Capítulo especial Willy y Marian

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Marian paseaba de un lado a otro por el jardín de la mansión de los Brown, maravillada por tan bello lugar. Jamás pensó que pisaría una casa como esa. Observaba la fuente, sorprendida, ya que podía imaginar que estaba en un cuento de hadas.

—Es hermosa.

Saltó en su lugar cuando escuchó esa voz y se giró, encontrando a William a su lado. Estaba tan concentrada que no se dio cuenta de que estaba ahí.

—Lo siento, no fue mi intención asustarte —dijo, apenado, al ver cómo la morena cubría su boca con la mano.

—No te preocupes, yo estaba muy pensativa.

No podía dejar de apreciar lo apuesto que era el hermano de Keily y hasta se sintió mal por haber tenido ese pensamientos sobre él.

Willy tampoco dejó de darle vuelta en su cabeza a lo hermosa que era Marian y en cuánto le hubiese gustado tocar su cabellera rizada. Trató de despejar su mente, se negó a tener esos sentimientos. Total, siempre se ilusionaba en vano y la chica solo llevaba unos días ahí. Así que a su entender, era muy precipitado sentirse de esa manera.

Pero ella era preciosa, no solo por su físico, había notado que Marian tenía un espíritu salvaje y un corazón apasionado.

La morena se movió con incomodidad cuando fue consciente de que William se había sumergido en su mente, como si ella no estuviera ahí. Se acercó más a la fuente, introdujo una mano en el agua y la movió de un lado a otro.

—Mi padre nos hacía creer que era mágica. —Willy se posicionó a su lado—. Cuando nos tenía un regalo decía que debíamos echar una moneda aquí y algo bueno nos sucedería.

Sonrió, melancólico, al recordar parte de su infancia.

—Yo acababa mi mesada pidiendo una sola cosa. —prosiguió, sus ojos se entristecieron ante las veces que creyó, como tonto, que una simple fuente podría curarlo de su mal—. Pero las monedas desaparecían al otro día.

—Eso es hermoso.

—Un día descubrí que era Josh que se metía de noche y las tomaba.

Willy frunció el ceño porque reconoció que su hermano mayor siempre fue muy astuto y sacaba ventaja de todo. Marian, por su parte, estalló en carcajadas.

—Yo hubiese hecho lo mismo —confesó entre risas.

Willy sonrió al verla tan feliz por una simple anécdota. Se fijó en sus labios y pensó que le hubiese gustado probarlos. «Solo por curiosidad», se dijo a sí mismo.

Marian dejó de reír cuando se dio cuenta de que la observaba como si ella fuera hermosa, como si la deseara. Porque ella no se creía bonita. Pensaba que era muy corriente y común, además de que su estatura le restaba delicadeza.

Miró por inercia los labios de William que lucían muy apetecibles, se veía varonil e imaginaba cómo sería un abrazo de él. Cómo sería besarlo.

Se acercó y quedó casi a su altura. Siempre pensó que era una chica muy alta, pero él la hacía ver pequeña aunque fuera un poco.

—Tus ojos siempre lucen tristes aunque te estés riendo, ¿por qué, William? —cuestionó sin dejar de mirarlo.

Él parpadeó porque no sabía qué decir, era increíble cómo ella notó eso. Nadie le había hecho esa pregunta.

—Llámame Willy.

Se encontraba embelesado por los grandes ojos de ella que lo miraban con curiosidad.

—Willy —susurró mientras se acercaba y rozó los labios con los suyos.

Él abrió los ojos en sorpresa ante la osadía de ella, pero se quedó quieto e intrigado por su próximo movimiento.

Marian se arrepintió y se alejó, apenada. Había entendido que actuó por impulso.

—Lo siento, Willy, yo no debí. No sé en qué estaba pensando.

Él la agarró por los brazos y se adueñó de su boca, antes de que su conciencia procesara las consecuencias de sus actos. 

 

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Inercia © (Bilogía Inercia: Libro 1) [Completa]Where stories live. Discover now