Capítulo 38

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Narra Onodera:

La clase termina y yo ya tengo, prácticamente, todas mis cosas guardadas. Archivo un par de hojas en una libreta y casi con prisa las meto en mi mochila. Quiero salir de la escuela cuanto antes, pero no quiero ir a casa aún; necesito pensar, descansar y...

— ¿Ricchan? —La dulce voz de mi mejor amiga corta mis pensamientos por lo que, agradecido, mas sin ánimo, me giro a verla— ¿Qué es lo que ocurre? —pregunta con voz casi tan dudosa como sus movimientos. Mantiene una distancia mayor a la necesaria y sé que duda si acercarse a mí o no.

Mi primera intención es mentirle: contestar con un simplón "nada" e inventar una excusa poco convincente como "estoy cansado" o "no dormí bien anoche" y agregar un simplemente al inicio, para restarle aun mayor importancia; pero veo sus ojos, la fina capa de preocupación en ellos y siento remordimiento de siquiera haber considerado aquella opción. Pero aunque tenga bastantes ganas de serle sincero y decirle todo, en este mismo instante estoy a segundos de explotar y si hablara, me rompería en miles de pedacitos.

—No puedo... —hablo en tono bajo, sintiéndome culpable por ser incapaz de aliviar su preocupación— ...justo ahora no puedo contarlo, pero te prometo que mañana, o tal vez en la tarde, te llamo y te cuento todo.

Suelto un suspiro y siento que el oxígeno recién expulsado no sale todo de mis pulmones, pues aún están pesados e inflados, llenos de más de mil suspiros de tristeza.

— ¿Estás seguro? —insiste, eliminando parte de la distancia— podemos ir a algún sitio si quieres, una cafetería, el parque, mi casa, la tuya... Donde te sientas cómodo para hablar... —el temblor en su voz no la deja ocultar lo mucho que se preocupa por mí, lo que a pesar de hacer presión sobre mi corazón, me enternece y sonrío de lado ante la actitud de An.

—An, debes de darle su espacio —me roba las palabras Nao, parándose junto a nuestra amiga— ¿Hoy estarás bien, solo? —pregunta con una ceja levemente alzada, a lo que me limito a dar un suave asentimiento con la cabeza— de acuerdo, pero espero que mañana nos digas lo que sucedió.

Me despido de ellos con un movimiento de mano y salgo del salón haciendo mi mejor esfuerzo para no arrastrar mi ser por el camino a la entrada. Como es de esperarse, una vez que las clases han terminado, los alumnos parecen querer huir del edificio a cualquier otra parte que les haga olvidar las tareas, pero antes de llegar a la tan ansiada libertad, deben de cruzar entre empujones los pasillos que parecen ser infinitos.

Avanzo dos pasos, tres, inhalo una gran cantidad de aire y lo sostengo; cuatro, cinco, exhalo; seis, siete, aprieto las correas de mi mochila; ocho, nueve, vuelvo a inhalar y el oxígeno no recorre mi cuerpo como debería. Una de las desventajas de ser novio del príncipe, es que me vi obligado a abandonar el anonimato y ser conocido por la mayoría de los alumnos como la pareja del más atractivo alfa de la escuela.

Escucho el bullicio de mis compañeros, siento un par de miradas curiosas que siguen con detenimiento todos mis movimientos; las risas burlonas y un par de comentarios fuera de lugar pican mi espalda; el temor de encontrarme con Akane por el pasillo dificulta mi andar y el miedo de ver a Kobayashi apresura mis pasos; pero todo lo anterior no logra compararse, ni en lo más mínimo, al punzante dolor que mantengo en el pecho, que me permite avanzar, a la vez que me roba el aliento.

Llegar a la entrada resulta un logro que me detengo a disfrutar cuatro metros a la derecha del portón, donde la concentración de alumnos es mucho menor que en zonas anteriores. Recargo mi espalda sobre la pared y estoy casi a nada de liberarme, cuando caigo en cuenta de que la cantidad de ojos curiosos sigue siendo mayor a seis pares, por lo que casi a regañadientes, y recio a proporcionarles mayor información sobre lo que ha pasado en mi relación, me incorporo y emprendo nuevamente mi andar sin un destino fijo, que espero se me ocurra mientras camino.

Avanzo por un par de cuadras, perdido en mis pensamientos, analizo la situación de la manera más objetiva que mis sentimientos me permiten, hasta que golpea mi rostro una fuerte ráfaga de aire que arrastra consigo las hojas de los árboles que arranca al golpear contra ellos. Cierro los ojos como reflejo y cuando los abro nuevamente, encuentro frente a mí el lugar perfecto para mi derrumbe: el parque.

