Capítulo 13 parte 2

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Esa misma noche, Lady Candice abordó lo ocurrido en la cocina sin entrar en detalles. No quería darle la razón sobre sus celos, así que esgrimiría la falta de respeto hacia Jane y Molly como la causa de su decisión de enviarla a las mazmorras.

—¿Te faltó a ti? —preguntó él, después de que su esposa terminara de explicarle lo ocurrido esa mañana.

Estaba sentado a los pies de la cama de ella, tan solo con las calzas y las botas puestas. La camisa tirada al descuido sobre la alfombra. El aro sobre su oreja relucía a la luz de los rayos del sol de medianoche que se colaban por la ventana abierta de la habitación. Era verano en Skye, el sol se retiraba hasta entrada la madrugada dejando un agradable ambiente templado, aun así, las llamas de la chimenea encendida caldeaban un poco la habitación.

—Eso no es importante.

—¡Y un cuerno si no lo es! —Terrence dejó la cama para caminar hacia su esposa.

Lady Candice controló como pudo el temblor de sus manos y continuó trenzando su larga cabellera. Cada vez que él se le acercaba e invadía su espacio personal, se le alteraban todos los sentidos. Se sentía torpe, sin resuello... acalorada. Miró de reojo la chimenea, el fuego ardía con ganas, llenando con su crepitar el silencio que siguió a la declaración de él. A lo mejor tenía que quitarle algunos leños para refrescar un poco la habitación.

Terrence se detuvo tras ella, mirándola a través del espejo ovalado de su tocador. La tarde anterior hizo traer el mueble de sus bodegas, era de maderas del Líbano, con patas curvas y redondeadas. Tenía un par de cajones pequeños en los extremos y uno central más grande. Miró los dos cofres pequeños con cerradura que venían fijos sobre el tocador, a cada lado del espejo. La rodeó para destapar uno. Vacío. Hizo lo mismo con el otro. Vacío también.

—¿Por qué no has puesto ninguna joya aquí? —Cerró la tapa del segundo cofre y luego se volvió a mirarla. Olvidándose por un momento del tema anterior.

—No tengo ninguna. —La joven anudaba una delgada tira en la punta de su trenza terminada.

—Tienes un cofre lleno de ellas.

Lady Candice recordó el baúl de madera con un enorme cerrojo que estaba en la habitación de él.

—¿Eran para mí? —inquirió, sus ojos esmeraldas reflejaban la sorpresa que le causó lo dicho por él.

—¿Para quién más? —Se inclinó un poco para dejar sus rostros a la misma altura y luego preguntó—: ¿Tengo acaso otra esposa?

—No, pero...

—Este castillo y todo lo que hay en él te pertenece tanto como a mí. Eres la ama y señora de todo cuanto poseo. —Mi corazón incluido, quiso decir, pero se mordió la lengua.

Lady Candice jamás imaginó que ese duro pirata que entró a su vida a punta de pistola, podría mirarla con esa ternura que le derretía el corazón. Sus toscas maneras, la rudeza de su tono, lo cortante de sus respuestas, todo eso se esfumaba cuando miraba sus ojos cobaltos rebosantes de... ¿Era amor lo que veía ahí, en lo profundo de su tormentosa mirada?

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿La amaría él tanto como ella lo amaba? ¿Sería posible?

—¿Qué pasa, Sor Pecosa? ¿Por qué lloras? —Terrence la tomó de los brazos, obligándola a levantarse.

«Porque quiero que me quieras como yo te quiero», respondió para sí, sin atreverse a decirlo en voz alta.

—¿Dije algo que te incomodara? —preguntó preocupado. El hecho de haber admitido ante sí mismo lo enamorado que estaba de su esposa, había exacerbado su, de por sí, fiero instinto protector.

Quiero tu corazónWhere stories live. Discover now