Capítulo 32: Rostros.

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Sus facciones se han endurecido. Sus orbes grises como el acero, apagados y su fuego extinguido como el de una vela.

Es fría, dura e inquietantemente hermosa, hermosa pero mal, mal, mal. Todo está mal.

Como una versión muerta de ella, hecha de cera.

Luchando contra mi instinto de huir, permanezco en el lugar.

Entonces, las paredes, las puertas, el piso, todo alrededor se disuelve en rojo. Un furioso y metálico rojo.

El rojo de la sangre.

Ella se contorsiona, suelta un jadeo y se toma la garganta con las manos. Su rostro compungido en pánico.

Mis piernas se estiran y estoy de pie. Intento alcanzarla, sin éxito, intento llegar hasta ella a través de la desesperación que me genera el no poder moverme, porque mis pies se han clavado en el piso.

—Dime qué hacer—dije con la angustia carcomiéndome. — Por favor, dime qué hacer.

Las lágrimas llenan su rostro y yo miro.

Yo miro sin poder ayudarla. La impotencia quemándome la piel, los huesos, los músculos.

—Tienes trabajo que hacer—repite el hombre de la cicatriz.

—Haz que pare—suplico.— Ella no tiene nada qué ver. No ha hecho nada, haz que par...

—Como desees.

El mismo hombre inclina la cabeza y chasquea los dedos. Su pequeño cuerpo se eleva y pende entre nosotros.

Mis rodillas tocan el suelo e intento recuperar la respiración.

—Pobre, pobre príncipe—replica el hombre de la barba.— ¿Estás triste por ver a tu princesita irse?

—Levántate, Alexander—alzo la cabeza para ver al portador de esa voz, y reconozco a mi padre.

Sombrío. Pérfido. Orgulloso.

—Tu padre dijo que te levantaras—el hombre de la barba vuelve a chasquear los dedos y mi cuerpo se mueve por sí solo, mis huesos doloridos por la falta de voluntad.

Chasquea la lengua.

—Deberías educar mejor a tu hijo, poner tu casa en orden—aseveró férreo el extraño de la sonrisa felina.— Mira que permitirle desobedecerte e ir tras ella.

¿Ella quién?

—Deberías ser mejor que eso—insiste papá, decepcionado.

—Déjala tranquila—mis cuerdas se mueven sin que yo esté consciente de ello, inmerso en mi desesperación por salvarla a ella. A ella.— Tu problema es conmigo, y lo resolveré, lo prometo.

—Eso espero—acota el hombre de la cicatriz y se gira junto a los demás para irse.

El cuerpo que pende se precipita hacia el suelo y me preparo para atraparlo. Cae pesadamente y colisiona sobre mis brazos.

Es pálida como la porcelana y sé que es tarde.

Sé que no he podido salvarla.

—¡NO!—rujo cuando su garganta se abre por sí sola y noto la sangre que brota, un perfecto contraste con su nívea tez.

Siento que me ahogo.

La sangre se cuela por mis dedos, baja por mis manos y la impotencia me consume, me constriñe.

Es un dolor más profundo y real que cualquier otro.

Y sé que no he podido salvarla, porque tampoco he podido salvarme a mí mismo.

Abrí los ojos de golpe y un latigazo de dolor me recorrió la cabeza cuando miré las luces neón dispuestas sobre el techo.

El regusto metálico de la sangre me inundaba la boca pero no sabía si me había arrancado la lengua o había algún idiota muerto a mi lado.

Otra onda de dolor me inundó cuando parpadeé un par de veces para enfocar la vista e intentar ubicarme.

Todo estaba repleto de un blanco inmaculado.

¿Estaba muerto?

¿Así lucía el infierno? Si así era, qué poco presupuesto tenía Satanás.

Sentía la boca seca y los labios como hechos de cartón.

Y necesitaba ir a orinar. Urgentemente.

Mi cabeza se sentía ligera, como si estuviera llena de humo.

Giré el cuello en busca de algo más que pudiera indicarme dónde estaba, o qué día era.

Me sentía dentro de una de esas películas del espacio, donde despertabas dentro de una cápsula luego de ochenta millones de años viajando.

Esperé encontrar una nave espacial, pero no. Lo que me recibió fue mucho más sorprendente.

Se incorporó con las manos en la boca y las lágrimas surcándole el rostro, sus orbes mirándome atónita.

Y la sensación de alivio que me invadió a mí al verla ahí fue inexplicable.

—Sabine—musité con voz ronca, como si no la hubiese usado en mucho tiempo.

Gimoteó y se limpió la cara con el dorso de la mano.

—Estoy tan feliz de que estés bien. Estoy tan feliz de tenerte de vuelta—se acercó a la cama y tomó mi mano entre las suyas.

¿Tenerme de vuelta? ¿A dónde mierda me había ido?

Sonreí.

—También estoy feliz de verte.

Y era verdad.

Su presencia revitalizándome, aunque mi cabeza continuara sintiéndose ligera.

Pero daba igual, porque estaba en buenas manos.

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¡Feliz miércoles mi niños!

Ya tenía el capítulo listo, pero no había podido subir debido a algunas gestiones que he estado realizando.

Les cuento: tenía un viaje planeado a Japón los primeros días de abril, pero con todo esto del virus y las medidas sanitarias que se han tomado, mi vuelo ha sufrido muchos cambios, además de la incertidumbre que representa el cierre de fronteras. Por ello no estoy del todo segura si iré, pero prometo mantenerlos al tanto, ya que en caso de ir no actualizaría por lo menos en tres semanas.

Ahora sí, volviendo a lo nuestro, ¿qué les pareció el capítulo?

¿Qué creen que suceda en el siguiente?

¡Disfruten!

PD: ¿Qué planes les arruinó este año el COVID-19? Compartamos nuestro dolor jajaja.

Con amor,

KayurkaR.

Irresistible Error. [+18] ✔(PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO)Where stories live. Discover now