PARTE II. CAPÍTULO XXIX. El destino fatal del sujeto idóneo

14 1 1
                                    

   El día primero de Abril salí con toda anticipación rumbo a mi cita.

Sin dificultad descubrí a quien me vigilaba ese día. Era un joven a quien ya conocía, pues me había seguido antes, pero en esa ocasión no estaba yo dispuesto a aceptar su presencia, así que cuando ya estábamos alejados dos cuadras de mi casa detuve un taxi; él, en respuesta a mi acción, se regresó corriendo hacia su auto.

Mi gusto se fue al pozo cuando el chofer se negó a darme servicio porque mi destino no le quedaba en la ruta para entregar el auto a su relevo, para mi mala suerte el siguiente taxista también me dejó con un palmo de narices.

Finalmente, ya casi al borde de la desesperación, logre contratar un taxi, pero los fracasos anteriores me crearon tal desconcierto que olvidé voltear hacia atrás para ver lo que hacía mi vigilante y no fue hasta que el auto arrancó que lo hice; no lo vi y con alivio me dispuse a bajar el ritmo de mi corazón.

Llegué a la tienda Sanborns con veinte minutos de anticipación a mi cita, y me puse a matar el tiempo curioseando entre los libros que ahí se exhibían, a las once con cincuenta y cinco dejé de distraerme con los libros y cual nervioso corcel mantuve erguida la cabeza mientras la giraba a uno y otro lado.

Grande fue mi azoro cuando descubrí a Humberto tratando de ocultarse entre las estanterías de regalos que seguían a las de libros, de momento lo único que se me ocurrió fue desaparecer, por lo que de inmediato me dirigí a la salida opuesta.

Como estaba yo en la esquina de un enorme salón en forma de "L", Humberto me perdió de vista cuando avancé, cosa que me produjo cierta tranquilidad, pero me sobresalté de nuevo cuando noté que la persona con quien tenía concertada la reunión estaba avanzando hacia mí.

Lo reconocí de inmediato gracias a la visión que de él me compartió Xóchitl, pero como consideré que no era conveniente dar a Humberto la oportunidad de vernos juntos opté por ignorarlo.

Él no pensó lo mismo, en realidad no tenía porque hacerlo, así que al reconocer el diccionario que sostenía en mi mano y que yo ya había olvidado que traía a pesar de su gran peso, decididamente se encaminó a mi encuentro.

Yo lo esquivé y le dije al pasar junto a él.

- Hay problemas, no me entretenga se lo ruego. Me comunicaré por la Internet.

Él ni siquiera alcanzó a asentir y antes de que saliera de su sorpresa yo me escabullí del lugar, atravesé una terraza a cielo abierto y bajé por unas amplias escalinatas hacia el Paseo de la Reforma, en donde de inmediato abordé un taxi con rumbo a mi casa.

Fue en el auto, al intentar decirle al conductor la dirección a donde debía llevarme, cuando caí en cuenta de que el esfuerzo realizado había sido demasiado para mí avejentado cuerpo, traté de hablar pero me faltó aire, solo alcancé a medio estirar ambos brazos para señalar enfáticamente que avanzara rápidamente, así que el comedido taxista continuó avanzando por el carril lateral lo más rápido que el tráfico se lo permitió, cuando finalmente pude hablar ya había pasado la oportunidad de virar en la esquina, por lo que nos seguimos alejando del camino a mi casa.

- Oiga don –me dijo el chofer mirándome por el espejo retrovisor-, lo vi correr en las escaleras y pues... ya ve como se puso, yo le aconsejo que no haga eso, ya ve como se puso –repitió lo que me pareció una exagerada sentencia-

- Sí es verdad, fue un exceso irresponsable, pero es que me he hecho viejo sin darme cuenta.

- Así nos pasa a todos don, pero bueno, ya es bueno que usted se vaya enterando, porque si no se nos va ha quedar en la suerte.

RECUERDOS TRASCENDENTALESWhere stories live. Discover now