Ser la hija del profesor de Pociones tenía sus ventajas y desventajas; pero, cuando el niño que vivió, aquel que venció a Quien-no-debe-ser-nombrado, llega al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, parece que solo existen desventajas en la vida de...
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El sábado del primer partido de quidditch (Gryffindor contra Slytherin) me levanté con el cabello hecho un nido de pájaros, señal de que no había dormido nada bien. Y así era, pues mis sueños fueron visitados por la imagen de mi papá, armado con una espada y escudo, que se batía en duelo con un enorme perro de tres cabezas hasta que éste le mordía la pierna y yo despertaba sudando.
Durante el desayuno, me senté en la mesa de Ravenclaw, cuyo orgullo había herido al estarlos ignorando durante los últimos días, por lo que ningún alumno me hacía caso (¡gracias!). De vez en cuando, mis ojos viajaban hasta la mesa de profesores, donde papá desayunaba en su mismo lugar de siempre, y luego se movían hacia la mesa de Gryffindor, donde Harry se veía con ganas de vomitar (seguramente, a causa de los nervios por el partido) mientras que era animado por Ronald y Hermione.
No había hecho mucho caso a mi desayuno, menos a mi postre, porque mi mente seguía siendo abrumada por la teoría de Harry acerca de la herida de mi padre. Jamás lo había escuchado tan enojado, y los argumentos de Harry sólo hacían que me dieran náuseas.
Apenas había picoteado mi brownie con chispas de chocolate, cuando dos personas se sentaron delante de mí, dejando un pedazo de pergamino al lado de mi plato. Al levantar la vista, gruñí internamente al ver que eran Fred y George Weasley. Todavía no había hablado con ellos, y no es como si quisiera hacerlo, pero no estaba de humor aquel día para nada. Incluso podría meterme en mi habitación y quedarme encerrada todo el día allí.
—¿No deberían estar arreglándose para el partido? —murmuré, apenas entendible gracias a que tenía la mejilla apoyada descuidadamente sobre mi mano. Dejé de picotear mi postre y desdoblé el pergamino, dándome cuenta que se trataba de la carta de Ginny—. ¿Dónde la encontraron?
Me enderecé en mi asiento durante un momento, sintiéndome más animada al saber que, con la carta, era más seguro que papá me dejara ir al concierto; pero luego recordé quién era mi padre y volví a mi posición inicial.
—Después de estrellarte como una cabra loca conmigo... —comenzó a decir George.
—..., Diggory la encontró en el pasillo y nos la dio porque vio el nombre de Ginny —terminó de decir Fred.
Al instante, solté la carta, haciendo un sonido de asco.
—¿De verdad Cedric la tocó? —inquirí. Ellos asintieron, con una sonrisa en el rostro; desde siempre les había divertido mi enemistad con Cedric y Cordelia. Guardé la carta en uno de los bolsillos de mi abrigo—. Gracias.
—Ahora, ¿por qué nos has ignorado últimamente? —inquirió George, inclinándose hacia mí al mismo tiempo que su hermano.
—No es que nos quejemos que seas amiga de Ron, Harry y la niña que siempre está con ellos —agregó Fred, encogiéndose de hombros.
