III. El fantasma de nuestro pasado

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Terrified of what I'd be
As a kid from what I've seen
Every single day when people try
And put the pieces back together
Just to smash them down
Turn my headphones up real loud
I don't think I need them now
'Cause you stopped the noise

Summertime, My Chemical Romance

A veces recorro hacía atrás el camino que ya caminamos y descubro cosas que antes no vi. No te lo cuento todo. A veces es sólo para mí.

Esta es una de esas veces.

A veces camino, poco a poco, de regreso, el camino a cuando ni siquiera me mirabas y me descubro mirándote con un ansia que no puedo explicarme. Te admiraba. Todavía te admiro. Pero reconozco también la desesperación en mis ojos y si me pongo a pensar en las lágrimas que salen de ellos cada que, en esos recuerdos, me dices «Deku», puedo reconocer la envidia.

No te lo tomes a mal. Siempre quise y no quise ser como tú.

Recuerdo todas las veces que alguien miró maravillado cómo controlabas las explosiones de tus manos, intentó darte palmaditas en la cabeza —de las que siempre huiste, sin falta— y te dijo «serás un buen héroe». Todo el mundo asumió que ese era tu destino y nunca hubo nadie que viera más allá.

Para bien y para mal, supongo, Kacchan.

Nadie te sobrepasó hasta que no llegamos a UA. Nadie te puso un alto cada que te dedicabas a martirizar a alguien más débil que tú.

Corrección: cada que me martirizabas a mí.

—Izuku. —Siempre interrumpes el tren de mis pensamientos. Cuando me observas con la mirada perdida en algo mientras se supone que estamos estudiando, lo paras de golpe y te dispones a averiguar qué demonios me mantiene en otro mundo.

Eres y no eres parte de este mundo.

Eres, porque hemos orbitado toda la vida el uno alrededor del otro. Quizá hubo un tiempo en que tú creyeras —y yo también— que era sólo tu satélite. Pero ahora sé que no. Si crees en el destino, supongo que puedes decir que siempre estuvimos predestinados, a mirarnos a los ojos y reconocernos como iguales.

Yo siempre desee eso.

Tú siempre lo temiste.

—¿Mmm? —Muerdo la pluma. Estoy distraído.

A la vez, no eres parte de este mundo. Pienso demasiadas cosas que no te digo hasta que no les di mil vueltas. A veces no las digo nunca. No es necesario. Entiendes lo que quiero decir cuando te abrazo con fuerza y escondo la cabeza para que nadie vea mis lágrimas. Preguntas si quiero hablar de ello. (Y a veces no quiero y sólo de dedicas a besarme hasta que se me olvida la tristeza y recoges todas mis lágrimas con tus labios).

—Estábamos hablando de integrales. ¡Te juro que Kirishima pone más atención que tú! —espetas.

Pero estaba hablando de nuestro pasado.

¿Ves cómo doy vueltas? O más bien, mis pensamientos van en curva.

—Ah. ¡Creo que ya tengo esta! —Señalo la última integral resuelta y me quedo mirándote mientras la revisas. Mueves los ojos entre los dos cuadernos hasta que, ceñudo, pones el lápiz sobre un renglón en el mío.

—El signo —espetas—. Está mal.

—¡Gracias, Kacchan!

El fantasma de una sonrisa cariñosa aparece en tu cara.

Yo vuelvo a voltear al pasado mientras cambio el signo y hago las correcciones necesarias. Entre las lágrimas que causaste puedo reconocer muchas cosas. La última, envidia.

¿Quién no te hubiera envidiado, Kacchan?

—Estás en otro mundo, te lo juro.

—Ajá —murmuro.

La integral ya quedó resuelta. Nos faltan dos, pero no estás mirando el cuaderno, sino que estás mirándome a mí. Tu mano se dirige a mi barbilla y la alza un poco para mirar directamente a mis ojos.

—A veces siento que estás donde no puedo alcanzarte —dices. Tuerces la boca. Me gusta mirarte—. Izuku. Hum.

Tus «hum» siempre son pequeños gruñidos. He aprendido a descubrir lo que significa.

—He estado pensando —empiezas. No digo nada, pero volteo y te regalo mi atención—. La última vez que... hum. Peleamos. Carajo. ¿Por qué no puedo...? Argh. Carajo. —Bajas la vista. Más o menos puedo traducir el desastre que son tus últimas palabras cuando te veo bajar los ojos y buscar un punto neutro en la habitación que no sea mirarme a mí—. Pensé que eres. Hum. Bueno.

—Kacchan, ¿sabes que puedes decir lo que sea?

Alzas la mirada y en vez de mirarme la clavas justo debajo del poster de All-Might que está a la derecha.

—Ahm. Sí. Claro.

No es normal cuando te pones tan nervioso. Usualmente necesitas que te patee el trasero para decir cualquier cosa seria. O que esté a punto de hacerlo. La desesperación y la adrenalina te sueltan la lengua con más facilidad que otras cosas.

—Izuku, ahm. Siempre has tenido un equilibrio diferente, ¿lo sabes?

—No tengo ni idea de a qué demonios te refieres, pero sigue.

—Siempre has tenido que luchar por tu maldito sueño —dices—. Nadie te dijo que... Hum. No como yo —te cortas—. Nadie me estrelló con la realidad hasta que tú... Hum. Tú lo hiciste.

—Kacchan, para.

Sé que le das vueltas. Te miro, ¿recuerdas? No, lo mío no es sólo mirar. Te observo. Me miras como si no pudieras creer que en efecto, te quiero. Sé que no tiene sentido.

—Estoy tratando de... No sé. Me gustas. ¿Lo sabes, verdad? —El dorso de uno de tus dedos se detiene en mi mejilla. Entonces por fin volteas a verme—. Me gustas demasiado y... Nunca pensé que. No sé.

Tu tacto me ahoga. Hace que no pueda respirar.

—Yo tampoco —admito.

Nos faltan dos integrales. Se está haciendo tarde y sé que tú desapareces siempre rumbo al cuarto piso antes de las nueve. Pero no puedes dejar de mirarme. ¿Sabes lo hipnótica que es tu mirada cuando me miras como si no hubiera nada más en el mundo? Probablemente no. Pero yo lo sé y con eso basta.

—A veces pienso que. Ahm. Es un sueño. —Tus frases no suenan dudosas: se cortan sin terminar, terminan sin un inicio. Es caótico, incluso para alguien que siempre parece saber qué quiere decir, Kacchan—. O es mi imaginación o que no es posible.

Sonrío.

Es imposible no sonreír.

Me acerco.

—Te quiero.

Susurro ante tus labios y luego los beso. Tus labios saben bien. Me gusta cuando recorren mi rostro y mi piel, Kacchan.

(Aunque la mayor parte del tiempo ni siquiera sepamos qué estamos haciendo).

—Lo sabes —digo.

No es una pregunta. No necesito una confirmación. La veo siempre al mirarte. ¿Te has preguntado qué diría tu yo de catorce años de verte aquí, sentado frente a mí, inclinándote buscando mis labios como si estuvieras muriendo de sed y ellos fueran el último oasis del planeta?

No le gustaría, Kacchan. Pero a mí me encanta.

Es un poco mi venganza. (Lo siento). Mi yo de catorce años se muere de envidia por una singularidad como la tuya y está desesperado buscando una manera de alcanzarte en un mundo que no le favorece. Y ahora te tengo aquí, ante mí y pienso que no hay ningún otro lado en el que me gustaría estar.

Kacchan [Katsudeku/Dekukatsu] Where stories live. Discover now