Capítulo 5

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Los ojos le ardían, las lágrimas se confundían con el agua de la ducha que le caía sobre el pelo. Su pecho se estrujó y golpeó con los puños los azulejos de la bañera varias veces. Sentía el corazón desbocado, a punto de salir del pecho. Sus sollozos se hacían más fuertes por cada segundo que pasaba.

Chocó la espalda contra la pared, se dejó caer mientras abrazaba sus rodillas y enterró la cara en ellas. Meses después de haber llegado a casa de su padre, Keily se sentía sola. No había manera de que dejara de doler la partida de su madre, a pesar de que conoció personas como Zoe y Willy que la acogieron con cariño.

Los acontecimientos de los últimos días pasaron por su mente como una película. El pueblo era pequeño y se había extendido la voz de que la «bastarda» del señor Brown apareció para cobrar parte de la herencia que, según ellos, era lo único que le importaba.

Por otro lado, estaba Charlotte. Ella tenía una prima, Jessica, que la acompañaba a todas partes y se pusieron a una para hacerla sentir mal. Como si eso no hubiese sido poco, Josh estaba actuando muy extraño a su alrededor. Días antes había escuchado a Carol decirle que la evitara y él le contestó que no se metiera en su vida.

Para colmo de males, el chico italiano había aparecido como por arte de magia en algunos lugares que ella frecuentaba. Asimismo, Keily se había dirigido unas dos veces a la bodega. Eso dio paso a que se creara el rumor de una supuesta atracción entre ambos, el cual llegó a oídos de Charlotte y alimentó su odio y malos tratos contra su media hermana.

No todo fue negativo, pues se había comunicado con su amiga Marian, con un teléfono que le compró Jack, y estaba esperando que algún día pudiese visitarla. Anhelaba verla otra vez. Además, Josh le había mostrado algunas universidades en la que podría llevar a cabo sus estudios.

Más calmada, Keily salió del baño y se vistió. Quiso salir a dar un paseo que le despejaría la mente.

Caminaba por las calles del pueblo y vislumbró en una esquina la bodega donde trabajaba Alan. Sin pensarlo mucho, entró. Él posó la mirada sobre ella desde el otro lado del mostrador cuando escuchó la campanilla de la puerta. Su sonrisa se ensanchó, gesto que Keily imitó mientras se acercaba.

—Qué grata sorpresa —dijo y le extendió una mano.

—Hola —le correspondió el saludo, tímida—. Vine por unas galletas de chocolate.

—Aquí están. —Las sacó de un frasco—. ¿Vas a hacer algo esta noche? —preguntó un poco nervioso y sonrojado.

El corazón de ella se aceleró y sus manos sudaron cuando cayó en cuenta de que, tal vez, quería invitarla a salir.

—No tengo nada pensado, Alan —dijo despacio mientras le entregaba el dinero.

Él negó con la cabeza.

—La casa invita esta vez —expresó con voz suave. Un carraspeo salió de su garganta antes de proseguir—: ¿Te gustaría salir conmigo?

Alan se rascó la nuca y pasó su mano por el pelo para acomodarlo hacia atrás, gesto que no le pasó desapercibido a Keily y le encantó.

—Sí, no hay problema.

—Paso por ti a las siete, ¿te parece bien?

Asintió y se despidió del chico con las manos. Lo vio sonreír y notó que sus ojos se achicaron y unas arruguitas se formaron alrededor de ellos. Se permitió respirar cuando salió de la bodega y sus labios esbozaron una sonrisa genuina por las cosas que acababan de acontecer.

Increíble cómo el estado de ánimo le pudo cambiar de un momento a otro.

***

—¡No quiero volver a verte en mi vida! —gritó con lágrimas rodando por sus mejillas.

—Escarlett, déjame explicarte, por favor. Las cosas no son como crees —dijo Jack mientras se acercaba a ella.

Él quería sostenerla y decirle que todo iba a salir bien, pero sabía que todo se había ido por el retrete.

•••

Jack trató de alejar esos pensamientos al momento en que agarró el pequeño control del aire acondicionado de su habitación, ya que la temperatura estaba muy alta. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Escarlett, la rubia de ojos azules que una vez fue parte importante de su vida. Pudo ser la razón de sus recuerdos el hecho de tener a Keily con él, porque esta tenía un parecido increíble a su madre.

Suspiró con fastidio al escuchar los toques en la puerta. Abrió, encontrándose con su hija menor que tenía la mirada baja y se rascaba el brazo derecho en señal de que estaba nerviosa. Se alejó de la entrada e hizo un ademán para que pasase. Keily entró despacio y, con curiosidad, repasó la elegante habitación de su padre. Jack sonrió porque se dio cuenta de que quería decirle algo y su timidez no se lo permitía.

—Es para avisarte que esta noche voy a salir a cenar con alguien. —Su voz fue casi inaudible y apretó las manos sudorosas.

Él levantó una ceja y la miró, divertido.

—¿Me pides permiso o es solo un aviso?

—¿Las dos?

Keily quiso golpearse por lo torpe de sus palabras.

—¿Con quién vas a salir, pequeña?

Ella levantó la mirada y se sonrojó ante los pensamientos que tuvo sobre el italiano.

—Con Alan Ricci —respondió en un susurro.

—¿El de la bodega? —cuestionó su padre alarmado.

Keily asintió. Jack, por su parte, empezó a pasearse de un lado a otro por el cuarto. Él sabía muy bien de quién le hablaba. De hecho, en el pueblo se conocían todos y los rumores corrían como pólvora. El italiano había sido tema de conversación de muchos almuerzos familiares, porque su hija Charlotte tenía cierto flechazo o enamoramiento hacia él y no paraba de mencionarlo.

Estaba consciente de que se especulaba una supuesta relación entre él y la hija de su amigo John Lee, dueño de la bodega donde trabajaba el chico. Detuvo su caminar y miró a su hija, quien ahora estaba sentada en una silla mordiéndose el pulgar.

—Escucha, Keily, sé que quieres experimentar cosas y eso está bien. Pero ¿estás segura de que es buena idea salir con un chico que apenas conoces? —cuestionó, poniéndose a la altura de ella que lo miraba con ojos llorosos.

—Yo he hablado con él algunas veces y quiero ir. Por favor —suplicó un tanto desesperada.

Jack cerró los ojos mientras mantenía una batalla interna, porque no quería que se produjera ningún tipo de rivalidad entre sus hijas.

—Está bien, pero debes llegar a las diez como máximo y tener el teléfono contigo para que puedas contestar mis llamadas en caso de que quiera contactarte —le advirtió, aun si sabía que eso le traería problemas más adelante. 

 

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Inercia © (Bilogía Inercia: Libro 1) [Completa]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant