18 | Entre hipogrifos y conciertos

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❝Between hippogriffs and concerts❞

❝Between hippogriffs and concerts❞

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Fluffy, el enorme perro de tres cabezas que una vez nos quiso asesinar, parecía ser el único ser en todo Hogwarts que no se preocupaba por nada en absoluto. Cada vez que cruzaba delante del pasillo prohibido del tercer piso, pegaba la oreja a la puerta y así me aseguraba que todo estuviera en orden mediante los ronquidos del can. Seguía sin creer que, de verdad, mi padre quisiera robar la Piedra Filosofal, y pasaba muchas tardes intentando interrogar a mi papá en busca de respuestas, para cerrarles la boca a Harry, Hermione y Ronald.

—¿Cuál es tu más grande sueño? —le preguntaba a mi padre, en una de las tantas tardes, pensando que me respondería algo relacionado al oro o la inmortalidad, que era lo que la Piedra conseguía.

—No tengo un sueño —me respondía papá, revisando los trabajos de sus alumnos.

—¡Oh, vamos! ¡Todos tienen un sueño! El mío..., bueno, es ser la mejor bruja de todos los tiempos —le dije, encogiéndome de hombros. La verdad, no había pensado cuál era mi mayor deseo.

Papá me observó por encima de un pergamino que había estado mirando con una mueca de horror, y sus ojos negros me estremecieron.

—Yo no tengo...

—Si pudieras conseguir lo que sea que desearas, ¿qué sería esa cosa? —cambié de pregunta, interrumpiéndole y apoyándome sobre su escritorio para jugar con Tina, quien se paseaba descuidadamente sobre los trabajos; aunque no era como si a papá le importase que arruinara uno.

Cuando me di cuenta del prolongado silencio que profería mi padre en respuesta, alcé mis ojos y lo observé a través de mis gafas. Tenía los labios apretados en una muestra de frustración o molestia, no sabía bien, y quise preguntarle qué tenía, pero él me interrumpió:

—Tengo todo lo que necesito —y así zanjaba el tema.

Harry, Hermione y Ronald insistían en que pasara más tiempo con ellos que con mi padre, pero siempre me dejaban una tarde libre a la semana para que pudiera estar con él y no se viera sospechoso; Fred y George, inconscientemente, también contribuían a que yo no pasara tiempo con él. Me molestaba que pensaran que mi padre podría hacerme algo cuando estábamos solos.

Afortunadamente, no se habían vuelto tan protectores como para evitar que yo saliera del castillo –y, por ende, entrar en un área desolada donde mi padre pudiera atacarme sin que nadie lo viera (ellos no lo habían pensado, al parecer, pero yo no planeaba decirles nada)–, así que, cuando llegó el día de la promesa de Hagrid, ni siquiera me preocupé por desayunar y salí corriendo hacia su cabaña, estrellando mi pequeño puño para que me dejara entrar.

Adelaide SnapeWo Geschichten leben. Entdecke jetzt