Capítulo 40: Los Pembroke.

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Resoplé por la nariz a modo burlón.

—Lo único que tienes que analizar es la manera en que me transferirás lo que me debes.

—De nuevo—espetó hastiado—, lo que estipulas es ridículo, no te daré un carajo.

—Puede que sea ridículo, pero tu hija debió pensarlo mejor antes de correr detrás de alguien que no le correspondía, o en su defecto, antes de firmar un contrato sin leerlo.

Tensó la mandíbula y me fulminó con la mirada; era evidente que la unión de Leah con el hijo de los Colbourn lo molestaba sobremanera, y yo no pararía de hacerle escocer la herida hasta que accediera impulsado por la cólera.

—¿Por qué estás tan desesperado por conseguir el dinero?—intervino de nuevo el imprudente hijo de Byron.— ¿De qué tienes miedo?

—De que no salden sus deudas, por supuesto—respondí impertérrito, sin inmutarme.

—Lo dudo, no es como si fuésemos a caer en estado de insolvencia de la noche a la mañana—se inclinó en su silla hasta que posó los codos sobre la madera—¿No será algo más? ¿Que el contrato sea nulo, quizás?

Su cara estaba teñida de suspicacia y el arco de su ceja tildado de sagacidad. Era un chico listo, podía notarlo por su forma de conducirse, pero podía no ser lo suficiente.

—¿Por qué sería nulo? Ella lo firmó.

—Lo firmó con posterioridad a nuestro matrimonio.

Mi hijo lanzó un siseo desde su lugar, su rostro contorsionado por la molestia.

Le dediqué una corta mirada antes de centrarme en mi indeseable invitado de nuevo. Estaba resultando ser un dolor más grande en el culo que el mismo Leo, y eso era decir bastante.

—Las cláusulas de pena no son nulas, están unidas a supuestos que nada tienen que ver con su matrimonio. Están ligadas a hipótesis de penalización que establecen cesiones de derechos, acciones y aprovechamiento de utilidades, y se actualizan porque no se llevará a cabo una unión entre mi hijo y la chica McCartney.

Arrugó los labios y por primera vez me sentí satisfecho con haberle cerrado la boca.

—Entiendo que ese es el objetivo del contrato prenupcial, pero lo que exiges por el incumplimiento es lesivo, es demasiado—objetó Leo—¿Cuarenta por ciento de sus utilidades por cinco años? ¿Sabes cuánto dinero es eso?

Tuve que luchar para contener la sonrisa que amenazaba con surcar mis labios. Por supuesto que sabía, el porcentaje estaba ahí por una razón, y yo ya podía percibir la suave textura de los billetes chocando contra mis dedos a la hora de contarlos.

—Claro que lo sé.

—Estás hablando de millones, Abraham.

Bingo. La chica McCartney era mi boleto de la lotería para acrecentar el capital de mi empresa y cotizarla a un precio mayor en la bolsa. Quizás no era tan redituable como una nuera, pero funcionaba bastante bien.

—Y una muy buena suma si también planeas poner las manos sobre nuestro dinero—añadió Byron despegando por fin la vista del contrato.

Mis comisuras se elevaron en el esbozo de una sonrisa de satisfacción. ¿Podía haber resultado mejor el chistecito de la idiota de Leah? Lo dudaba en verdad. Gracias a su estupidez, me había colocado en una posición donde no habría pérdidas, sólo ganancias, y cortesía de las familias más adineradas de este círculo.

Agradecí al cielo por las mujeres, por ser seres tan simples, insulsos y manipulables.

—Supongo que tampoco tienes opción, Byron. El patrimonio de tu hijo se ha mezclado con el de la chica, y gran parte de él pasará a mis manos a través de ella.

Irresistible Error. [+18] ✔(PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant