XXVIII

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—La noche es tan bella como tú—susurró Legolas a mi oído cuando me asomé a observar. Le di un beso como respuesta.

—Algo me inquieta—dije al sepárame de él.

—A mi también, pero debo admitir que no se lo que es. —dijo con su mirada perdida. El silecio reino entre nosotros, solo se escuchaba como Aragorn acariciaba su collar del otro lado, pero se acerco a nosotros. Debió notar que algo no anda bien.

—Estrellas veladas—dijo Legolas de la nada —. El mal se agita al este. El ojo del enemigo se mueve...

Guarde silencio unos minutos antes de hablar.

—Todas las noches despierto al sentir como se mueve—susurro—. Me levanto y camino bajo las estrellas a ver si algo en mi se calma, pero nunca sucede...

—Yo también despierto al sentirlo. Percibo su maldad y ya nada logra hacerme dormir. A veces Alhelí duerme, otras no, pero siempre ambos acabamos despiertos.

El silencio nos volvió a consumir, pues mucho no había que decir. El enemigo se acercaba.

—Él está aquí—dijo Legolas antes de que mi cabeza comenzara a doler y mi vieja herida ardiera. El fuego de Sauron lo sentía como si estuviese dentro de mi, quemando lo bueno para estar con él, el fuego era perverso y malicioso, cragado de ira.

Su voz era fuerte y exigente, atrayéndome, llamándome.

Te veo—decía.

Me retorcí en el piso, quejándome y luchando con esa tortura que crecía en mi hasta que logre dominarla con mi poder.

Fue entonces cuando un grito llegó desde dentro, donde los tres corrimos. Aragorn fue quien abrió la puerta, pero yo me adelante y lanzé sobre Pippin para quitarle el ojo, pero a los dos comenzó a torturar fuertemente. Mi herida no solo ardia, si no que sangraba.

Aragorn corrió y saco la bola de nuestras manos, siendo él a quien torturaba Sauron ahora.

—Basta—susurré, pero nada sucedió.

La ira por ver a mis amigos sufrir hizo que me levantara y con magia empujase el mal que sentía. Poco a poco la habitación quedó totalmente cubierta por una neblina azul. Mi herida sangraba, pero no me importaba.

Aragorn logró soltar la esfera que rodó lejos mientras el caía de espaldas y Legolas llegó para que no se golpease la cabeza.

Gandalf, de pie, corrió y cubrió el ojo. Yo caí de rodillas al suelo al lado de Elessar y mi esposo, quienes me dieron unas caricias, sin notar la herida tapada por mi mano. Me acosté junto a ellos, cansada. Ninguno dijo nada al ver la sangre, primero había que recuperar fuerzas.

—¡Tuk tonto!—gritó Gandalf, pero al ver que estaba inmóvil corrió hasta él. Nosotros nos levantamos rápidamente mientras el mago decía algunas cosas en voz baja. —.Mirame—susurro.

—Gandalf, disculpa—dijo el hobbitt.

—Mirame—insistió Gandalf—, ¿Qué fue lo que viste?

—Había un árbol—contesto en voz baja Pippin—Había un árbol blanco, en un gran patio de piedras. Estaba seco. Una ciudad en llamas...—acabo con dificultad.

—Minas Tirith—dije.

—¿Eso es lo que viste?

—Vi...—hablo con miedo—vi...¡Lo ví a él, Grandlf.—mis entrañas dieron un vuelco y mis rodillas se retorcieron—. Oía su voz en mi interior.

—¿Qué averiguó por ti?—preguntó el mago—¡Habla!

El miedo en su rostro era mucho.

—Quería saber mi nombre. No le contesté. Me lastimó.

Una Elfa En La Historia //ESDLAWhere stories live. Discover now