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Para continuar su vida requería un amigo, no fue difícil conseguirlo, y luego fue otro, y después un par más, pues para ella era sencillo llamar la atención de las personas.

Pero entre todos resaltó un beta, estatura común, rasgos faciales comunes, pasado tranquilo, personalidad explosiva, risa desastrosa, sonrisa graciosa, orgullo intacto, con una cara muy expresiva.

Su nombre, Fionn, era exquisito de escuchar, cada que lo decía, un sabor a coco y caramelo inundaba su boca, si bien él no tenía olor, estaba segura de que el ambiente era muy delicioso cuando estaba cerca suyo, como un postre.

Fionn odiaba a su padre, pero él era un ser muy amable, por esa razón al único que odiaba era a su padre, nadie más, ni siquiera al niño que le hacía bromas pesadas cuando tenía 6 años.

Él vivía con su tía, su madre y su hermana, a las dos mayores les encantaba la repostería, y cada que Callie lo visitaba, podía percibir el calmante olor de pastel de manzana y pera, era un maravilloso lugar, las dueñas de la casa la trataban con cariño y de vez en cuando hacían comentarios vergonzosos sobre la amistad de estos dos chicos.

En ocasiones Callie se preguntaba que pasaría si su amigo hubiese sido un alfa u omega; definitivamente, lo prefería a él mismo como el beta que el destino quizo que fuera.

Ella prefirió siempre pasar el día junto a él, lo veía como a un hermano molesto, quien siempre buscaba una razón para pelear, y aunque fuese un idiota en todo, su compañía resultaba muy interesante, siempre con algo que hacer y contar.

Él sabía sobre Charlie, y no le importaba, ni siquiera tocaba el tema, le daba completamente igual, el pasado lo había dejado bien enterrado y cualquier cosa ocurrida años atrás no era relevante, por eso, podía confiarle cualquier cosa.

Tenía mucho respeto hacia ella por su posición de omega, se mantenía lo suficientemente alejado de ella y era prudente, nunca se había propasado, y a pesar de ser coqueto no sería capaz de acercarse a ella de esa forma.

Una tarde con su amigo le hacía sentir increíble, escuchar su risa estrepitosa colarse entre un millón de personas le hacía tener confianza, y el deseo de reír a ella también le ganaba.

Por eso, ahora ambos chicos se encontraban entrando al centro comercial; habían abierto un nuevo restaurante de comida japonesa y a Fionn le dio curiosidad, no le importo cruzar toda la ciudad en taxi y pagar más de lo usual, a él, que nunca se quedaba con la duda, le pareció una muy buena idea darse una vuelta por aquel lugar junto a su mejor amiga.

Callie no era muy conocedora de este tipo de comida, cualquier cosa para ella estaría bien, al contrario de su amigo, que pidió cosas que jamás había probado y terminó fascinado con todo.

El local era bonito, estaba ubicado en el tercer piso del edificio, un par de mesas al aire libre y otras adentro donde se podía admirar la combinación de colores neutros y oscuros.

Al terminar y pagar lo que ordenaron, los jóvenes decidieron pasear un poco más; la omega estaba un poco mareada por tantos olores combinados, se tapaba la nariz con la manga de su suéter y disimuladamente respiraba a través de este, actuaba como si estuviese estornudando cada dos minutos y repetía este acto para que el beta no notase su incomodidad, para él todos los olores eran leves, y mientras se carcajeaba y seguía caminando rápidamente, su amiga se perdía entre las personas, daba saltitos intentando verlo pero al parecer lo único que hacía era chocar con la gente, al perderlo completamente, no le quedó otra alternativa que sacar su celular y mandarle un mensaje.

"Nos vemos en Tokyo"
Este era el único lugar que ella localizaba bien, era una tiendita que Fionn adoraba.

Con paso apresurado se dirigió al lugar, ahora tapándose completamente la nariz, su sensibilidad siempre había sido un problema al estar en lugares públicos, le resultaba muy desagradable rodearse de un olores tan fuertes, inmediatamente le daban náuseas.

Cuando subió al elevador, un golpe de fuego la azotó, olía a jenjibre, y podía decirse que ella era alérgica a eso, sus ojos se humedecian, su nariz picaba, su cara se ponía roja y le era inevitable estornudar.

Parecía que el maldito elevador jamás se detendría y aunque se cubriera con desesperación el aroma le seguía taladrando las fosas nasales.

La puertas se abrieron y ella saltó apresurada hacia afuefa, para respirar profundamente, pero tal parece que ese olor se había quedado impregnado en su abrigo, lo odiaba, tuvo que quitarselo y guardarlo en su mochila, una batalla que duró más tiempo del que podía soportar.

Estaba asustada, sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas y no paraba de sorver su nariz, a lo lejos, vio el cartel que resaltaba con letras grandes, y se tallo el rostro irritando más su cara, soltó un jadeo y como una niña corrió entre las demás personas.

Eso hasta que una fuerte mano le sujetó el brazo.

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