— ¿Tú qué haces aquí a estas horas? —contraataqué.

—Yo te pregunté primero, merezco la respuesta antes.

Me señaló con su dedo libre, sin descruzar por completo los brazos.

—Vine a lavar mis sábanas.

Él guardó silencio un par de segundos, como si meditara mi respuesta. Una sonrisa burlona apareció cuando por fin un pensamiento hizo «clic» en su mente.

—No me digas que te orinaste en la cama.

Mi ceño se frunció inmediatamente en un salvaje movimiento de desapruebo.

—Por supuesto que no, Alek.

— ¿Entonces? —inquirió, alzando nuevamente una de sus cejas y su cabeza se inclinó hacia la derecha.

—En efecto, tuve un accidente, pero no fue ese.

Su mirada mostró terror después de escucharme.

—Mi periodo —aclaré—. Mi periodo llegó sin previo aviso, entonces, todo quedó rojo... ya sabes.

Pecaba de sincera, lo sé.

—Qué desagradable eres, niña.

— ¿Desagradable? Es algo normal y natural en las mujeres, no tiene por qué ser desagradable. En realidad, es algo que deberían normalizar, debería dejar de ser un tabú, incluso, el gobierno debería brindarnos los productos de forma gratuita, porque... —interrumpió mi discurso descaradamente.

—Es sangre saliendo de tu vagina. Por supuesto que es desagradable —defendió—. Aunque, tu propuesta suena interesante. Haz una revolución feminista y puedo asegurar que lo logran.

Suspiré mientras mis mejillas cobraban color.

—Bien, realmente no quiero hablar sobre la menstruación contigo. —Cerré la tapa de la lavadora y presioné su botón de inicio—. Por tanto, si me permites, necesito ir al super-mercado.

— ¿Para qué?

Su relajada postura, junto a esa tapa de cloro que lanzaba y cachaba una y otra vez, de alguna manera llamaba mi atención.

—Debo comprar esas cosas de mujeres que son un privilegio porque aún no las dan de manera gratuita, para ese problema de mujeres del que inmaduramente no quieres hablar.

—En realidad, Caprichos, tú dijiste que no querías hablarlo. Yo solamente expresé mi desagrado y apoyo hacia tu campaña revolucionaria. —Terminó con un guiño.

Suspiré y al sacar el aire, mis mejillas se inflaron.

—Bien, tienes razón.

—Lo sé, lo sé. —Mostró la palma de su mano y apenas cerró sus ojos un segundo mientras agachaba un poco la cabeza—. Anda, yo te llevo.

— ¿Tú?

Su mirada viajó de un lado a otro con cautela y terminó frunciendo el ceño en mi dirección.

—Creo que fui yo el que dijo eso, ¿o ves a alguien más por aquí?... —Me miró con incredulidad—. El jabón y el cloro no cuentan, niña.

— ¿Tienes auto? —inquirí pronto.

Una media sonrisa apareció en su rostro y caminó fuera del cuarto de lavado con gracia. Observando cómo desaparecía, torcí el gesto y partí tras él con los labios sellados. Caminé con escasa diferencia a su lado, hasta que el garaje quedó frente a nosotros y deslizó la puerta hacia arriba de un tirón, haciéndome quedar boquiabierta cuando destapó aquel auto.

LA PRIMERA VEZWhere stories live. Discover now