Con las pocas fuerzas que mi cuerpo mantiene, me dirijo a una de las bancas más cercanas a mí y me siento en una de ellas, mi cabeza cae hacia atrás, y observo con detenimiento lo romántico que resulta ser el cielo entre las ramas y sus verdes frondas.

Imitando a los rayos de sol que logran traspasar las ramas de los árboles, los recuerdos del día empiezan a aparecer en mi mente uno a uno, sin prisas, casi como si tuviesen la caridad de no aparecer todos en un solo instante, lo que agradezco pues si lo hicieran, terminaría derrumbándome por completo.

El primer amor desaparece, pero nunca se va. Recuerdo que leí esa frase alguna vez, en su momento no me importó, creí que era una frase poco importante de James Baldwin, en mi opinión, él tenía muchas mejores y que resultaban en verdad importantes; pero ahora, no hago más que pensar en ella una y otra vez, temiendo porque sea verdad.

Si él aún la ama, ¿Qué significa entonces nuestra relación? ¿El que seamos destinados influye en algo? Si él tuviese que elegir entre ambos, ¿Me daría ventaja nuestro lazo? Lento llevo una mano a mi nuca, la zona de la marca, y paso mis dedos una y otra vez por el sitio, sintiendo la suavidad de mi piel, la suavidad de una piel sin mordida...

—Takano-san... —murmuro su nombre y la reacción es casi inmediata, las lágrimas llenan mis ojos y un nudo se forma en mi garganta.

Pienso entonces en nuestra cita en la feria, en nuestro primer beso, en lo cálidos que se tornan los lugares por los que pasa sus grandes manos, lo bello de sus labios y sus dulces caricias.

—Lo que más me acongoja de todo esto —susurro en tono tan bajo, que es únicamente para mí, pero con palabras que quisieran ser escuchadas por él—, es que ella fue, o más bien, ella es, tu primer amor... Pero Takano-san, tú eres el mío.

— ¡Onodera! —Escucho un grito e inevitablemente me encojo en mi sitio, esperando que él no me vea, que no venga a mí y que no descubra las lágrimas que ruedan por mi rostro— ¡Onodera! —vuelve a llamarme, más cerca, enseguida me pongo en pie y sé que bien podría yo correr, huir de sus fuertes brazos que pronto me alcanzan y me envuelven, pero lo que me detuvo, fue la voz rota con la que pronunció mi nombre— Onodera...

Me apega contra sí con fuerza, casi con desesperación y debo tragar duro para no sollozar y ceder ante mis anhelos de que me consuele.

Hay tanto que quiero decirle, que sé que me faltaría voz; quiero empujarlo, apartarlo de mí y cuestionarle, explicarle además, hablarle... ¿Qué haces aquí? No quiero verte... No estoy listo para verte, ni para escucharte, ni para sentirte. Necesito tiempo para prepararme, soy débil cuando se trata de ti; siempre que me tocas, cada caricia, por más corta que sea, hace flaquear mi voluntad y justo ahora, que me abraces tan fuerte, me parece injusto... Nada de eso podré entonar pues mi garganta se ha cerrado, y solo mis ojos están abiertos, tratando de contener las lágrimas que desobedientes recorren mis mejillas.

—Onodera, perdóname —suplica y siento su llanto humedecer mis ropas— por favor, al menos escúchame... Yo...

—Está bien —le interrumpo a la vez que correspondo su abrazo y elimino el par de centímetros que aún nos separaban.

—Ritsu —pronuncia con dificultad y yo acaricio su espalda con movimientos suaves y continuos, a lo que él responde enredando sus dedos en mi cabello, impidiendo que me aparte de él de alguna forma.

—Está bien, Takano-san —repito, tratando de tranquilizarlo.

—Masamune —dice separándose solo lo suficiente para verme a los ojos, a lo que yo le observo confundido— por favor, llámame Masamune, Ritsu.

Abro los ojos con sorpresa, mi novio inclina levemente su rostro hacia la derecha, y me sonríe de manera cálida, un gesto que, me acabo de dar cuenta, amo ver.

—Masamune —digo con una boba risilla, luego de sorber mi nariz.

Aún me es difícil creer que Takano-san es mi destinado, pero me cuesta mucho más trabajo el creer que alguien como yo, pudiera llegar a gustarle.


Sé mi príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora