todas las precauciones necesarias para instalar a su esposa en un lugar seguro, a ser posible en tierra firme. Al parecer, el mar y ella no se llevarían bien enseguida.

¡Y él que amaba pararse en el barandal de proa para experimentar el azote del viento marino en su cara!

«Algún defecto debía tener», pensó sonriente mientras la veía ultimar los detalles de su arreglo. Estaba parada junto a la cama, estirando y acomodando las faldas de su vestido.

—No hay necesidad de tanto arreglo, milady —habló al tiempo que se acercaba a ella.

—Saldremos a dar nuestro primer paseo, no querrás llevar a una desaliñada de tu brazo, ¿verdad?

—Mientras seas tú, no me importa cómo vayas vestida.

—Pero a mí sí me importa —contestó mientras se daba la vuelta para mirarlo de frente—. ¿Qué tal me veo? —Una sonrisa tímida asomaba en su boca, acompañada del tenue rubor de sus mejillas.

Terrence miró sus cabellos peinados en un recogido, unos cuantos rizos adornaban su cara. Unos pendientes pequeños brillaban en sus orejas, a juego con el delicado collar de diamantes que descansaba sobre su pecho. La chaqueta del vestido —de un rosa pálido con intrincados bordados de hojas y flores en tonalidades verdes y purpuras—, se ajustaba a sus brazos y a cada curva de su torso, curvas que él conocía bastante bien. La falda —rosa y libre de bordados—, caía hasta sus pies, cubriendo sus suaves y preciosas piernas.

Tragó grueso. No quería evocar las imágenes que su descarriada mente insistía en proyectarle, pero le era imposible no pensar en la suavidad de su piel o en lo que hacía con esas piernas cuando compartían más que besos. Agitó la cabeza, no era el momento de fantasear con el cuerpo de su mujer.

Regresó la mirada al rostro de su amada. La belleza natural de su esposa competía en fulgor con el de las gemas. Amaba que no usara esos polvos para blanquearse el rostro que tanto auge tenían entre las mujeres de la nobleza. Eran dañinos, sin embargo, a las nobles no les interesaba, seguían usándolo en exceso. Y él continuaba comercializándolo en sus barcos; si ellas querían usarlo, ¿quién era él para privarlas de este?

—Hermosa —afirmó acercándose un par de pasos para agarrarla por la cintura.

Lady Candice posó sus manos en el pecho firme de él, cubierto por una camisa blanca y una elegante chaqueta vino.

—¿De verdad? —preguntó con un aleteo de pestañas, robándole una pequeña carcajada a su marido con el gesto.

—Estás hecha toda una coqueta, esposa. —Terrence inclinó la cabeza, acortando la distancia entre sus labios.

—¿Y qué tal lo hago? —Bajó la mirada, simulando timidez.

—Espero que no muy bien —musitó él contra su boca—, o me la pasaré apuntando con mi pistola a todos los hombres que se atrevan a mirarte de más.

Lady Candice rio, desechando la amenaza de Terrence. Su esposo era celoso, protector, pero estaba segura de que no heriría a nadie solo por placer o por algo tan inocente como una mirada.

—¿Y qué hay de las mujeres? —El pensamiento llegó de pronto—. ¿Tendré que llevar también yo un arma para espantarlas? —cuestionó, el medio de sus cejas se arrugó al ser consciente de lo atractivo que se veía su esposo vestido como un caballero. Aunque, claro, él siempre lucía atractivo sin importar la ropa que llevara encima.

Quiero tu corazónWhere stories live. Discover now