Capítulo 1 - Bienvenida al país de las mil colinas

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—¿¡Cómo estás, loca!?

—¡Bien! bueno, todo lo bien que se puede, ¡al final has venido!—Su extraordinaria sonrisa es tan contagiosa que no puedo evitar reírme, emocionada por este reencuentro.

—¡Si! Ya era hora de hacer algo con mi vida— La imperturbable sonrisa de Chel sigue ahí mientras me analiza con la mirada —Además, no conseguí encajar en la dinámica del hospital, no me sentía útil, tampoco estaba a gusto con el estilo de vida de allí, así que... bueno, aquí estoy— Finalizo mi explicación extendiendo los brazos, abarcando el infinito, mientras me río emocionada por el salto cuántico que acabo de dar al cruzarme medio mundo para unirme a una misión humanitaria. Chel no puede reprimir una carcajada ante mi respuesta.

—Estás fatal— Responde mientras me mira con los ojos llenos de emoción y de orgullo sin borrar su sonrisa de la cara.

—Lo sé— Contesto decidida. La sonrisa de Chel pierde intensidad en este punto para aseverar.

—Te advierto de que aquí las cosas no son como en la tele, ¿te has vacunado de todo?

—Si, claro.

—Bien. Vamos— Me indica haciendo un movimiento de cabeza —Aún queda un largo camino, debemos llegar cerca de la frontera con el Zaire, es allí donde desarrollamos nuestra labor, en un pequeño pueblo. Pero quien dice pueblo dice campo de refugiados...

—Comprendo.

—Ven— Me conduce hasta un jeep donde esperan tres soldados jóvenes. Los uniformes de color verde y los fusiles me intimidan un poco —Son de la UNAMIR— Aclara —Están aquí por el proceso de paz, ya sabes— Apenas puedo prestar atención a la explicación de mi amiga, cuando lo veo a él. Un soldado más, como cualquier otro, con uniforme táctico y un aparatoso casco, con dos ases de la baraja de póker sujetos por una cinta en uno de los laterales, situados allí en un claro alarde de rebeldía, como para darle su toque personal.

Pero, la verdadera diferencia con los otros soldados, son sus ojos, unos ojos que llaman la atención, de un increíble verde intenso, como casi todo el verde que representa este país, en una mirada vacía, indiferente. Sin embargo, a pesar de esa apatía que parece mostrar en su mirada, de esa desgana, se mueve enérgico alrededor del jeep, controlando todos los puntos, fusil en mano. Mi expectación por el soldado de ojos verdes y aspecto enigmático no le pasa desapercibido a Chel, que se acerca a mí para comentar en un tono confidente.

—Es guapo ¿eh?— No puedo evitar ruborizarme ante el atrevimiento de mi amiga. Y en un pobre intento por excusarme, respondo:

—¡No! ¡No me fijaba en eso!— Miento. Claro que me fijaba en eso. La cara del soldado es de suaves facciones, armónicas y bien esculpidas. Puedo apreciar su atractivo a pesar del casco, pero es sobre todo esa mirada triste, como carente de vida, lo que me tiene intrigada, lo que le da ese aire aún más interesante.

—Ya...— Replica con picardía. Me conoce lo suficientemente bien como para saber cuando miento —Que sepas que yo también le he echado el ojo, pero no me hace caso, haber si tu consigues captar su atención, porque es un tanto seco— Subimos en el jeep y arrancamos, custodiadas por los tres soldados de la UNAMIR.

Uno de ellos conduce, el de los ojos verdes va en el asiento del copiloto y el tercero, atrás, con nosotras. Tomamos un camino que nos aleja del centro de la ciudad, hasta llegar a una carretera poco asfaltada y flanqueada por la espesa vegetación. Durante el camino, Chel me va poniendo al día.

—Bueno, aquí se habla francés pero en mayor medida el kinyarwanda, algunos entienden algo de inglés, pero son los menos. Si te encuentras con pacientes a los que no entiendas, inmediatamente remítemelos, ¿Vale?— Me limito a asentir con la cabeza, alternando la vista entre ella y el paisaje que me rodea. Chel continúa con la charla— Me figuro que desconocerás completamente la situación de este país— Deja escapar un suspiro mientras espera mi respuesta.

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