Takeru

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Miró la fecha en el calendario de su teléfono celular: 24 de diciembre de 2005. El año llegaba a su fin, y él esperaba que el siguiente fuera mejor, más esperanzador. Aunque, si el elegido del valor no se había atrevido a confesar sus sentimientos, ¿qué le hacía pensar que él sí lo haría?

Tenía una extraña sensación que combinaba en partes iguales la ilusión y los nervios de que llegara el día siguiente, de estar con ella. Tendría una nueva oportunidad, pero ¿qué le diría?

Se colocó el abrigo que le eligió Patamon ya que el día estaba nublado y muy frío. La noche anterior había nevado. Probablemente lloviera dentro de poco, por lo que también agregó el paraguas a los objetos que portaba. Por costumbre, el digivice formaba parte de aquel listado, así que lo guardó en el bolsillo de su pantalón antes de salir del departamento de su madre.

Ya cerca de su destino, unas débiles gotas comenzaron a caer del cielo. Takeru continuó caminando sin abrir el paraguas. De vez en cuando era agradable dejar que la lluvia limpiara la impureza del cuerpo y la mente.

Pronto la visión de alguien en particular interrumpió sus pensamientos: su amiga parecía estar esperando a alguien resguardándose de la lluvia debajo de un toldo de una tienda.

—Buenos días, Hikari —dijo con sorpresa, inclinándose un poco hacia delante para formar una torpe reverencia.

La chica, que no lo había visto llegar por quedarse observando la vidriera del local, hizo también una pequeña reverencia y respondió al saludo del rubio.

—Buenos días, Takeru.

Él se dio cuenta de inmediato que la chica no iba acompañada de su hermano mayor, lo cual le extrañó bastante, pues Hikari era casi como una garrapata de Taichi. No podía dejarlo solo ni veinticuatro horas, que ya se le notaba que le faltaba una parte de su ser. Eso lo incomodaba un poco.

—¿Y Taichi? —preguntó, observando hacia ambos lados para cerciorarse de que no estaba por allí cerca.

—Irá directo de su entrenamiento de fútbol. Por eso vine a esperarte —. Le sonrió con la calidez que le faltaba a la tarde.

—Ya veo. Entonces... ¿nos vamos?

—Claro.

Cada uno abrió su paraguas y juntos emprendieron el camino hacia su meta final: la oficina de Koshiro, que quedaba a cinco calles de allí.


—No parece que vaya a detenerse pronto —comentó ella mirando al cielo con una expresión de nostalgia.

—Es verdad. Según las noticias continuará lloviendo hasta la noche. Pero mira el lado bueno: al menos no está nevando.

—Sí, es cierto.

Se sonrieron tímidamente, un gesto muy común entre ellos.

Mantenían del uno al otro una distancia aproximada de un metro que a Takeru le daba la impresión de que eran como cien. La miraba de reojo cada tanto pensando en lo mucho que había cambiado Yagami en todo el tiempo que la conocía y que, paradójicamente, seguía siempre igual. Igual de agradable, amable, fuerte, valiente; todas las cualidades que él admiraba pero que nunca le había hecho saber con palabras, pero que otros ya se lo habían resaltado tantas veces que le parecía redundante recaer en ello.

Las conversaciones que tenían eran mayormente silenciosas, impregnadas de miradas intensas y cómplices que reemplazaban a las palabras. Se entendían a su manera.

De la nada, como una de las tantas veces, le llegó a la mente el día en que su amiga fue consumida por la oscuridad, cuando Taichi fue dado por muerto y él se quedó a solas junto a ella esperando a que despertase del desmayo provocado por la fiebre. Cuando recordaba las palabras de Patamon, su rostro se ponía rojo y comenzaba a imaginar qué hubiera ocurrido si se hubiese atrevido a confesarle sus sentimientos. Pero en aquel momento no había encontrado ninguna forma de consolarla, y ni Hikari ni las circunstancias de la batalla le habían dado la oportunidad de hacerlo.

De eso habían transcurrido unas pocas semanas, y aun no había hallado el valor para hacerlo.

—¿Takeru? ¿Te ocurre algo malo? —preguntó la castaña. No había notado que estaban ya en la puerta del edificio. ¿Hacía cuánto?

—Eh... no, nada. Estoy bien —. Sus mejillas se encendieron ante el recuerdo y ante la pena de estarla haciendo esperar para tocar el timbre del departamento del pelirrojo, pues la lluvia se había intensificado y si no se apresuraban a entrar, acabarían empapados.

—Mmm... de acuerdo — respondió no muy convencida, pero la conversación acabó allí, y él presionó el botón que indicaba "IZUMI". 

1 de Enero | 2ª edición (#DW2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora