Capítulo 1: Mariposas del espanto

Comenzar desde el principio
                                    

«Ojalá estén aquí para avisarme que los pendejos de Tom y Emilio murieron», pienso con rencor.

Es lo menos que ellos se merecen por dejarme aquí después de la borrachera de anoche. Aunque luego, no tardo en envidiar sus destinos, si es que ellos por fin cumplieron mi fantasía de morir antes de tener los dieciocho.

Ignorando a las mariposas que continúan revoloteando a mi alrededor, me acerco al río, agacho en cuclillas y, haciendo un cuenco con las manos, enjuago mi rostro. Restriego las palmas en mi playera, no me importa mojarla, es como una doble labor, ya que, de acuerdo con mi distorsionado criterio, es lo mismo que lavarla, solo estoy saltándome el paso del jabón.

Coloco una palma en mi frente para cubrirme del hijo de puta sol de verano, a pesar de que hay varios árboles cerca, sus copas no alcanzan a tapar por completo a esa odiosa luz. Reconozco el sitio en el que estoy, no me encuentro muy lejos de la salida que da al pueblo, solo debo meterme entre los árboles, asegurarme de no ser mordido por una coralillo en el camino y llegaré al malecón. Después, iré a buscar a Tom, le romperé el hocico por dejarme botado y de ahí, me tiraré en su suelo sucio para dormir hasta el día siguiente.

Además de las mariposas tras de mí, siento otra presencia siguiéndome, sé que no es solo paranoia o un delirio por abstinencia, ya que escucho como sus pasos nerviosos hacen crujir las hojas secas. Trago saliva, y a pesar de mi indisposición, volteo con la intención de asustar a quien me acecha.

Sin embargo, nada pasa. A pesar de que le grité y casi le salto encima, no parece inmutarse en lo más mínimo. Menuda mierda. Frunzo los labios al darme cuenta de que quien me seguía no era otra persona más que Aidée.

«Hermosa Aidée, inocente Aidée, estúpida Aidée».

Ella me pasa de largo, continúa andando hacia enfrente sin decirme algo o siquiera mirarme. Camino con demasiada celeridad para estar a su lado.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto, fastidiado.

No obtengo más que su silencio.

—¡Contéstame cuando te hablo! —le exijo, me adelanto y salto para quedar frente a frente con ella—. ¿Todavía sigues encabronada por lo de la otra vez?

Como si nadie le hubiera hablado, Aidée continúa con su camino. Sus caderas estrechas se mueven haciendo evidente su nerviosismo, sacude su cabello azabache cuando una de las mariposas se posa en este y esconde las manos dentro de los bolsillos de sus shorts.

—¡Hija de puta! —espeto al mismo tiempo que corro detrás de ella.

Intento acercarme para tocar su hombro y obligarle a voltearse, pero me es imposible, porque, aunque está cerca, pareciera como si las puntas de mis dedos estuvieran a metros de distancia de aferrarse a la tela de su blusa. Entiendo que ella solo quiere irritarme. Me parece una pendejada, porque yo no hice nada más que lo que cualquiera hubiese hecho en esa situación.

 Me parece una pendejada, porque yo no hice nada más que lo que cualquiera hubiese hecho en esa situación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora