Seis

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•El garage•Capri

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•El garage•
Capri

Una nueva mañana que pudo llegar a ser perfecta, con la luz brillante del sol atravesando la ventana, los pájaros deleitándonos con su dulce canto, el delicioso desayuno, enamorarme y vivir feliz por siempre en un castillo y así, la historia llegaba a su fin. Pero no. No lo fue, y mi triste realidad dio inicio al levantarme de la cama cuando dieron las siete de la mañana. Mi cuerpo decidió hacerme una mala y retorcida jugada.

—Rayos —musité.

Las blancas sábanas que cubrían el blanco colchón de la blanca habitación, estaban manchadas, al igual que mi blanco pijama, de un desagradable color carmesí. Parecía una escena del crimen en el que la víctima, lastimosamente, había quedado con vida; y esa víctima era yo. Mi periodo llegó, después de ocho largos meses. Simplemente, no podía creerlo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que sentí la furia de la maldición sangrienta y debía hacerlo cuando estaba intentando disfrutar de mi vida. ¿Qué hice para merecer tanto castigo? No estaba preparada para ello, y no tuve más remedio que tomar una ducha, así como usar papel, mucho papel sobre mi ropa interior. No solía tener el periodo de manera regular, pero cuando pasaba, ¡Dios todopoderoso! Me desangraba por completo.

Deshice la cama y formé una gran bola de sábanas entre mis manos, para bajar con ellas corriendo hacia el cuarto de lavado. Era un accidente, pero quería y debía encargarme de ello.

—Jabón, jabón, jabón... —decía mientras lo buscaba—. Oh, aquí estás, amiguito. ¿Y tu compañero el cloro? ¿Lo has visto? Necesito de sus servicios con mucha urgencia, ¿crees que puedas ayudarme?

Sí, ya me estaba volviendo loca. La falta de hierro debido a tanta pérdida de sangre quizá me hacía delirar. Afortunadamente, solo era la que se desprendía de mi útero defec-tuoso, que si fuera del resto del cuerpo, no sé qué sería de mí.

—La verdad, niña, es que dudo mucho que el jabón pueda ayudarte. Sin embargo, yo tengo la solución perfecta para ti.

Ensanché la mirada, esto no podía ser real. ¿Cómo era posible que siempre llegara en uno de mis momentos vergon-zosos?, ¿qué acaso no tenía decencia? Podría fingir simplemente no ver mis raras manías y seguirse de largo, ¡pero no lo hacía! Me restregaba en la cara su presencia.

— ¿Qué haces aquí?

—La pregunta aquí, Caprichos, es ¿qué haces tú en la lavandería, a estas horas, hablándole al jabón? —Alzó una de sus cejas mientras su mano sostenía el cloro.

Suspiré y tomé el galón antes de ir a depositar un poco en la lavadora.

—Gracias y, bueno, como es algo evidente, estoy lavando.

— ¿Por qué a estas horas? —curioseó de brazos cruzados, recargándose sobre la secadora a mi lado y dándole una mordida a la manzana que su chaqueta guardó por un momento.

LA PRIMERA VEZWhere stories live. Discover now