— ¿Es tuyo?

Alek se encogió de hombros y chasqueó la lengua.

— ¿Te gusta? No me respondas, yo estoy enamorado.

Sonreí, acercándome al coche para delinearlo con el dedo índice, admirando los pequeños detalles que poseía.

—Es lindo, ¿qué modelo es?

—Es un Porsche carrera del 96' —soltó, mirando el auto con orgullo—. Tiene 210 caballos de fuerza; es un tesoro mundial.

La promoción que le hizo a su auto me causó gracia, e intenté no reír muy fuerte para no ofenderle. Él se veía real-mente orgulloso de él, y no era para menos.

—Me gusta, especialmente porque es blanco.

— ¿Qué importa el color? —Frunció el ceño mientras abría la puerta y entraba a él.

Asomé la cabeza por la ventana del asiento del copiloto previo a mi respuesta:

—Es mi color favorito.

Aún confundido, negó.

— ¿A quién rayos le gusta el color blanco? Es insípido.

Sonreí gloriosa. No me molestaba aceptarlo.

—A mí, Capri Balí.

Abrió su boca como si fuese a decir algo pero pronto la cerró, fijó su azulada mirada hacia el frente y negó una vez más.

—No puedo creer que te llames así, ¿qué mierda tenían tus padres en la cabeza cuando te registraron? —bufó—. ¿Ser una isla italiana no les bastó?

—Bueno, tú te llamas Aleksanteri. No sé de qué te estás burlando, amigo. —Subí al auto usando una encantadora sonrisa—. ¿Podríamos partir? Creo que el papel pronto dejará de surtir efecto y... —Observé a mis lados—. Tus asientos se mancharán por y para siempre.

— ¿Papel? ¿De qué estás habla...? Oh, carajo.

Y ese ya tan familiar rostro de repugnancia apareció en él. Solté una jugosa carcajada que, honestamente, disfruté a lo grande.

—Anda, no quiero otro accidente, por favor.

Él suspiró con fuerza mientras giraba la llave para encender el auto y mascullar:

—Caprichosa y nauseabunda.

No demoramos en llegar al supermercado, en realidad, era un pueblo chico y todo se encontraba a escasos minutos de distancia. Bajamos juntos y entramos. Alek estiró sus largos brazos para saludar al muchacho que atendía en la registradora.

— ¡Tornado!

— ¡Alek!

Oh, él le respondió de la misma manera. Me detuve detrás del rubio mientras chocaban puños con una amplia sonrisa, mostrando sus dientes.

— ¿Qué te trae por acá? No te venderé cerveza a esta hora.

—En primer lugar, idiota, soy legal y puedo comprar cerveza a la hora que me plazca, y en segundo, no vengo por cerveza. Buscamos tampones.

Aaaaah. ¿Qué le sucedía? Mi rostro se convirtió en un jugoso tomate en cuestión de segundos y sentí sobre mí la mirada burlona del chico desconocido. ¡Qué bochornoso! Que él lo supiera era una cosa, ¿pero desconocidos? Había un par de señores por allá que giraron la vista en nuestra dirección.

—Tercer pasillo a la derecha —dijo antes de ver a Alek—. Te salvaste de un embarazo, eh.

—Imbécil —masculló en respuesta y golpeó su brazo.

Avergonzada, con ganas de estrellar mi cabeza contra el suelo y que apareciese en el infierno, caminé hacia el pasillo señalado donde encontré una gran variedad de toallas y tampones; me dirigí a éstos últimos. Apreté mis labios y comencé a buscar por marcas... jamás había usado tampones, esta sería la primera vez y todo porque estaba en mi lista de primeras veces.

— ¿Ya? —Alek apareció al inicio del pasillo.

—Mm, no. Intento escoger los mejores.

Él bufó, ya a mi lado, después de atravesar el pasillo con agilidad.

—Todos son iguales, elige el que tenga más y sea económico.

—Las cosas no funcionan así —aclaré, concentrada en leer las especificaciones que señalaban las cajas.

El rubio torció el gesto, se cruzó de brazos y recargó su espalda contra el estante.

— ¿Hasta para escoger tampones serás caprichosa?

Pausé mi acción, suspiré y viajé mis ojos hacia él, pero para mi mala suerte, lo que obtuve fue su azulada mirada sobre la mía. Un extraño sentimiento me invadió, se apreció diferente; podría jurar que sus ojos intentaban decirme algo... quedé en silencio. Los nervios iban apareciendo lentamente y yo realmente me encontraba confundida. ¿Qué significaba esto?

—Niña, no quiero ser pesado o algo parecido, pero deberías apresurarte. Tu querida falda amarilla, ya no es más amarilla.

Mis ojos se abrieron a tope, y por instinto, giré el medio torso. ¡Dios bendito! El papel ya había dado su mayor esfuerzo conmigo. ¿Por qué tanta crueldad en mi contra este día?

—Aiñ, ¡¿por qué a mí?! —chillé en secreto, apretando los puños, los ojos, y dando un fuerte pisotón sobre el suelo.

Él rio. Le miré molesta, pero no tardé en deshacer aquel semblante en mi rostro cuando en cámara lenta observé cómo se quitaba su chaqueta. Respiré hondo mientras él se acercaba para pasar su prenda alrededor de mi cintura. Mientras lo hacía, sus claros luceros no dejaron de mirar mis oscuros; una especie de hipnotismo se sentía y, sinceramente, comenzaba a parecerme un problema. Su mirada era diferente, más que profunda, era compleja.

—Listo.

Sus palabras y la sonrisa a labios cerrados que esbozó mientras sus ojos se enchinaban, me hicieron salir del pequeño trance en el que me vi inmersa algunos segundos.

—Gra-gracias, Alek.

🐌

De pie frente al gigantesco espejo del baño y con un pequeño tampón en mis manos, intentaba descifrar el tan famoso ¿ahora qué? que experimentaba. Saqué aire ruidosamente por la boca y lavé mis manos antes de regresar a la misma posición.

— ¿Cómo se supone que debo hacer esto? —solté, mirando confusa hacia mis alrededores, intentando buscar alguna cosa imaginaria porque realmente lo que necesitaba estaba en mi mano derecha: el tampón.

—Tranquila, Capri, tú puedes...

Me eché porras y, en realidad, resultó no ser tan difícil. Más tardé en mentalizarme que en introducir ese pequeño objeto dentro de mí.

Por primera vez, después de un bochornoso y extraño día, en el que la mirada de aquel sujeto de ojos soñadores, cabellos rebeldes y risa reconfortante, causó en mí un extraño sentir... usé un tampón.

LA PRIMERA VEZWhere stories live. Discover now